La batalla de las élites
No es la primera vez que la democracia se siente amenazada, pero ahora sus enemigos llegan a través de los votos
En la toma de posesión de Donald Trump se produjo una escena que resume qué está pasando en Estados Unidos. El ya electo presidente prometió que iba a cambiar el nombre del golfo de México, pasándose a llamar golfo de América. Hubo una imagen que destacaron todos los medios: Hillary Clinton soltó una carcajada, mostrando una cierta superioridad y un claro desprecio hacia Donald Trump. Esta imagen resume lo que sienten muchas de la...
En la toma de posesión de Donald Trump se produjo una escena que resume qué está pasando en Estados Unidos. El ya electo presidente prometió que iba a cambiar el nombre del golfo de México, pasándose a llamar golfo de América. Hubo una imagen que destacaron todos los medios: Hillary Clinton soltó una carcajada, mostrando una cierta superioridad y un claro desprecio hacia Donald Trump. Esta imagen resume lo que sienten muchas de las élites ilustradas de Estados Unidos (y otras partes del mundo): ven en el mandatario norteamericano un político estrafalario y con pocos recursos educativos. Pero la realidad es más compleja.
Nuestras democracias nacen de la Ilustración. Fueron pensadores como Montesquieu, Voltaire, Rousseau, Locke o Hobbes los que asentaron y debatieron sobre la separación de poderes, las libertades individuales, el gobierno representativo o la libertad religiosa. Los ilustrados hicieron de la razón, el conocimiento y la ciencia los principios sobre los que asentar nuestras sociedades. En estos 200 años, muchos han sido los enemigos de la Ilustración: los reaccionarios que querían volver al Antiguo Régimen, los autoritarios que justifican el principio de autoridad sobre la nación o el pueblo….
Desde la gran crisis de 2008, las democracias se enfrentan a un nuevo enemigo: el malestar ciudadano y el deterioro de las instituciones. La ciudadanía lleva un tiempo viendo cómo disminuye su bienestar y tiene una enorme incertidumbre sobre el futuro. Además, no encuentra en la política respuestas a sus demandas. Así, mucha gente, especialmente los más jóvenes, está buscando soluciones en otros espacios y las nuevas tecnologías están llenando este vacío. Las redes sociales están creando nuevos referentes: personas que no valoran mucho la educación, hacen ostentaciones de lujo y afirman ganar dinero de forma rápida y sencilla. Generan unas expectativas que acaban produciendo frustración, especialmente en la juventud.
Además, el cambio tecnológico ha producido una nueva élite que cuenta con grandes fortunas y se vanagloria de haberse hecho a sí misma (aunque no siempre es verdad). Y este rasgo es el que une a las nuevas élites políticas y económicas de Estados Unidos: desde Elon Musk hasta J. D. Vance. Es la historia de este último la que mejor conecta con los hombres blancos que se ven perdedores de la globalización, el declive industrial o la inmigración. De hecho, los hillbillies o paletos rurales es una de las bases electorales más numerosas de los republicanos en los últimos tiempos.
Así, nos encontramos ahora mismo a dos élites compitiendo por el poder. Por un lado, los liberales-progresistas se sienten herederos de los valores de la Ilustración, viven en las grandes ciudades y tienen como prioridad combatir el cambio climático. Pero hay un problema: sienten cierta superioridad moral sobre los demás. Y esta arrogancia la percibe una parte de la ciudadanía. El grito contra la casta que escuchamos hace unos años, hoy no ha desaparecido. Pero si entonces lo capitalizó la izquierda, ahora lo lidera la derecha extrema. Además, la movilidad social se ha estancado y esta élite ilustrada se percibe como un grupo selecto alejado de la ciudadanía.
Por otro lado, hay una nueva élite que siente que no debe nada a nadie y creen que el sistema les ha maltratado. Es un sentimiento que comparte una parte de la ciudadanía, especialmente el hombre blanco de la América rural y de los suburbios de las grandes ciudades. Todos ellos, ciudadanos y nueva dirigencia, experimentan un profundo desprecio por las clases altas liberal-progresistas. El proyecto político de estos nuevos dirigentes es trasladar sus experiencias personales a la gestión, entendiendo las decisiones como una mera decisión de coste-beneficio, sin considerar cualquier otro principio moral o ético. La democracia sólo les parece un medio para alcanzar el poder, pero no ven en ella la realización de unos ideales.
No es la primera vez que la democracia se siente amenazada, pero ahora hay dos novedades. En momentos anteriores, el fin de la democracia era un acontecimiento rápido y con alta dosis de violencia, como podía ser un golpe de Estado o una guerra civil. Ahora, en cambio, los enemigos de la democracia quieren llegar por los votos. Y, a diferencia de los años treinta del siglo pasado, no quieren acabar con nuestros sistemas políticos de un plumazo. Más bien estamos ante la erosión de las instituciones, la restricción de las libertades y la reducción de los derechos de algunos colectivos. Lo quieren hacer poco a poco y con la complicidad de una parte de la población.
En definitiva, estamos ante una batalla donde se decide el futuro de Estados Unidos y, por extensión, del resto de democracias. El fracaso de la política en los últimos tiempos, junto al surgimiento de una nueva élite, ha abierto una ventana de oportunidad para recetas que ya conocemos del pasado y que sólo buscan deteriorar los principios sobre los que se asientan nuestros sistemas políticos: los valores de la Ilustración. Hasta la fecha, la democracia representativa siempre ha acabado ganando la batalla. Confiemos en que vuelva a ser así.