Mal que no ves, corazón que sí siente
¿Qué es lo siniestro en nuestras sociedades? Lo que sucede en Gaza no es siniestro, es aterrador. Lo siniestro es nuestra actitud ante el dolor de los demás, nuestra forma de dividir el mundo en buenos y malos
Con la cara descompuesta, María desciende lentamente la escalera que conduce al patio. Está desorientada. Con la mirada perdida, hace esfuerzos por sentarse en los escalones. Al hacerlo, se cubre la cara con ambas manos. No puede creerlo. Ha dejado detrás de sí una vida que, de pronto, le vuelve de frente, pero con la distancia que le permite verse a sí misma. Jean Baudrillard lo llamaría un retour-image o “imagen retornante”: su efecto consiste en volver golpeando y ponernos ante los ojos una perspectiva que, p...
Con la cara descompuesta, María desciende lentamente la escalera que conduce al patio. Está desorientada. Con la mirada perdida, hace esfuerzos por sentarse en los escalones. Al hacerlo, se cubre la cara con ambas manos. No puede creerlo. Ha dejado detrás de sí una vida que, de pronto, le vuelve de frente, pero con la distancia que le permite verse a sí misma. Jean Baudrillard lo llamaría un retour-image o “imagen retornante”: su efecto consiste en volver golpeando y ponernos ante los ojos una perspectiva que, por cercanía, no veíamos. A María le golpean las consecuencias presentes de la violencia del pasado no porque la hubiera reprimido y de pronto se haya hecho manifiesta, sino porque es consciente de lo que ha vivido, de dónde ha estado y de cómo ha podido afectarle: “Esa fue la primera vez que mi madre se dio cuenta de lo que había sufrido y la suerte que tenía de vivir. Y también de lo traumatizada que estaba, aunque no lo mostrara”.
La escena pertenece a la serie griega Maestro, en castellano titulada Sinfonía en azul (Papakaliatis, 2022), en la que María es consciente de los malos tratos que ha sufrido después de ver en otras personas el daño. María, sollozando, musita: “Dios, ¿qué he sufrido?, ¿qué le dejé hacerme?, ¿qué he sufrido?, ¿cómo voy a ponerme bien?, ¿qué he sufrido, Dios?”. María recuerda todo, de modo que si la “imagen retornante” la golpea es porque ahora sabe interpretar lo que siempre tuvo ante los ojos. Este conocimiento la asusta y la angustia. El daño es mucho más profundo del que creía no solamente porque la ha marcado, sino porque ha condicionado un modo de hacer y de comportarse durante años. Al “ver” por primera vez, su vida misma ha cambiado o, como dijera Sigmund Freud de lo siniestro al analizar la etimología del término Unheimlich, de pronto lo familiar, lo que para ella era normal, se vuelve extraño. Hay que ser muy valiente para seguir una vez que se han abierto los ojos.
Ligado a la superstición y a antiguas creencias, el concepto de lo siniestro se suele entender como lo reprimido o lo oculto que retorna: “Lo siniestro no sería realmente nada nuevo, sino más bien algo que siempre fue familiar a la vida psíquica y que sólo se tornó extraño mediante el proceso de su represión. Y este vínculo con la represión nos ilumina ahora la definición de Friedrich Schelling según la cual lo siniestro sería algo que, debiendo haber quedado oculto, se ha manifestado”.
No quisiera contrariar a Freud, a su lectura de Schelling, y a todos los que han seguido esta concepción, pero a la vista de lo que le sucede a María me gustaría proponer, en relación con el mal y el daño, otra definición de lo siniestro: “Aquello que, siempre a la vista, no se ha percibido e incluso se ha normalizado hasta que algo o alguien nos descoloca y somos conscientes de lo que vemos, de tal modo que lo normalizado se resquebraja y lo que era familiar deviene extraño”. Esta es, por ejemplo, la cuestión de las películas de terror: la aparición del fantasma nos da miedo, pero lo que es realmente inquietante es saber que siempre han estado ahí sin que los viéramos.
