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De un país en llamas

Para algunos dirigentes políticos y sus correveidiles, lo central de cualquier catástrofe es mostrar la incompetencia del adversario

Stephen J. Pyne, catedrático emérito de la Universidad Estatal de Arizona, llama a nuestra época el Piroceno: según él, hemos entrado en una nueva edad del fuego. Todas las culturas humanas han conocido el fuego y lo han usado para modificar el paisaje. Esa fuerza que habíamos domesticado ...

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Stephen J. Pyne, catedrático emérito de la Universidad Estatal de Arizona, llama a nuestra época el Piroceno: según él, hemos entrado en una nueva edad del fuego. Todas las culturas humanas han conocido el fuego y lo han usado para modificar el paisaje. Esa fuerza que habíamos domesticado se ha vuelto silvestre de nuevo, por cuestiones que pueden resumirse en el abandono y el cambio de uso, y donde ejerce un papel central el cambio climático. Pyne habla de los fuegos de California o Australia, y sus observaciones parecen relevantes aplicadas a la emergencia de este verano en España, con más de 31.000 personas desplazadas, cuatro fallecidos y cientos de miles de hectáreas quemadas.

Para paliar este problema complejísimo es imprescindible descomponerlo: la situación angustiosa y trágica que exige la movilización de los recursos, la importancia de la acción humana (pirómanos y negligencias), una prevención que se ha descuidado, cambios en el clima y el medio rural, la coordinación de las administraciones y la forma de mejorarla. Con sus numerosos problemas, esa organización parece más eficaz a nivel técnico que entre algunos dirigentes políticos y sus correveidiles, que solo entienden las crisis como crisis comunicativas e interpretan el Estado de las Autonomías como un mecanismo de evasión de responsabilidades. Lo central de cualquier catástrofe es mostrar la incompetencia del adversario y encontrar su origen en la inmoralidad de los contrarios. El resultado es una sensación de desamparo y desconfianza en un sistema que parece cada vez más superado ante las emergencias e incluso el día a día: los que lo gestionan no parecen creer en él. El descontento de los ciudadanos se acoge con populismo paternalista, si conviene, o con irritación, cuando molesta.

Si la solución de un problema exige su descomposición en aspectos concretos, un trampantojo frecuente es volverlo más abstracto: por ejemplo, reclamar un pacto de Estado contra la emergencia climática como el que ha pedido el presidente del Gobierno, a los siete años de llegar al cargo. Como es una cuestión difícil de gestión, competencias compartidas e intereses en liza, trazaremos una línea ideológica (diciendo que no lo es: el objetivo de esa apelación a la unidad es buscar la división). No hay Presupuestos, pero prometemos una gran transformación. Como —en la formulación de Elena Alfaro— casi no queda Estado, promovemos pactos de Estado. No podemos bajar del coche, pero afrontamos un reto planetario. No sabemos resolver un problema relativamente pequeño, así que apuntamos a uno más grande.

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