Lo de siempre

No es normal que alguien vaya encapuchado a un estadio, no puede ser normal que unas oposiciones se celebren con gateras por las que hacer trampas desde dentro

Algunos seguidores del Atlético de Madrid encapuchados en las gradas del estadio Cívitas Metropolitano, este domingo.Ana Beltran (REUTERS)

Se aplazaron unas oposiciones porque se habían filtrado las preguntas del examen y corrió un rumor de indignación, pero no de sorpresa. No significa que eso ocurra de manera generalizada, ni siquiera que ocurra las más de las veces. Significa que no era ni mucho menos la primera vez que sucedía en un proceso de selección del personal, de manera que el episodio causó estupor aunque no puede decirse que sorprendiera a nadie. ...

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Se aplazaron unas oposiciones porque se habían filtrado las preguntas del examen y corrió un rumor de indignación, pero no de sorpresa. No significa que eso ocurra de manera generalizada, ni siquiera que ocurra las más de las veces. Significa que no era ni mucho menos la primera vez que sucedía en un proceso de selección del personal, de manera que el episodio causó estupor aunque no puede decirse que sorprendiera a nadie. Es curioso que parezca que vivamos en la sociedad del sobresalto si muchas veces lo que nos pasa es lo de siempre.

“Lo de siempre” es una letanía por la que se acaban explicando un montón de cosas. En un estadio de primera división, por ejemplo, un grupo de individuos permaneció con la cara cubierta y lanzó objetos contra el portero rival. Al acabar el partido, los jugadores del equipo local fueron a aplaudir a los aficionados de esa misma grada, en señal de reconocimiento o de gratitud por algo. No está claro por qué. Causó estupor, pero no sorpresa. Lo que había pasado en ese estadio no era la primera vez que pasaba y, si no era lo de siempre, era lo de tantas otras veces.

A menudo nos conformamos con explicaciones demasiado sencillas. Sucede cuando se produce un avance científico de relumbrón y nos decimos: cómo avanza la medicina. No. La medicina, no. Avanza un grupo concreto de médicos que lo intentó, que fracasó, que persistió y que, con un dinero puede que escaso y a costa de sus desvelos, logró un remedio por el que quizá nunca serán reconocidos. Las cosas las hacen gentes concretas.

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Lo mismo se da con aquello que nunca cambia y que, si acaso, ya cambiará con el tiempo, como si el tiempo fuera un sujeto. El tiempo somos usted y yo: los que decidimos qué hacemos con nuestras indignaciones y en qué las aprovechamos en cada ámbito. En el deporte no es normal que alguien vaya encapuchado a un campo, por citar un caso. En la convocatoria pública de empleo, por citar otro, no puede ser normal que una corporación pública celebre oposiciones en las que se encuentren gateras por las que hacer trampas desde dentro.

Eso puede que sea lo de tantas otras veces, hasta que deje de serlo. Hasta que quienes mandan en cada sitio lo paren o sientan que no tienen más remedio que pararlo, aunque sea por vergüenza. Ya que nos han quitado la capacidad de sorpresa, que nos quede al menos la esperanza de que aún se puede hacer algo con la ingenuidad.

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