Antígona en la Casa Blanca

Joe Biden culmina su presidencia cumpliendo un deber paternal pero quebrando sus obligaciones presidenciales

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, antes de una declaración en los jardines de la Casa Blanca.Nathan Howard (REUTERS)

Soplan aires de tragedia en el crepúsculo presidencial de Joe Biden. Como la heroína de Sófocles, que rompió la ley de la ciudad para cumplir con la obligación de enterrar a su hermano, el presidente de Estados Unidos ha obedecido a la ley de la sangre en detrimento de la regla democrática y quebrado además su promesa de renunciar al derecho de gracia para librar de la cárcel a su hijo Hunter. Es un...

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Soplan aires de tragedia en el crepúsculo presidencial de Joe Biden. Como la heroína de Sófocles, que rompió la ley de la ciudad para cumplir con la obligación de enterrar a su hermano, el presidente de Estados Unidos ha obedecido a la ley de la sangre en detrimento de la regla democrática y quebrado además su promesa de renunciar al derecho de gracia para librar de la cárcel a su hijo Hunter. Es un regalo para el trumpismo, con el que los demócratas quedan inhabilitados para atacar a Donald Trump por su descarada elusión de la justicia, el perdón de los cómplices de sus fechorías en la pasada presidencia y la venganza que prepara contra quienes le han perseguido ante los tribunales y han pretendido destituirle.

Difícil encontrar un caso tan flagrante de intromisión en la acción de la justicia como un perdón presidencial sin justificación legal ni control parlamentario y judicial. Auténtica reminiscencia del derecho de gracia de los monarcas absolutos, no es extraño que alguien tan habituado a interferir en la acción de los jueces como Trump lo ejerciera de forma vergonzosa cuando perdonó a final de su presidencia a Paul Manafort, Roger Stone y Steve Bannon, tres de sus colaboradores sospechosos de participar en la intromisión rusa en las elecciones de 2016, y sacó de la cárcel a su propio consuegro, Charles Kushner, además de premiarlo ahora con la embajada de Francia. Tampoco es extraño que vaya a ejercerlo ahora de forma multitudinaria con los asaltantes del Capitolio.

Dos presidentes destacan por su uso decente de tal derecho: Jimmy Carter, que perdonó a los desertores de Vietnam, y Barack Obama, a centenares de condenados por delitos vinculados a las drogas. Gerald Ford absolvió a Richard Nixon, culpable del Watergate. George H. W. Bush a los encartados en el caso Irán-Contra, incluido un secretario de Estado. Bill Clinton a Marc Rich, un magnate donante de fondos. George W. Bush a Scooter Libby, jefe de gabinete del vicepresidente Cheney que filtró la identidad de una agente de la CIA.

Quien creyó que Biden iba a ser menos se ha equivocado. Es ancha la amnistía para su hijo Hunter, puesto que incluye todos los delitos que pudiera haber cometido desde 2014. Y preventiva, a la vista de quienes estarán al frente del equipo de la venganza trumpista en el FBI, el departamento de Justicia y la dirección de las 18 agencias de la inteligencia nacional, la CIA entre ellas. Biden está cubierto como Trump por la inmunidad presidencial reconocida por el Supremo, y sabe que el revanchismo se concentrará sobre sus allegados familiares y políticos. Con un perdón tan amplio evita que su hijo siga siendo investigado. Es a la vez el presagio de un amplio perdón para quienes se han destacado en la investigación y persecución parlamentaria y judicial de Trump.

Peor que perdonar a un hijo es perdonarse a sí mismo, que es a lo que Trump estaba dispuesto solo llegar a la presidencia. No lo ha necesitado, puesto que no pesa sobre él ninguna condena federal y están paralizados los procesos de Georgia y Nueva York, aunque en este último ha sido declarado culpable, de forma que ya es el primer expresidente delincuente y el primer delincuente que alcanza la presidencia. Da igual, porque la doctrina legal no permite que un presidente sea inculpado, juzgado, condenado y encarcelado mientras está en ejercicio, ni siquiera en el período entre su elección y su toma de posesión.

Según el Departamento de Justicia, la cárcel y la defensa implican unas cargas que impiden ejercer las funciones presidenciales. Suponen además un “estigma público y un oprobio que también obstaculizarían su liderazgo constitucional”, un argumento desbordado por la realidad en el caso de Trump, puesto que el estigma y el oprobio como presidente convicto persistirán en su imagen presidencial y lastrarán el liderazgo internacional de Estados Unidos.

La estrategia de Trump siempre ha sido la misma, sea en los negocios o en la política. Un juez federal le calificó en una sentencia de 2023 como “un litigante prolífico y sofisticado, que usa los tribunales para vengarse de los adversarios políticos, (…) una mente magistral en la estrategia de abusar del proceso judicial”. Se equivocaron quienes creyeron que podían derrotarle en los tribunales. No funcionó la única apuesta útil, su derrota en las urnas, en la que no supieron vencerle las fuerzas democráticas. El resultado es catastrófico y de largo alcance para la justicia, la separación de poderes y la autonomía de la policía federal. Solo faltaba el gesto de piedad paternal de Biden, porque da la razón a alguien como Trump que desconoce los dilemas trágicos. Ahora sabrán los estadounidenses qué es el Estado profundo y qué significan las interferencias políticas en la acción de la policía y de la justicia.

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