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No todas las mentiras humillan

El primer paso para que algo sea una ofensa es que su víctima considere que, en efecto, es así

Un día, estaba yo con toda mi familia después de cenar, y mi madre esperó a que se fueran del comedor mi pareja, mis hijos, mi padre y mi suegra para decirme: “Pst, Pau, acércate un momento”. Me lo dijo casi susurrando, como anunciando que estaba por comunicarme algo muy delicado, algo —tal vez un secreto— que los demás no podían oír. Me acerqué a ella temiendo que, dijera lo que dijera, iba a ser emocionalmente devastador para mí. Muy solemne, mi madre me espetó: “Tienes que hacerte una limpieza bucodental”.

No siempre los escenarios más prometedores se terminan confirmando. Es el problema de las teorías de la conspiración. Caldean el ambiente con historias inverosímiles que atan muy —pero muy— libremente algunos cabos a veces relativamente verosímiles y otras tremendamente lunáticos. Yo creía que la más retorcida era la que involucraba a Jeffrey Epstein, a altos dirigentes del Partido Demócrata y a una pizzería. Según esta teoría, existe una red de progresistas liberales, auspiciada y promovida por Epstein, que traficaba con niños para fines de explotación sexual desde una pizzería en Washington D. C.

Pero una influencer llamada Candace Owens lleva difundiendo desde hace meses una teoría aún más retorcida: Brigitte Macron, esposa del presidente francés, es en realidad un hombre. El rumor empezó en Francia en 2021. Pero ha sido Owens quien lo ha popularizado mundialmente. Los Macron han decidido demandarla por difundir mentiras que se han convertido en una “campaña de humillación global”.

Se han estudiado mucho las teorías de la conspiración. Se pone énfasis en que su supuesto encanto descansa en que parecen dar sentido a un mundo que no lo tiene. Y, sin embargo, rara vez se menciona que otra gasolina que las alimenta es mera entropía: se pretenden construir espectáculos destructivos. Es lo que dicen los Macron en su demanda: se busca humillar a un nivel mundial. Dejando a un lado las que se ocupan de desacreditar cuestiones científicas —ya saben, terraplanistas, antivacunas y demás emprendedores de la ignorancia—, las teorías de la conspiración buscan justificar la crueldad hacia ciertas personas. Las teorías del gran reemplazo están destinadas a justificar el trato cruel, sin debido proceso e inhumano a los inmigrantes. Las teorías según las cuales existe una gran confabulación cosmoqueer destinada a destruir la familia tradicional son la maquinaria para intentar objetivar la repulsión que les producen las personas trans, sin ir más lejos, a algunos de esos teóricos. Aquella según la cual George Soros, por ejemplo, gobierna el mundo desde un oscuro despacho es la enésima excusa del antisemitismo. La ya mencionada teoría que aúna a Epstein, una pizzería y altos cargos demócratas es una artimaña retórica para intentar arruinar de forma supuestamente legítima la vida de algunos progresistas por el mero hecho de serlo. Y aquella según la cual Brigitte Macron nació siendo un hombre reúne los más sobados y tontos insultos de siempre: Emmanuel Macron es, en realidad, gay porque su mujer es un tío.

Brigitte Macron ya había demandado a quienes difundieron esta teoría en Francia. Los tribunales, en apelación, decidieron que no constituía un caso de difamación. Y creo, por razones tal vez diferentes a las suyas, que tienen razón y que hay una lección importante en todo esto. El primer paso para que algo sea una humillación es que quien está destinado a sufrirla considere, en efecto, que se trata de una humillación. Pero ser trans, gay, judío o un progresista liberal del establishment no es humillante, menos aún un delito. Por eso no importa si es verdad o no que Brigitte Macron naciera siendo hombre. Se suele asumir que toda mentira sobre una determinada persona afecta a su dignidad. Pero no es el caso.

Y es que hay ocasiones en que parece que nos estén diciendo algo muy grave, pero en realidad sólo nos están diciendo algo tan ordinario como, por ejemplo, que necesitamos una limpieza bucodental.

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