México-España: equidistancia imperial y vergüenza ajena

Tan ridículo es pretender que Felipe de Borbón tuvo algo que ver con la matanza de Tóxcatl de 1520 y debe pedir disculpas por ello, como presumir de que el imperio español fue una comuna multicultural y humanista

La presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum, durante su discurso en la inauguración del Museo Vivo del Muralismo en Ciudad de México (México), el pasado 25 de septiembre.Raquel Cunha (REUTERS)

No seré el único ciudadano al que le domina una vergüenza ajena equidistante y transoceánica entre Madrid y México. No tanto en el lío diplomático de invitaciones y protocolos en torno a la toma de posesión de la presidenta Sheinbaum, donde tengo claro quién es el ofensor (México) y quién...

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No seré el único ciudadano al que le domina una vergüenza ajena equidistante y transoceánica entre Madrid y México. No tanto en el lío diplomático de invitaciones y protocolos en torno a la toma de posesión de la presidenta Sheinbaum, donde tengo claro quién es el ofensor (México) y quién el ofendido (España), sino en el raca-raca sobre las guerras de nuestros antepasados, que ha degenerado en dos posiciones absurdas de las que nadie quiere apearse. Tan ridículo es pretender que Felipe de Borbón o cualquier otro español vivo tuvo algo que ver con la matanza de Tóxcatl de 1520 y debe pedir disculpas por ello, como presumir, a estas alturas del siglo XXI, de que el imperio español fue una comuna multicultural y humanista que enseñó a los pobres americanos a hacer tacos con carne de cerdo en vez de humana.

Es este un caso raro de equidistancia por derrota de la razón. No se trata de que ambas posturas sean antagónicas y haya que reconciliarlas en un justo medio. Ambas son absurdas por igual y representan lo peor del nacionalismo cerril. A la élite mexicana que se duele porque el rey de España no le pide perdón se le podría responder que los problemas de México no vienen del día en que Cortés quemó las naves. Los políticos actuales no pueden desviar la atención con tanta grosería, echando el balón fuera del país, tan lejos que llegue a España y confiando en que se vuelvan las miradas hacia allí para ver cómo regatea el Gobierno de Madrid. La historia reciente de ambos países está demasiado entreverada, hay demasiados intereses, afectos, deudas de gratitud (los demócratas españoles no deberíamos olvidar nunca que al ataúd de Manuel Azaña lo envuelve una bandera mexicana, por ejemplo) y retos de presente como para perder el tiempo en estas idioteces.

Pero si algo le tengo que reprochar a Andrés López Obrador y a Claudia Sheinbaum es que hayan dado alas a los plastas de la imperiofilia, que andan sacando pecho y chupando cámara. Llevamos años aguantando una monserga que creíamos enterrada en los manuales de la asignatura franquista de Formación del espíritu nacional. Eso de que España fundó universidades y llevó imprentas e inauguró el derecho humanitario con la escuela de Salamanca. Con la verdad también se miente, y esos datos ciertos perpetúan una propaganda nacionalista que habíamos extirpado del debate hacía mucho tiempo. Algunos incluso presentan la Inquisición como una especie de Médicos sin Fronteras. En fin. Pronto será la Fiesta Nacional española. A ver si la tenemos en paz y no nos despiertan con más tonterías.

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