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La tristísima historia de una diputada rica

Muchísimas gracias, señora Navarro, por iluminar la discriminación que sufren las élites catalanas

He escuchado con el corazón en un puño la intervención de Anna Navarro en una comisión del Parlament catalán, la semana pasada. No suelen emocionarme los discursos de diputadas secundarias en asambleas regionales, y tampoco tenía noticia de quién era Anna Navarro (al parecer, número dos de Junts en la Asamblea, fichaje de Puigdemont), pero la parlamentaria plantó en el debate una realidad cruda e injusta an...

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He escuchado con el corazón en un puño la intervención de Anna Navarro en una comisión del Parlament catalán, la semana pasada. No suelen emocionarme los discursos de diputadas secundarias en asambleas regionales, y tampoco tenía noticia de quién era Anna Navarro (al parecer, número dos de Junts en la Asamblea, fichaje de Puigdemont), pero la parlamentaria plantó en el debate una realidad cruda e injusta ante la cual la sociedad no puede permanecer más tiempo indiferente.

Recurriendo a la primera persona, Navarro nos contó lo horrible que es para una mujer rica como ella, que ha vivido 30 años en Estados Unidos, regresar a su país para ocupar un escaño. Ahora sabemos por qué ha pasado 11 meses, desde las elecciones hasta hoy, sin que los ciudadanos reparasen en su presencia: solo hay seis intervenciones suyas registradas en el Parlament; cinco de ellas este año. En todo 2024, solo habló una vez. Las malas lenguas de la derecha españolaza murmurarán que su señoría es un pelín vaga, pero hoy sabemos que no podía concentrarse porque estaba atrapada en una pesadilla kafkiana de burócratas insensibles y crueles que ponen facilidades a los inmigrantes y zancadillean als catalans de debò que regresan del sueño americano para trabajar por su tierra.

Quiso ir al centro de salud y le dijeron, a lo Larra, “vuelva usted mañana”, y añadieron que a los inmigrantes sí les atienden enseguida. Cuando contó que había contratado un seguro privado, los diputados apenas contuvieron las lágrimas.

Es bien sabido que los inmigrantes viven la vida loca. Si los encuentran en una barcaza en alta mar, les dan agua y les toman la tensión gratis, a los muy suertudos, como si el crucero no fuera suficiente regalo. Cuando Navarro quiere navegar, se tiene que alquilar ella misma un yate, y se lo cobran a doblón. Luego, ya en tierra, la vida de los inmigrantes es amigable y amena. Se lo pasan pipa alternando en los barrios de moda y ocupándose en los mejores trabajos, contratados en unas condiciones muy ventajosas, a diferencia de Navarro, que tiene que resignarse a un escaño autonómico que apenas ha calentado.

Ya está bien de que las empresarias ricas se sientan acomplejadas ante los camareros, los taxistas y las señoras que limpian las cacas de los restaurantes que frecuentan. Es indignante que Anna Navarro se vea marginada ante esa masa de extranjeros privilegiados mientras ella se las ve y se las desea para empadronarse en Pedralbes porque la aplicación del Ayuntamiento funciona regular. Gracias, diputada Navarro, por decir lo que muchas otras empresarias ricas callan.

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