La patosa del ‘breakdance’

Estos Juegos Olímpicos han sido riquísimos en memes, pero también en debates muy actuales

La deportista australiana Rachael Gunn, durante su participación en la competición de ‘breakdance’ en los Juegos Olímpicos de París.Harry Langer (DeFodi Images / Getty)

Supongo que vieron ustedes a la representante australiana en breakdance, una de las disciplinas que introdujo el país anfitrión en los Juegos Olímpicos. Si no lo han hecho, les invito a buscarla y de paso les cuento: una tal Rachael Gunn se presentó en una disciplina que por primera vez tenía oportunidad de ganar el respeto mundial y lo hizo tan, tan, tan pésimamente que su actuación (cero en técnica, en expresión corporal, en creatividad) se ha convertido para muchos en el máximo exponente de esa filosofía tan cercana a la cienciología que aboga por el “si quieres, puedes”.

De la transfobia a la gordofobia pasando por el feminismo, estos Juegos han sido riquísimos en memes, pero también en debates muy actuales. Además, se han celebrado en la capital de la Francia, que ahora mismo tiene el corazón dividido entre ser un país insurrecto y de izquierdas que quiere integrar todas sus culturas y clases sociales o uno de ultraderecha vergonzosamente xenófobo.

No tengo muy claro de qué lado hubiese estado el barón de Coubertin, por mucho que me vendan que los elevadísimos y humanistas principios que supuestamente defendía. A este señor le molestaban mucho las mujeres. Por eso, cuando se le proponía que entrasen en la competición argumentaba: “Es poco práctico, poco interesante, poco agraciado y, no dudo en añadir, inapropiado”. No se asusten: no me voy a poner woke. Comprendo que el barón simplemente era un hombre de su tiempo.

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Confieso, eso sí, que muchos memes wokes (y vi muchos porque estos Juegos yo más que por la televisión los he seguido por la cuenta de Instagram de Eurosport) me arrancaron carcajadas. El primero era una viñeta de Laura Limón en la que se veía a un grupo de féminas frente al televisor animando como hooligans. Al fondo, un hombre en la cocina que le decían a su hijo: “No molestes a mamá. Está viendo la gimnasia rítmica”. Me gustaron también mucho todos los que retrataban a señores más bien entrados en carnes amonestando desde el sofá a un gimnasta por no haber completado perfectamente una rutina o a un atleta no haber corrido lo suficiente.

Esa es, en realidad, la mayor grandeza de los Juegos Olímpicos: nos permiten admirar a personas que han decidido sacrificar sus infancias, sus adolescencias y por ende algunos de los mayores placeres de la vida para ponerse apenas unos minutos frente a un público implacable y hacer que lo dificilísimo parezca facilísimo. Aunque siempre he hecho ejercicio, nunca he sido especialmente deportista: ya tengo bastante con la competición a la que me obliga el mundo capitalista cada día. Tampoco me fío excesivamente de los valores deportivos per se: muchas veces sirven para justificar cosas difícilmente compatibles con los derechos humanos.

Cada vez que veo un meme que reivindica la “valentía” de la australiana pienso en Imane Khelif, quien a pesar de sus logros incuestionables ha tenido que soportar faltas de respeto lacerantes por no ser el tipo de mujer que supuestamente una ha de ser. O en Paula Leitón, quien ha tenido que salir a defender su cuerpo a pesar de ganar un oro en waterpolo.

Leo estos días a mucha gente intentando envolver con espíritu de superación, grandeza y, cómo no, feminismo, la actuación deliberadamente torpe de una australiana blanca privilegiada y encantada de conocerse. Que sea una mujer me importa más bien poco. Cero en simpatía.

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