La camiseta de Musk y el jersey de Zelenski
Las élites siempre han adoptado el vestir de las clases populares para seguir siendo relevantes
Ver a Elon Musk en la primera reunión del gabinete de Donald Trump a finales de febrero me recordó a cuando veíamos al exministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis en las reuniones del Eurogrupo hace una década. Desde luego, no por su ideología, que no podía estar más alejada de los posicionamientos políticos y la preparación intelectual de Varoufakis, sino por el marcado contraste entre la vestimenta y actitud de ambos res...
Ver a Elon Musk en la primera reunión del gabinete de Donald Trump a finales de febrero me recordó a cuando veíamos al exministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis en las reuniones del Eurogrupo hace una década. Desde luego, no por su ideología, que no podía estar más alejada de los posicionamientos políticos y la preparación intelectual de Varoufakis, sino por el marcado contraste entre la vestimenta y actitud de ambos respecto de los demás políticos presentes en la sala. Apenas dos días después de esa primera reunión de su administración, Trump y su séquito le afearon a Volodímir Zelenski la informalidad de su indumentaria en el Despacho Oval, preguntándole por qué no iba de traje y corbata como presuntamente marca la etiqueta. Parece que el juego estético-político entre formalidad e informalidad nada tiene de baladí en este momento.
Desde la Revolución francesa, cuando los sans-culotte se convirtieron en el ideal moderno del ciudadano emancipado, los rebeldes políticos, tanto genuinos como oportunistas, han buscado diferenciarse del poder establecido adoptando la apariencia de las clases populares y marginales. A menudo, esto ha implicado escandalizar a las élites, aunque solo al principio. Así, a finales del siglo XVIII los antiguos aristócratas cambiaron rápidamente sus calzones por pantalones largos de rayas, abrazando los ideales igualitarios, y la moda europea adoptó la estética y costumbres de los sans-culotte. Con la Revolución rusa, los monos y botas de trabajo se volvieron emblemáticos de los valores del proletariado, incluso entre quienes no eran obreros.
No han pasado ni diez años desde que los movimientos contra la austeridad que surgieron tras la Gran Recesión introdujeran una nueva informalidad en las instituciones políticas. Varoufakis se hizo famoso durante la crisis griega por sus chaquetas de cuero negro sobre camiseta y vaqueros que chocaban con el traje y la corbata que religiosamente vestían sus colegas. En aquel momento, los comentaristas políticos expresaban una mezcla de desaprobación y admiración por este atrevido código de vestimenta, que, por otra parte, encajaba perfectamente con la actitud rebelde del ministro de finanzas griego. Su jefe, el primer ministro Alexis Tsipras, dejó de usar corbatas. En España, Pablo Iglesias cultivó la coleta y los diputados de Podemos causaron tanta sensación como críticas por sus piercings, rastas y lenguaje de la calle en el Congreso. La informalidad comenzó a extenderse a lo largo del espectro político, alcanzando a los partidos tradicionales.
Esta tendencia, que no se entiende sin la importancia exponencialmente creciente de las redes sociales en la difusión de mensajes y símbolos, se aceleró aún más con la pandemia, cuando muchos se acostumbraron a llevar ropa deportiva y casual a diario. Esto era algo que los atletas de élite, empezando por los futbolistas, numerosas estrellas del mundo de la música y empresarios tecnológicos ya llevaban haciendo un tiempo en versiones de lujo. A través de un proceso de influencia mutua, los pantalones deportivos, los vaqueros negros, las chaquetas deportivas o casual y las gorras han pasado a formar parte del uniforme básico que las nuevas élites económicas —tecno-oligarcas y representantes de la industria del deporte y el ocio— comparten con el precariado urbano de Occidente.
Esta estética informal, generalmente austera y marcadamente masculina, ha sido influida más recientemente por el estilo militar de líderes mediáticos como Zelenski, que desde la invasión rusa de su país ha portado atuendos de este estilo en verde oliva y negro. El origen de la influencia militar en la vestimenta del rebelde moderno suele asociarse con la guerra civil rusa, cuando bolcheviques como León Trotski abandonaron el refinado estilo de la intelligentsia a favor de los uniformes y chaquetas de cuero que vestían los aviadores y motociclistas en la Primera Guerra Mundial. En el otro extremo del arco político, fascistas y nazis desarrollaron sus propias contra-estéticas alrededor de estas mismas prendas. Esto explicaría que un representante de la derecha alternativa global como el presidente argentino Javier Milei también haya hecho de las chaquetas de cuero un accesorio inseparable de su persona.
La adopción y adaptación de los códigos sartoriales populares ha sido históricamente una manera para líderes y élites de mantener su relevancia y atractivo popular. Con variantes, tanto neomilitares como otras más ostentosas, la informalidad se ha convertido en un lenguaje estético compartido por los nuevos capitalistas y el precariado. Más cómoda que disruptiva, esta moda difumina las distinciones de clase y distorsiona las nociones de rebeldía y resistencia política en favor del statu quo. No puede afirmarse que la informalidad se haya convertido en un signo distintivo de la extrema derecha política e incluso podemos observar cierto regreso a la formalidad en las instituciones. Sin embargo, al permitirle a un Musk vestido de gorra, camiseta con mensaje y vaqueros decir y hacer lo que a otros en la sala no les permite, Trump nos lanza un manido, pero poderoso mensaje político: “Si tienes mucho dinero, no hay códigos; te vistes como quieres y haces lo que quieres donde vayas”.