¿Por qué no conseguís luchar?
Tres líderes indígenas de la Amazonia chocan con el muro del negacionismo y la apatía del mundo rico ante la crisis climática y el sufrimiento de los pueblos originarios de América
“¿Por qué queréis oro? ¿Por qué vais lejos a destruir nuestra tierra para conseguirlo?”, preguntó Ehuana Yaira, líder del pueblo indígena yanomami, cuyo territorio se extiende entre Brasil y Venezuela. Patricia Gualinga, líder del pueblo kichwa de Sarayaku, en Ecuador, cuestionó por qué somos tantos y nos movemos tan poco. ...
“¿Por qué queréis oro? ¿Por qué vais lejos a destruir nuestra tierra para conseguirlo?”, preguntó Ehuana Yaira, líder del pueblo indígena yanomami, cuyo territorio se extiende entre Brasil y Venezuela. Patricia Gualinga, líder del pueblo kichwa de Sarayaku, en Ecuador, cuestionó por qué somos tantos y nos movemos tan poco. Txai Suruí, del pueblo paiter, la principal joven activista brasileña contra el cambio climático, fue directa: “¿Hasta cuándo seréis cómplices de lo que está ocurriendo? Porque sabemos lo que está ocurriendo. Así que eso también es elegir un lado. ¿Qué lado vais a elegir?”.
Las tres líderes de la selva amazónica vinieron a España invitadas por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) para un ciclo de entrevistas públicas titulado La selva es mujer, que he comisariado. El ciclo está vinculado a la exposición Amazonias. El futuro ancestral.
En la mayoría de las exposiciones sobre la selva o los pueblos originarios, estos se utilizan como meros modelos estilizados para la mirada extranjera, se convierten en objetos, víctimas del extractivismo de imágenes. En la exposición del CCCB, no. Desde el día cero, estuvo marcada por el cuidado de que no fuera colonizadora: concebida por el comisario Claudi Carreras y el equipo del CCCB junto con líderes y artistas indígenas y no indígenas, así como de otros pueblos tradicionales de las diversas Amazonias, también tiene el mérito de mostrar las ciudades y sus movimientos de denuncia y resistencia a través del arte. Es una mirada desde dentro, lo que supone una enorme diferencia ética y política en tiempos de exterminio. Es como si la selva mirara de frente a los visitantes.
En las entrevistas públicas, las líderes indígenas siempre empezaban con un discurso —o cántico— en su propia lengua. Esta intervención no se traducía al público, como un aviso de que es necesario escuchar más allá de las palabras y de que no todo se puede traducir entre mundos tan diversos; era también una alerta de que hay mucha ignorancia e ideas preconcebidas sobre la Amazonia y sus pueblos. Estimulados por la conciencia de no saber o saber poco, los asistentes recibían una invitación a esforzarse más. Al final, antes de abrir el turno de preguntas del público, las invitadas les formulaban sus propias preguntas, y esperaban respuestas.
Lo que tenían en común las preguntas de Ehuana, Patricia y Txai era la perplejidad ante la apatía de tantos. La apatía de los napë, como los llama Ehuana en yanomami, que significa blanco, extranjero, a veces enemigo. A la pregunta de por qué les gusta el oro, a Ehuana le resultaba imposible entender cómo podían pensar que es bello llevar joyas que, para que existan, causan el genocidio de los yanomamis.
Patricia Gualinga y su pueblo expulsaron de su territorio a una corporación transnacional de petróleo. Les llevó años, pero lo consiguieron. Eran solo 1.250 personas. “Ni siquiera es una escuela de Europa”, dijo a los asistentes. Txai Suruí se asombró del negacionismo, de que la gente finja que puede seguir con su vida como si los fenómenos climáticos extremos como el que azotó Valencia no fueran cada vez más frecuentes y violentos, seguir con su vida cuando Europa come los bueyes de la deforestación de la Amazonia y la soja de la deforestación alimenta a los cerdos de Cataluña.
Cuando miraron al público que las miraba —y más aún al público de la calle que ni siquiera estaba allí para escucharlas—, aquellas que llevan luchando por la Amazonia desde que eran niñas, que han visto como los indígenas morían a tiros o por las enfermedades que hoy traen los mineros ilegales y en el pasado los misioneros, que han sufrido emboscadas o ataques en su casa por parte de destructores de la selva, que han puesto literalmente sus cuerpos en primera línea para salvar la vida de todos nosotros, se quedaron perplejas ante la apatía en un mundo en colapso. Buscaban aliados, encontraron algunos, pero chocaron con una multitud de consumidores en negación que paseaban por las calles decoradas para la Navidad.