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La democracia necesita más democracia, no una dictadura

Cada vez más votantes prefieren partidos que propugnan un infarto que reviente el sistema en lugar de remediar sus fallos

Imaginen que, en un chequeo, les descubren que tienen el colesterol alto hasta más allá del infinito; la tensión arterial revienta el tensiómetro; el azúcar, como el de un bote de leche condensada, y el resto de factores de riesgo cardiovascular, en números ...

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Imaginen que, en un chequeo, les descubren que tienen el colesterol alto hasta más allá del infinito; la tensión arterial revienta el tensiómetro; el azúcar, como el de un bote de leche condensada, y el resto de factores de riesgo cardiovascular, en números más rojos que las bolsas cuando Trump anuncia aranceles. Tienen ustedes dos médicos. Con los mismos resultados, uno les recomienda dieta, ejercicio y cambiar radicalmente sus hábitos. El otro coincide con el primer médico en los riesgos de infarto, pero en vez de frutas y gimnasio les recomienda que tripliquen su ración de grasas y que se tumben quince horas al día en el sofá. Vista su situación crítica —les dice—, lo mejor es provocar el infarto lo antes posible, porque no hay remedio.

¿A qué médico haría caso usted? Pues en política, hay un número creciente de votantes que eligen al segundo. Ante un diagnóstico de crisis de la democracia, votan a partidos que propugnan un infartazo que lo reviente todo, en vez de buscar reformas que mejoren un sistema que, incluso con sus grietas, derrumbes, iniquidades, vías de agua y corrupciones, sigue siendo el peor sistema de gobierno posible, si exceptuamos todos los demás.

Empiezan a florecer intelectuales que dan coartadas a este suicidio democrático. Se les reconoce por el gesto cínico y la sorna con la que desprecian a quienes escribimos columnas como esta, tan nostálgicas, ingenuas y lloronas por una democracia liberal y un mundo que ya no existe. Son tipos que aciertan en el diagnóstico. Incluso pensadores tan descacharrantes como Curtis Yarvin, que propugna una dictadura corporativa dirigida por émulos de Lex Luthor, tienen razón al señalar las debilidades de las democracias: son sistemas elitistas, no han resuelto los dilemas cruciales de nuestro tiempo, fomentan la corrupción, han acelerado la destrucción de los lazos comunitarios, han debilitado la solidaridad institucional propia de los Estados del bienestar y han dejado huérfanos de identidad y certidumbres a poblaciones necesitadas de ellas. Todo eso es cierto. Su delirio es proponer una dictadura como remedio a los fallos de la democracia.

Lo que necesita una democracia herida es más democracia. Una democracia en modo ofensivo y militante en los principios de libertad e igualdad. Una democracia, en fin, que asuma su imperfección y no se haga ilusiones sobre utopías infantiles y aprenda a gestionar la vida cotidiana sin trascendentalismos, apagando los fuegos cuando hay que apagarlos y metiendo en la cárcel a los ladrones cuando se descubren. El único cambio de régimen que necesita la democracia es metafórico: comer una dieta saludable, en vez de la grasaza que zampa Trump.

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