El problema, por seguir las reflexiones de Freud en su texto de 1919, no es que tengamos miedo de que nos arranquen los ojos y por eso el personaje de Coppelius de El hombre de arena de E. T. A. Hoffmann sea “siniestro”, como indica el austríaco al analizar el cuento, sino que, por vez primera hacemos uso de nuestros ojos. Y vemos. De ese modo, todo lo que era normal muestra que nunca lo fue.
Lo siniestro no se entendería como una categoría estética relacionada con la literatura, sino que caería dentro de una dimensión epistémica: supone un cambio en la mirada que pone al descubierto los sesgos con los que hemos estado entendiendo el mundo, es decir, no es algo que debiendo quedar oculto se ha manifestado, sino que está siempre manifiesto, pero no hemos visto. María experimenta lo siniestro en su propia vida. Lo recordaba todo, nada había de reprimido, sabía del daño de la situación y, sin embargo, no sabía de la profundidad del mal. Hasta ahora.
Como categoría estética, Freud dice no haber vivido nunca lo siniestro, pero como categoría epistémica todos alguna vez lo habríamos vivido o deberíamos hacerlo cuando nos damos cuenta de lo que hemos normalizado, como le sucede a María. Este conocimiento lo cambia todo. Nos puede paralizar pero también nos abre la posibilidad del cambio y se transforma en una categoría política: aunque no veamos el mal, este sigue teniendo efectos que sólo se pueden combatir con conciencia.
Discúlpeme, por favor, por el desarrollo teórico anterior. Viene ahora la pregunta de aplicación práctica: ¿qué es lo siniestro en nuestras sociedades? ¿Qué males no vemos que los corazones sí sienten? La realidad deviene extraña cuando somos conscientes del mal que hemos normalizado y del daño que hemos justificado: el del maltrato, el de la negligencia, el del abuso, el que sufre María, pero también hay otros, cotidianos, insidiosos, a los que nos hemos acostumbrado.
Lo que sucede en Gaza no es siniestro, es aterrador. Lo que es siniestro es nuestra actitud ante el dolor de los demás, nuestra forma de dividir el mundo en buenos y malos. No es siniestro el asesinato de un niño de 11 años, sino las condiciones mentales, sociales y morales que han llevado a alguien a cometer este crimen. Lo que es siniestro son nuestros modos de actuar y de convivir que repetimos y de los que no somos conscientes porque apuntan a cristalizaciones del mal que hemos aceptado. Se podrá preguntar qué es el mal y si es consustancial al ser humano. Ciertamente, la vida no está exenta de dolor, de momentos difíciles que parecen o son insuperables, de males necesarios relacionados con nuestra naturaleza vulnerable (la muerte, la enfermedad) o con aquellos que surgen de los desencuentros entre seres humanos, pero lo que no es necesario es nuestra manera de afrontarlo y de actuar en consecuencia. El mal es, por tanto, una forma de relación.
Decía Hannah Arendt, contra Immanuel Kant, que el mal no tiene raíces porque quien se deja llevar por él se limita a vivir en la superficie de los acontecimientos sin llegar nunca a penetrar en ellos. Ahora bien, que pasemos por encima de los hechos sin pensar en ellos no quiere decir que los acontecimientos no nos penetren a nosotros sin darnos cuenta y generen un modo de actuar que a simple vista no percibimos. El mal hace rizoma. Horizontalmente, sus ramificaciones circulares generan daños que llevamos incorporados innecesariamente, aunque solo los veamos en las concreciones de los momentos extremos. Sería necesario entonces atreverse a mirar cómo nos hacemos cruces, doloridos, ante los males inextricables de la existencia y cómo, sin embargo, no hacemos nada ante lo que sí podemos cambiar, claro que para esto último, como le sucede a María, hay que ser muy valiente y es posible que duela: un dolor necesario para evitar el sufrimiento gratuito.