Gisèle Pelicot y su pulso contra un país que se resiste al consentimiento

La víctima de las violaciones perpetradas en Mazan ha logrado que la vergüenza cambie de bando y ganar el juicio de la opinión pública

Giséle Pelicot, a la entrada del tribuna donde se juzga a su marido y a otros 50 hombres.Manon Cruz (REUTERS)

Mazan es un pueblo francés de unos 6.000 habitantes, en la Provenza francesa. Ninguno de nosotros lo conocería si no lo hubieran convertido en la cuna de la impunidad sexual de casi un centenar de hombres durante 10 largos años. Desde hace cuatro semanas, lo perpetrado en Mazan acumula titulares, por lo que se desvela a diario en el tribunal francés de Aviñón en el juicio contra Dominique Pelicot y 51 hombres más ...

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Mazan es un pueblo francés de unos 6.000 habitantes, en la Provenza francesa. Ninguno de nosotros lo conocería si no lo hubieran convertido en la cuna de la impunidad sexual de casi un centenar de hombres durante 10 largos años. Desde hace cuatro semanas, lo perpetrado en Mazan acumula titulares, por lo que se desvela a diario en el tribunal francés de Aviñón en el juicio contra Dominique Pelicot y 51 hombres más acusados de violar a Gisèle Pelicot. Gisèle decidió que la vergüenza cambiara de lado y ya no podremos olvidar la fortaleza inconmensurable de esta mujer de 71 años, que convencida de hacer justicia, decidió que el juicio contra esos depredadores fuera público.

Estoy convencida que, de no haberlo hecho, el entorno de los acusados la hubiesen querido dañar filtrando sus datos o imagen. Todos sabemos que este tipo de juicios mediáticos se celebran en dos estadios: en sede judicial y ante la opinión pública. Gisèle ha logrado ganar ya en el segundo, siendo eso especialmente difícil en un país dónde tanto derecha como izquierda se aliaron en discursos anticonsentimiento y propederastia desde los años sesenta y setenta y han intentado silenciar a las víctimas, incluso en la era del Me Too.

Como ya vimos en el caso de La Manada, no son pocos los abogados que tejen una estrategia para intentar doblegar la imagen pública de la víctima y convertirla en victimaria. En el caso Pelicot, la protagonista es Nadia El Bouroumi, abogada de dos de los procesados. Ella también ha encontrado una portada diaria para reforzar su marca personal, burlándose de Gisèle y mofándose de sus declaraciones, o del hecho de ser expuesta por haber querido una vista pública. Incluso se la puede ver bailando una canción con referencias al caso. Y su plan ha funcionado: desde el inicio del juicio ha ganado más de 15.000 seguidores, aunque parece que ya tiene una queja formal por su falta de deontología.

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Una se tiene que preguntar si hasta en un juicio de este tipo, dónde el principal inductor de tan deleznables crímenes ha admitido los hechos y ya incriminado a todos los acusados, no es posible proteger a la víctima con un mínimo de dignidad. Gisèle sentenció que se ha sentido humillada cada día en sede judicial y hasta ha tenido que responder a si tenía algún tipo de filia sexual, fingir estar muerta o completamente borracha.

Entre los presuntos autores, un militar de 22 años habría preferido ir a violar a Gisèle que asistir al nacimiento de su bebé. Otro, eligió no violar a Gisèle pero sí aprender las tácticas del maestro Dominique para violar a su pareja en 13 ocasiones. Otro de ellos dice que el marido puede hacer lo que quiera con su mujer y que, por lo tanto, ella consintió. Muchos otros dicen que no sabían que ella no quería. Pero decidme, si para casi 50 hombres es razonable pensar que un cuerpo inerte puede consentir, ¿Cómo no va a ser imprescindible el consentimiento afirmativo? El silencio sepulcral de las magas del deseo se ha hecho escuchar durante casi un mes, sin respuesta.

En España, antes de la reforma operada por la ley del solo sí es sí, estos hechos se habrían enjuiciado como un abuso sexual, ya que la anterior regulación entendía que cuando se está privada de conciencia opera directamente un abuso sexual. Así lo entiende también el alcalde de Mazan, quien dice que el hecho no es tan grave porque la víctima no era consciente de los hechos. La medicina forense nos ha enseñado que las víctimas de sumisión química sufren, si cabe, más que las conscientes: no recuerdan qué pasó e imaginan los múltiples escenarios de lo que hubieran podido hacerle sin conciencia. No hay ningún recuerdo dónde agarrarse.

Mientras tanto, en Mazan, algunos de los hombres, entre los cuales está el propio alcalde, consideran el hecho menos grave, ya que no implica menores de edad, ni la muerte de ninguna persona y concluyen que ya se ha hablado demasiado del tema. No lo viven así algunas de las mujeres del pueblo, que sienten la inquietud en sus carnes por la falta de identificación de más de 30 hombres que habrían participado en las violaciones. Y, hasta algunas de ellas, se están yendo del pueblo en búsqueda de su seguridad.

Estos días se estrena Soy Nevenka, la primera de todas nosotras en dar la cara públicamente en un juicio mediático y en recibir una condena judicial. Esperemos que Gisèle obtenga justicia social, a diferencia de Nevenka, quién se tuvo que exiliar por la incomprensión de un pueblo que llenaba plazas bajo el grito de “a mí nadie me acosa si yo no me dejo” o de un condenado que dice que romperá su silencio —a pesar de no haber perdido nunca el acceso a los micrófonos—, acogido por 300 vecinos.

Espero que, a pesar de la lentitud de los juristas y las gentes que prefieren negar que algunos puedan hacer estas monstruosidades, Nevenka y Gisèle reciban el cariño de todas las personas que no permitiremos este tipo de violencias ni que las víctimas lo vivan en soledad.


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