El pecado es la indiferencia

Entre la abundancia de documentales que a diario se recomiendan sobre asesinos, narcos, mujeres desaparecidas y otros crímenes, no se ha visto aún la reseña de ‘Los niños perdidos’

Traslado de dos de los niños perdidos en la Amazonia en un avión del ejército colombiano, en mayo de 2023.Fuerzas Militares de Colombia (EFE)

Suele hablar Eliane Brum, periodista brasileña, en las columnas que publica en este periódico del pecado de la indiferencia. Su vida, su vocación periodística, está entregada a la defensa de la Amazonia y sus habitantes, una causa que debiera considerarse universal. La indiferencia es un paso más allá de la negación. Pensábamos que la misión era...

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Suele hablar Eliane Brum, periodista brasileña, en las columnas que publica en este periódico del pecado de la indiferencia. Su vida, su vocación periodística, está entregada a la defensa de la Amazonia y sus habitantes, una causa que debiera considerarse universal. La indiferencia es un paso más allá de la negación. Pensábamos que la misión era luchar contra los negacionistas del cambio climático, pero desde hace tiempo se abrió un nuevo frente más correoso y difícil de derribar: el que conforman los indiferentes, aquellos que no niegan la evidencia científica, pero no están dispuestos a cambiar en modo alguno su sistema de vida. Cuando desde un Gobierno, en este caso fue el de coalición, a un ministro ingenuo se le ocurre plantear una campaña para que se consuma menos carne se lía la de Dios, porque según reza una supuesta ancestral tradición, a todas luces falsa, un español debe tener encima del plato a diario un imbatible chuletón. Pero si leemos más allá de nuestras habituales columnas sobre Ábalos, Mazones y Lobatos, hay una voz que nos explica la relación directa entre nuestro consumismo extremo con lo que ocurre en el otro lado del mundo. La palabra de Brum suena firme para quien quiera escucharla desde la región de Medio Xingu, la zona más afectada por la brutal deforestación que entrega el terreno al pasto que nos proveerá de carnaza. No nos saldrá gratis la destrucción del mayor pulmón de la tierra.

Imagino que algo tiene que ver con la indiferencia el que entre la abundancia de documentales que a diario se recomiendan sobre asesinos, narcos, mujeres desaparecidas y otros crímenes que alimentan nuestros miedos, no se haya visto aún la reseña de una historia que brilló como una piedra preciosa desde que supimos de ella por primera vez. Hablo de Los niños perdidos, Lesly, Soleini, Tien y Cristin, los hermanos Mucutuy que fueron rescatados 40 días después de que la avioneta en la que viajaban se estrellara en plena selva colombiana. La madre murió en el accidente y fue Lesly, la hermana mayor, quien cuidó de sus hermanitos con un aplomo que impactó al mundo. El documental desvela la complejidad de la Operación Esperanza, como así se llamó, misión que comenzó a manos del ejército y precisó inexcusablemente de la ayuda de los indígenas para penetrar en un territorio que solo ellos entienden. Hubo de salvarse la desconfianza que los nativos sienten hacia aquel que va armado y, por una vez, en lo que se ha considerado una operación histórica, trabajaron unidos.

Un periodista colombiano de Caracol, Federico Benítez, sirvió de productor de campo para este documental dirigido por Orlando von Einsiedel. Benítez viajó a la Araracuara, zona hostil para el extraño, donde se había ganado la confianza de las autoridades indígenas con un reportaje anterior. Cuando le vieron aparecer de nuevo, aleccionaron a los miembros de la etnia Uitoto para que lo trataran con confianza. Supo entonces el periodista algo que no se había publicado: detrás de ese viaje arriesgado de la madre había una historia de maltrato por parte del padre de los niños, al que los viejos del lugar habían expulsado.

El documental nos conduce al paso humano entre la impenetrable vegetación y reproduce el camino que hubieron de explorar doscientos hombres hasta encontrarlos. Quien nunca perdió la esperanza fue el mayor Rubio, autoridad indígena, que valiéndose de saberes mágicos ante los que debemos superar el razonamiento lógico, encontró a las criaturas casi al borde de la muerte. Los niños habían sobrevivido gracias a los conocimientos que la mayor tenía sobre los alimentos que la selva ofrece. No es la selva un lugar hostil sino un ser sintiente que alberga a las criaturas y las devuelve más sabias. Asegura el mayor Rubio que la selva devolvió a los niños y se quedó en prenda con Wilson, el perro rescatador, que anda ahora entre animales salvajes. Lo han visto.

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