Lo que vale una misa

Tras cinco años de trabajo ha sido posible reabrir Notre Dame con una ceremonia a la que asistieron creyentes y agnósticos reunidos en torno a ese símbolo de nuestra civilización

Misa de reapertura de la catedral de Notre Dame, en París (Francia), el pasado 8 de diciembre.Christian Hartmann (REUTERS)

En la Nochebuena de 1886 un joven poeta, racionalista y ateo militante, llamado Paul Claudel andaba perdido por las calles de Paris entre vagabundos y mendigos bajo una intensa nevada. Por puro azar sus pasos le llevaron a cruzar por delante de Notre Dame y para librarse del frio decidió entrar en la catedral en el momento en que se estaba celebrando la misa del Gallo. El joven racionalista fue recibido por una cálida nube de incienso envuelta con los magníficos acordes del órgano. Las figuras del rosetón y las vidrieras se proyectaban sobre las naves encendidas y en el altar se movían bajo un...

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En la Nochebuena de 1886 un joven poeta, racionalista y ateo militante, llamado Paul Claudel andaba perdido por las calles de Paris entre vagabundos y mendigos bajo una intensa nevada. Por puro azar sus pasos le llevaron a cruzar por delante de Notre Dame y para librarse del frio decidió entrar en la catedral en el momento en que se estaba celebrando la misa del Gallo. El joven racionalista fue recibido por una cálida nube de incienso envuelta con los magníficos acordes del órgano. Las figuras del rosetón y las vidrieras se proyectaban sobre las naves encendidas y en el altar se movían bajo unas sagradas vestiduras orladas de oro y plata el cardenal y los oficiantes. El espectáculo le produjo un vuelco en el cerebro y fue la causa de que Paul Claudel se convirtiera al catolicismo, simplemente por estética. En la tarde del 15 de abril de 2019 un incendio destruyó gran parte de Notre Dame. Después de cinco años de trabajo ha sido posible reabrir la catedral con una ceremonia a la que asistieron más 40 jefes de estado y de gobierno, creyentes y agnósticos de cualquier raza reunidos en torno a ese símbolo de nuestra civilización. En la reapertura de Notre Dame pudo haber invitados que tal vez eran canallas y señores de la guerra, pero todos, incluso el propio Donald Trump, en el papel de Quasimodo, el campanero jorobado, fueron redimidos por la belleza, más allá de la fe. Por un jodido embrollo de protocolo los reyes de España y el ministro de cultura declinaron la invitación por motivos de agenda. " ¡Oh, dioses inmortales, entre qué clase de gente estamos! “- clamaba Cicerón en las Catilinarias. Estas palabras despectivas sirven para calificar esta ausencia y también la otra gran cagada del funeral esperpéntico celebrado en Valencia por las víctimas de la dana en el que nuestros políticos se apropiaron de la desolación de los familiares de las víctimas y exhibieron el odio entre ellos sentados en primera fila, un espectáculo que hubiera devuelto a Paul Claudel al ateísmo.

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