Lo mejor de cada Europa
El Viejo Continente, atrapado entre Putin y Trump, tiene que defenderse aunando las ideas de Churchill y De Gaulle
¿Debemos hacernos todos gaullistas? Como dicen en el principal socio europeo de Francia, “Jein!” (una palabra alemana que combina ja, “sí”, y nein, “no”).
Desde luego, Emmanuel Macron acertó al advertirnos, en cuanto tomó posesión como presidente de Francia en 2017, que se vislumbraba por parte de Estados Unidos una tendencia a largo plazo a desvincularse del mundo y que, por consiguiente, Europa debía estar preparada para defenderse. Ahora, ante un presidente estadounide...
¿Debemos hacernos todos gaullistas? Como dicen en el principal socio europeo de Francia, “Jein!” (una palabra alemana que combina ja, “sí”, y nein, “no”).
Desde luego, Emmanuel Macron acertó al advertirnos, en cuanto tomó posesión como presidente de Francia en 2017, que se vislumbraba por parte de Estados Unidos una tendencia a largo plazo a desvincularse del mundo y que, por consiguiente, Europa debía estar preparada para defenderse. Ahora, ante un presidente estadounidense tan indecente como Donald Trump, que está poniendo en tela de juicio el compromiso de su país desde hace 80 años con la defensa de Europa frente a Rusia, los euratlantistas de toda la vida como yo debemos reconocer que no solo necesitamos una Europa dotada de más poder duro —algo con los que siempre he estado de acuerdo—, sino también la posibilidad de una auténtica “autonomía estratégica” europea. Oui, monsieur le Président, usted tenía razón.
Ahora bien, en même temps (al mismo tiempo), y por recurrir al símil característico de Macron, deberíamos responder “no”. Porque De Gaulle, un gran hombre de su tiempo, creía que la defensa debía ser competencia exclusiva del Estado nación; que la incipiente Comunidad Europea debía ser una Europa de Estados (una versión desunida de la Unión Europea a la que hoy sueñan con volver los partidos populistas nacionalistas de extrema derecha); que había que excluir de ese proyecto europeo a Reino Unido (de ahí su famoso “Non!” a que los británicos se incorporaran a la nueva Comunidad); y que Europa debería construirse como contrapeso a Estados Unidos, sin descuidar unas estrechas relaciones con Rusia y China.
Pero lo más importante es que cualquier plan realista para defendernos de la Rusia de Vladímir Putin debe comenzar con la única organización militar seria que existe hoy en Europa, que es la OTAN. En ella se encuentran las fuerzas asignadas, entrenadas y capaces de interactuar de todos los países europeos pertenecientes a la Alianza, el mando y control, las complejas operaciones aéreas coordinadas, los planes detallados para que una Fuerza de Reacción Aliada pueda acudir rápidamente a defender la frontera oriental y una escala creíble de disuasión nuclear (fundamentalmente estadounidense). La UE no tiene nada que se le parezca ni de lejos. Las cosas podrían ser distintas si los votos de los gaullistas (y los comunistas) en la Asamblea Nacional francesa en 1954 no hubieran tumbado la idea original de construir una Europa más integrada en torno a la defensa. Como nos recuerda Julian Jackson, biógrafo de De Gaulle, “ninguna organización supranacional sufrió un ataque más feroz que la fallida Comunidad Europea de Defensa”.
De modo que, si queremos tomarnos en serio la defensa de Europa, sea cual sea nuestra preferencia ideológica original —gaullista o atlantista—, debemos empezar por la OTAN y después ver cómo europeizarla lo más deprisa posible. Pero también, dada la absoluta falta de fiabilidad de Trump, tenemos que volver a pensar en ampliar el alcance de la disuasión nuclear francesa y británica. La UE se está convirtiendo en un actor importante en el ámbito de la defensa, sobre todo a la hora de ayudar a Ucrania y adquirir material. Y, como dentro de la UE y de la OTAN hay miembros afines a Putin que bloquean las decisiones, como el húngaro Viktor Orbán, para poner en práctica algunos compromisos de defensa innovadores será necesario crear “coaliciones de dispuestos” como la concebida para Ucrania, en la que el primer ministro británico, Keir Starmer, está colaborando estrechamente con el presidente francés.
