Libros heredados

Los lectores escriben sobre las bibliotecas personales, la solidaridad entre autonomías, las fiestas populares y la salud mental en vacaciones

Libros en unas estanterias.Alexander Spatari (Getty)

Había cumplido los años para jubilarse. Su trabajo consistía en atender a clientes y amigos en un despacho instalado en una habitación de su casa. Nunca le apetecía retirarse por cumplir años; le gustaba su trabajo. Su despacho estaba forrado de estanterías de madera de pino hasta el techo, repletas de libros profesionales, de premios Nobel, Nadal, Planeta, Pulitzer, enciclopedias, novelas de distintos temas y escritores. Un día, pensativo, mirando a su alrededor, con unos lentes bifocales en mitad de la nariz, decidió jubilarse para poner orden en su biblioteca. Mandó hacer un sello ex libris con su nombre para marcar sus ejemplares. Quería dejarlos en herencia a sus hijos. Fue acumulando pilas de volúmenes en la mesa para proceder a marcarlos y numerarlos, pero murió sin terminar. Los hijos se repartieron los libros marcados que les interesaban, y los que no quisieron y los que no estaban marcados los metieron en varias cajas de cartón y los llevaron a bibliotecas públicas.

Pilar Valero Capilla. Zaragoza

Falta de solidaridad

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Cierto sector político y social de nuestro país nos anuncia que el acuerdo económico alcanzado por el PSOE y ERC va a conllevar más desigualdad entre Cataluña y otras comunidades. No lo he leído y no sé si es cierto. Lo que sí sé es que en la comunidad donde vivo, Madrid, gracias a las decisiones neoliberales de Isabel Díaz Ayuso se gobierna generando desigualdad entre los ciudadanos a través de una política impositiva que perjudica a los más desfavorecidos y premia a los que más tienen. Esto se traduce en hechos que sufrimos a diario, como el deterioro de la sanidad o de la educación. ¿Eso no es falta de solidaridad, Ayuso?

Javier Esteban Fernández. Madrid

Aire de feria

Es tiempo de fiesta mayor en nuestros pueblos. En el campo, la tierra se ha cuarteado y los árboles pierden hojas achicharradas. En las calles, ríos de juventud revientan las costuras de los rincones, tan acostumbrados al vacío. Y le echamos un embuste a la vida del pueblo: nadie se ha ido y todos volvemos a ser quienes fuimos. Pero, en medio del estruendo de petardos y orquestas, se colará otro año más el aire de la feria. Cuando notas su llegada, la piel se eriza y la vida se detiene unos segundos. Mientras saboreas un instante de felicidad, ese aire arrastra un pensamiento frío: todo se acaba. Recuerdas que el pueblo se quedará hueco, el árbol se desvestirá, la tierra será verde y, en un año, volverá a ser feria.

Juan Muñoz. Villanueva de la Concepción (Málaga)

La depresión no coge vacaciones

Cuando la depresión llama a tu puerta, el verano puede ser la peor época del año. Ese parón repentino de una rutina a la que te sujetas para mantenerte en pie desaparece, y el silencio cae sobre ti, como una gran ola del mar al que te marchas de vacaciones intentando huir pensando que, lejos de casa, tu cabeza descansará de esa batalla que se libra a diario en tu mente. Pero la guerra continúa en la playa o en la montaña y, cuanto mayor es el silencio, más grande es el ruido que vibra en tu pecho.

Carla Belda Rubio. Valencia


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