Las maravillas de la desinformación

Los bulos se viralizan, pero a menudo los magnifican los grandes medios por prisas, negligencia o interés. El poder produce las trolas más eficaces

Pedro Sánchez, protegido por su escolta durante los incidentes del día 3 en Paiporta.Carlos Luján (Europa Press)

Buena parte de los textos sobre la desinformación son performativos: no solo describen la desinformación, sino que la llevan a cabo, habitualmente entre alertas y lamentos. Señalan, por ejemplo, que la gente no piensa como nosotros porque está mal informada y recurre a explicaciones simplistas. Un ejemplo de performatividad es el informe falso que atribuía los altercados de Paiporta a una ...

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Buena parte de los textos sobre la desinformación son performativos: no solo describen la desinformación, sino que la llevan a cabo, habitualmente entre alertas y lamentos. Señalan, por ejemplo, que la gente no piensa como nosotros porque está mal informada y recurre a explicaciones simplistas. Un ejemplo de performatividad es el informe falso que atribuía los altercados de Paiporta a una trama de la ultraderecha. El presidente del Gobierno y el ministro del Interior reiteraron las mentiras. El uso espurio de un problema real como la desinformación es contraproducente; lo comprobaremos.

Los bulos se viralizan, pero los magnifican los grandes medios: por prisas, negligencia o interés. El poder produce las trolas más eficaces. En tiempos de velocidad y frenesí por el relato, el poder cambia de opinión deprisa y, a menudo, un medio tiene que denunciar como bulo algo que había contado poco antes, normalmente afeando que lo hayan hecho otros. Como el flujo de información nunca se detiene, poca gente se acuerda, y si alguien te manda un pantallazo de lo que has publicado tampoco tiene consecuencias.

Los métodos son conocidos: tergiversar, exagerar, ocultar; aislar lo del adversario y contextualizar infinitamente lo nuestro. Uno de los procedimientos más fascinantes es el magrittiano: se dice que algo no significa lo que significa. Así, leemos en distintos medios artículos casi clónicos y acaso divinamente inspirados, donde se explica que la frase “si quieren ayuda, que la pidan “ del presidente es un bulo porque la expresión literal fue “si necesita más recursos, que los pida”. La distinción sin diferencia inspira una pregunta grouchomarxista: ¿a quién vas a creer: a mí o a tus propios ojos?

En El retablo de las maravillas de Cervantes, unos pícaros llegan a un pueblo y presentan un espectáculo de marionetas. Las maravillas del espectáculo, sin embargo, no son aptas para todo el mundo: los conversos y los bastardos no pueden verlas. Los comediantes anuncian que salen del retablo ratones, leones y osos: es mentira, pero los espectadores no se atreven a decir que no ven nada de eso “por la negra honrilla”. Ahora, después de ver al emperador desnudo pretenden hacernos creer que iba vestido: ¿o es que eres de ultraderecha? El cuajo es admirable, pero nos lamentamos por la pérdida de credibilidad de los medios mientras insultamos la inteligencia de los lectores.


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