Clément Beaune, exministro francés de Asuntos Europeos, publicó en X una foto de la convocatoria improvisada de Starmer que reunió a los líderes europeos, turcos y canadienses en Londres, acompañada de tres palabras: “Les États unis”. Pero hay una gran diferencia entre ser unos “Estados unidos” y ser Estados Unidos, Les États-Unis, un único Estado capaz de utilizar un poder letal inmenso con una sola decisión ejecutiva. Así que lo que tiene que conseguir ahora Europa es hacer una transición rápida, coherente y creíble de estar en una Alianza dominada por Estados Unidos que nos ha proporcionado seguridad durante casi 80 años a ser una Europa sin ninguna potencia hegemónica, pero que, pese a ello, tenga capacidad de defenderse ante cualquier potencia, por agresiva que sea. Es una tarea difícil. Una cosa es ser una gran potencia sin hegemonías a la hora de regular productos o la política comercial y otra, muy distinta, serlo en el aspecto más peliagudo del poder duro, el de exigir a los jóvenes de ambos sexos que sacrifiquen su vida.
Hay tres grandes obstáculos para lograr este objetivo, que es ambicioso pero trascendental. El primero, la concepción histórica de sí mismos tan distinta que tienen los países europeos en materia de seguridad nacional. En una crisis internacional, todos los primeros ministros británicos creen que deberían ser Winston Churchill y todos los presidentes franceses que deberían ser De Gaulle. No está tan claro cuál es el modelo nacional de los demás dirigentes europeos: ¿El canciller de la posguerra, Konrad Adenauer, para Alemania? ¿El mariscal de entreguerras Józef Piłsudski para Polonia? ¿El ministro de Asuntos Exteriores de la “Hora de Europa” de los años 90, Jacques Poos, para Luxemburgo? Pero, además, el instinto estratégico y la cultura de cada país también son muy diferentes.
Por eso, Europa necesita una estrategia basada en el churchillismo-gaullismo, que aúne lo mejor de las dos tradiciones más influyentes de nuestro continente ante un mundo en guerra. Esa es una fórmula que podrían aceptar no solo Macron y Starmer, sino tal vez incluso la mayoría de los líderes europeos.
En segundo lugar, las políticas que necesitamos son de ámbito europeo, pero nuestra política democrática sigue siendo nacional. La cifra que la semana pasada ocupó los titulares sobre la UE, al decir que dedicarán “800.000 millones de euros” a la defensa, oculta que, en realidad, no hay más que 150.000 millones de euros de una complicada financiación europea. La mayor parte de la decisión consiste simplemente en dar permiso a los Estados miembros para que gasten otros 650.000 millones de euros en total. Cada vez que un líder nacional anuncia un aumento del gasto en defensa explica que eso va a crear puestos de trabajo en el país, pero, además de aumentar la producción de armas, es absolutamente necesario racionalizarla y consolidarla. Europa cuenta con unos 170 grandes sistemas de armamento, en comparación con los aproximadamente 30 de Estados Unidos. Consolidarlos significaría llegar al acuerdo de que tal tipo de avión de combate se fabrique, por ejemplo, en Italia y Suecia —para lo que hay que cerrar una fábrica en Francia— y que aquel tipo de sistema de defensa aérea se construya en Francia y Gran Bretaña, con el cierre de una fábrica en Alemania. Imaginemos cómo de fácil va a ser.
Todo esto, con la mayoría de los países europeos muy endeudados y mientras una población envejecida está pidiendo a gritos un aumento del gasto en salud, asistencia social, pensiones, etcétera. Lo cual nos lleva al último obstáculo, que queda perfectamente reflejado en algo que le dijo Churchill a De Gaulle cuando este último le concedió la Croix de la Libération (Cruz de la Liberación) en 1958. Al comparar los enormes problemas de los años cincuenta con el objetivo tan único y claro de su cooperación en la época de la guerra, Churchill observó: “Es más difícil, incluso entre amigos y aliados, tener un propósito común en medio de las perplejidades de una situación mundial que no es ni paz ni guerra”. Esa es exactamente nuestra situación actual, en un terreno vago entre la paz y la guerra.
Como hemos visto en los últimos días, a la primera señal de que hay una posibilidad de alto el fuego en Ucrania, nuestros ciudadanos están deseando creer que podemos recuperar rápidamente las antiguas costumbres de los tiempos pacíficos posteriores a 1989. Los dirigentes europeos tienen el deber no solo de reavivar el espíritu de lucha de Churchill y De Gaulle, sino también explicar con sinceridad a los votantes que nos enfrentamos a otra larga lucha y que, si verdaderamente queremos la paz, debemos prepararnos para la guerra. Así que digo: ¡Viva el churchillo-gaullismo! ¡Viva Europa!