Septiembre

Este mes tiene su parte de verano y de otoño, de fervor y calma, de nostalgia y complicidad con el presente

Una persona con paraguas camina entre las sombrillas de la playa de San Lorenzo, en Gijón.Paco Paredes (EFE)

A veces son muy peligrosos los días convencidos de sí mismos. Nadie va a discutir los atractivos del verano. Pero es todo un riesgo que la boca se nos llene de palabras hermosas, el buen tiempo se convierta en un laberinto de doctrinas y el calor se vuelva quemazón, las vacaciones colapso de turistas y la libertad de las carreteras en un interminable atasco...

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A veces son muy peligrosos los días convencidos de sí mismos. Nadie va a discutir los atractivos del verano. Pero es todo un riesgo que la boca se nos llene de palabras hermosas, el buen tiempo se convierta en un laberinto de doctrinas y el calor se vuelva quemazón, las vacaciones colapso de turistas y la libertad de las carreteras en un interminable atasco. Las obras, las asignaturas suspendidas y las noches de insomnio en las ardientes ciudades vacías pueden ser también protagonistas del verano. Por otra parte, nadie debe negar los bellos placeres del otoño, una suave conciencia de que la vida pasa y la memoria forma parte de nosotros hasta llenar de buenos sentimientos los jardines, los armarios y los álbumes fotográficos. Pero las sedas del día no tardan en vestirse con tejidos ásperos, los despertadores muerden con sus colmillos laborales y los autobuses corren hacia el frío del invierno. Son peligrosas las verdades afables convertidas en dogmas.

El mes de septiembre es por esto un buen aliado en el calendario. Tiene su parte de verano y de otoño, de fervor y calma, de nostalgia y complicidad con el presente. Lo sabemos desde niños, cuando los buenos recuerdos se vestían de curso nuevo y las playas o las piscinas se transformaban en saludos amistosos ante las puertas del colegio. Un año más era una forma de ir haciéndonos mayores en el mejor sentido de la palabra. Septiembre invita a volver sin regresar del todo, contar las cosas que no han terminado de pasar, seguir con los viajes en el propio domicilio, volver al trabajo sin hundirse en la disciplina de las agendas y en las antipatías de las mesas acuciantes, unas profesionales de su propia rutina.

El mundo sólo entreabierto es aconsejable cuando nos dominan las costumbres que suelen abrirse del todo a los dogmas y la crispación. Ya sé que hay septiembres malos. Pero se trata de empezar con buena voluntad este curso nuevo.

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