Sin tontos en la meseta

El viejo sueño del viaje como elemento de descubrimiento y transformación se trunca. El turista de masas no aspira a cambiarse a sí mismo, sino a su entorno. A mucho peor

Vista de la terraza de Puerto Martina Baar, en la playa de Mera, en Oleiros (A Coruña), en una imagen de su cuenta de Facebook.

El Nobel de Literatura Le Clézio suele decir que ya no sabemos viajar como en aquella época de navegaciones eternas y recorridos tan largos e intensos que uno se transformaba a medida que se aproximaba al lugar elegido e iba descubriendo su significado. Hoy hacemos check-in en segundos o cambiamos de escenario en un clic, pero lo que no cambiamos es de educación. De mala educación.

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El Nobel de Literatura Le Clézio suele decir que ya no sabemos viajar como en aquella época de navegaciones eternas y recorridos tan largos e intensos que uno se transformaba a medida que se aproximaba al lugar elegido e iba descubriendo su significado. Hoy hacemos check-in en segundos o cambiamos de escenario en un clic, pero lo que no cambiamos es de educación. De mala educación.

Un bar de Galicia ha cerrado sus puertas para evitar la marea de turistas agresivos del puente de agosto y lo ha hecho con un lema para recordar: “Si cae una bomba en Mera quedan sin tontos en la meseta”. Alegan los dueños que no pueden más con la mala educación y la prepotencia de la gente invasora frente a un servicio cuidado y escogido que ellos cultivan los 365 días del año, y no solo los dos meses de turba. Bravo por ellos. En Cantabria, el boca a boca en redes ha llevado este verano a miles de personas al Puntal, un arenal bellísimo de difícil acceso y amenazado por el cambio climático que ha tenido que soportar macrobotellones playeros de hasta 5.000 jóvenes y todas sus inmundicias. Otro influencer publicitó las dunas protegidas del Parque Natural de Liencres, donde cada año se intenta salvaguardar el ritmo propio del posado de la arena y su delicada vegetación, para ir con niños a saltar por ellas y hacer el salvaje. De nada.

El turismo se ha convertido en turba y, si en el Mediterráneo estabais acostumbrados, el calentamiento ha hecho más atractivos lugares del norte donde las masas nos pillan desprevenidos. Ojalá volvieran la lluvia, el fresco y el chubasquero al agosto cantábrico, nos decimos. Pero, como no va a ser así, podemos ya sumarnos a la sinceridad del alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, que ha hablado alto y claro y ha trazado una línea entre los turistas que interesan y los que no interesan a su ciudad. Muy valientes sus palabras y su propuesta contra los pisos turísticos.

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¿Nos hemos vuelto cerrados, turismofóbicos, hostiles? A los maleducados, macrobebedores, expendedores de basuras y salteadores de dunas, sin duda.

Todos somos turistas, sí, como todos podemos ser mesetarios y no por ello tontos, pero nada de ello está reñido con el respeto. Y muchos se han empeñado en convertir su viaje en pesadilla para los demás. Si Le Clézio aspiraba a una transformación íntima gracias a la figura del viaje, los tontos de la meseta no aspiran a cambiar ellos, sino a cambiar el entorno que pisan. A mucho peor. Esa es la gran diferencia.

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