Bárbaros digitales

La atracción del tecnolibertarismo de Trump o Milei es que no cuestiona directamente la democracia sino sus fundamentos humanistas y liberales

Nicolás Aznarez

Spinoza combatió el populismo extremista que destruía la democracia de su época con un panfleto que tituló “Ultimi barbarorum”. Lo hizo porque creía que la denuncia crítica que ejerce la libertad de pensamiento es la última trinchera de la dignidad humana y la mejor arma para defenderla. Algo que hay que invocar de nuevo: cuando las democracias sucumben en todo el mundo ante una nueva barbarie que corroe sus fundamentos liberales para hacerlas populistas. Esto es, democracias que funcionan sin reglas. Gobernadas por emociones y a impulsos de líderes que, como advertía Spinoza, fomentan una bar...

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Spinoza combatió el populismo extremista que destruía la democracia de su época con un panfleto que tituló “Ultimi barbarorum”. Lo hizo porque creía que la denuncia crítica que ejerce la libertad de pensamiento es la última trinchera de la dignidad humana y la mejor arma para defenderla. Algo que hay que invocar de nuevo: cuando las democracias sucumben en todo el mundo ante una nueva barbarie que corroe sus fundamentos liberales para hacerlas populistas. Esto es, democracias que funcionan sin reglas. Gobernadas por emociones y a impulsos de líderes que, como advertía Spinoza, fomentan una barbarie que impone el imperio de una libertad tan absoluta como dirigida y manipulable.

Las elecciones europeas expusieron a la democracia ante una forma ultimísima de bárbaro digitalizado, que combina autoritarismo y libertarismo y campa a sus anchas a lomos de la desinformación de los jóvenes y el malestar de las clases medias. Un fenómeno que no es exclusivamente europeo, sino que se extiende al conjunto de las democracias liberales. Empezó en Estados Unidos, cuando la “derecha alternativa” aupó a Donald Trump a la presidencia. Desde entonces, ha cosechado éxitos en todas partes. Para ello propone una democracia híbrida que balancea dosis de libertad extrema con un autoritarismo selectivo que invisibiliza las críticas, hace impermeables las fronteras y aplica mano dura con los delincuentes.

Aquí radica la fuerza atractiva de su mensaje. En que no cuestiona directamente la democracia, sino sus fundamentos humanistas y liberales. Los considera desfasados por las circunstancias de un siglo que no se piensa desde lo razonable, sino desde la intensidad de la agonía de saber que el futuro no existe ni permite aplazar las cosas. Por eso, la barbarie híbrida que nos sacude con sus triunfos reclama respuestas que atajen los problemas que proliferan en una época asediada por infinidad de urgencias inmediatas. Una forma de acción política que desecha los partidos y los intermediarios porque conecta en tiempo real sucesos analógicos y activismo digital.

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Esta circunstancia produce una confusión de planos deliberada que desarrolla una performatividad de experiencias colectivas a través de las redes sociales que desestabiliza la psicología política de la gente más vulnerable emocionalmente en estos momentos: los jóvenes y las clases medias. Esta es la razón por la que el nuevo extremismo alternativo adapta sus mensajes a ellos. Lo hace para atraerlos a su redil. Una estrategia habilidosa que entremezcla realidad y simulacro dentro de una excepcionalidad que justifica el autoritarismo de los liderazgos que propugna como solución práctica. De este modo, se generaliza irresistiblemente un fenómeno extremista de masas que funciona como espectáculo digital. Su objetivo es absorber emociones para proyectarlas con furia sobre la política. Algo que a la larga convierte a la democracia en una cámara de eco de sí misma.

Esta extraordinaria capacidad de impacto mediático que tiene nuestro “ultimi barbarorum”, explica por qué está siendo capaz de debilitar tan rápida y definitivamente la democracia liberal. Al someterla a su presión todos los días, ha conseguido que renuncie a la pedagogía y que funcione en la práctica como un reality show. Este es el motivo por el que ha perdido el respeto de la gente. Hasta el punto de que es víctima del ruido ensordecedor de una guerra cultural que, además de hacer imposible la deliberación tolerante y la racionalidad de los consensos, frustra la negociación que legitima las decisiones de la democracia liberal. Sin acuerdos, la democracia se escurre por el desagüe de la necesidad de liderazgos personalistas que combatan los problemas resolutivamente. De este modo, muere el liberalismo al prevalecer la audacia sobre la reflexión; la sorpresa sobre la previsibilidad; la táctica sobre la estrategia y el oportunismo sobre la responsabilidad.

Se vio durante el asalto al Capitolio estadounidense el 6 de enero de 2021 y se verá en el futuro. Entre otras cosas, porque irá de la mano de un uso de la inteligencia artificial (IA) que hará más eficaz la capacidad desestabilizadora de nuestro último bárbaro. No en balde, podrá atentar impunemente contra la veracidad que sustenta la gestión representativa del conocimiento político que, todavía, define la praxis de la democracia liberal como un sistema de gobierno que afirma verdades contrastables argumentativamente y que las urnas refrendan con los votos.

Esta es la razón que explica por qué la derecha alternativa global hibrida autoritarismo y tecno-libertarismo. Un fenómeno que explica que Donald Trump y Elon Musk se alíen y que el primero anuncie que el segundo será su consejero tecnológico si llega a la Casa Blanca. O que el primer viaje oficial de Javier Milei fuese a Silicon Valley, donde tuvo una calurosa acogida de los líderes del ecosistema de emprendimiento tecnológico vinculado a la IA. Quizá porque ofreció Argentina como laboratorio de entrenamiento para las IA fronterizas. Aquellas que pueden acarrear consecuencias maléficas que pongan en grave riesgo el respeto de los derechos humanos.

La convergencia de intereses entre el libertarismo de Silicon Valley y perfiles populistas como Trump o Milei no es nueva. Revela un denominador común que, además de reverenciar a autores como Ayn Rand o Nick Land, defiende una forma de despotismo tecnoilustrado que cree que ha de corresponder a las elites emprendedoras impulsar la aceleración del cambio digital de la sociedad, sin importar el coste social. El avance técnico lo compensará con la extraordinaria prosperidad que creará en el futuro. Para lograr ambas cosas es necesario orden y liderazgo incontestables. Algo que teoriza Peter Thiel, fundador de PayPal y asesor de Trump, cuando mantiene en La educación de un libertario que la libertad y la democracia son potencialmente incompatibles si no hay un líder que las garantice con su carisma. Reflexión que traduce en defender que Estados Unidos sea gobernado por un consejero delegado tecnológico de éxito, pues, si quiere mantener su hegemonía planetaria frente a China, tendrá que convertirse en una plataforma que acelere la revolución tecnológica del país a hombros de monopolios corporativos. Y es que, según el autor de De cero a uno: cómo inventar el futuro, son la forma natural de favorecer el progreso de la humanidad al premiar el genio de los ganadores, mientras que la competencia y la democracia, con su exceso de reglas y principios éticos, son las limosnas que compensan el fracaso de los mediocres.

Con estos mimbres ideológicos no extraña que la Argentina de Milei quiera convertirse, de la mano de Demian Reidel, su gurú libertario en economía y digitalización, en un laboratorio global de experiencias fronterizas de IA. Empezando por la generativa. Si así fuera, la derecha alternativa global tendrá, también, su espacio de ensayo para llevar la IA hasta donde quiera. Quizá convertirla en el arma letal autónoma con la que el “ultimi barbarorum” acabe con la democracia liberal al sustituirla por otra completamente “fake” que sea indistinguible de la primera.


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