Vox, marginado con la alianza pro Putin

Existe una ultraderecha que quiere acordar con los populares europeos y existe una ultraderecha de bloqueo

El europarlamentario de Vox, Jorge Buxadé, atiende la sesión plenaria de la Eurocámara, este miércoles en Estrasburgo.RONALD WITTEK (EFE)

Vox va de patriota español, pero sus decisiones cada vez desestabilizan más en España, con su giro antisistema. No es casualidad que Santiago Abascal haya roto con el Partido Popular en los gobiernos autonómicos por la inmigración, justo después de acercarse a Viktor Orbán en el Parlamento Europeo. Hay una in...

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Vox va de patriota español, pero sus decisiones cada vez desestabilizan más en España, con su giro antisistema. No es casualidad que Santiago Abascal haya roto con el Partido Popular en los gobiernos autonómicos por la inmigración, justo después de acercarse a Viktor Orbán en el Parlamento Europeo. Hay una internacional de ultraderecha que está por la agitación y debilitar el proyecto comunitario —teniendo en algunos casos hasta cercanías con la Rusia de Putin—. Y los partidos que conforman esa corriente son marginados en la Unión Europea.

Basta observar los intríngulis que se cuecen en la Eurocámara, que arrancaba su nueva legislatura esta semana. La sensación que se respiraba en los mentideros de Estrasburgo —a donde fue invitada una servidora— es que Vox tendrá mínima influencia en adelante en las instituciones comunitarias, tras abandonar el grupo del ECR (Conservadores y Reformistas), para integrarse en el de Marine Le Pen y Orbán (Patriotas). Y ello es así porque las ultraderechas empiezan a dividirse en dos corrientes en Europa: las que buscan encontrar salida a sus intereses desde dentro de la UE —como en el caso de Georgia Meloni— y las que quieren dinamitar muchos consensos del proyecto comunitario —como en el caso de Orbán—. Por ejemplo, Hermanos de Italia logró una vicepresidencia en la mesa del Parlamento Europeo, prueba de su creciente integración. En cambio, el Partido Popular Europeo (PPE) aspira a hacerle el cordón sanitario tanto al grupo de los Patriotas, como al de los soberanistas donde está AfD, la ultraderecha alemana, para que no toquen poder en la gestión de la Cámara, o el menor posible.

Así que Vox ha decidido volver a sus orígenes cuando era una fuerza de choque en España y Europa. Y a ello podría estar influyendo la competición con Alvise Pérez. No es raro que, cuando una ultraderecha se integra en el “sistema”, le acaban saliendo rivales: le pasó al Frente Nacional de Le Pen en Francia, con la aparición de la candidatura de Éric Zemmour. En España, Vox se dejó 600.000 votos en las elecciones generales del 23-J, tal que había espacio para una nueva formación parecida. Los gobiernos autonómicos junto al PP cada vez generaban menos ruido, y los de Abascal estaban perdiendo foco.

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El caso es que la cuestión migratoria se antoja clave para el giro político de Vox. A fin de cuentas, la Italia de Meloni está encontrando encaje en la UE: Ursula von der Leyen se abrió a estudiar “estrategias innovadoras” para tramitar solicitudes de asilo fuera de la Unión, justo después de que el Gobierno italiano decidiera hacer algo parecido con los migrantes, mandándolos a centros en Albania. Vox, en cambio, quiere romper con la idea de que se han vuelto establishment, utilizando ahora un tema tan sensible para su electorado, pese a que el eurodiputado Jorge Buxadé coordinó uno de los apartados del pacto migratorio y de asilo europeo.

Ahora bien, estar junto a Orbán garantiza ser mal visto en la Europa actual. Hay un runrún en el Parlamento Europeo sobre que, en verdad, el perfil de agitación —más político que técnico— es el que persiguen los partidos del grupo que lidera el húngaro. E incluso, que quieren una UE fragmentada, que ellos llaman “de Estados soberanos”. De hecho, Vox defiende su incorporación a Patriotas, entre otras cosas, ante la posibilidad de que la UE asuma más competencias como las políticas sociales de vivienda. Nuevamente, existe una ultraderecha que quiere acordar con el PPE —llevándoselo a su terreno—, y existe una ultraderecha de bloqueo.

Precisamente, Alvise Pérez se centra en muy pocos ejes, pero uno es la competición en lo que la extrema derecha tilda de “globalismo”. Es llamativo que tenga un discurso desacomplejadamente más parecido al de Podemos —o al de ciertas afinidades de izquierda populista o ultraizquierda europea— que al de Vox, en la cuestión de Ucrania. El líder de Se Acabó la Fiesta habla del “gobierno corrupto” de Volodímir Zelenski, o afirma que no mandaría soldados a una guerra donde la OTAN podría tener intereses. Los de Abascal, en cambio, se defienden con que no van a retirar el apoyo que en el pasado afirman haber dado al país invadido.

Con todo, Vox tendrá igualmente difícil desmarcarse del aire prorruso que destila su incorporación al conglomerado de Orbán y Le Pen. El presidente húngaro levantó malestar con su viaje a Rusia para reunirse con Putin —viaje que la ultraderecha española no ha condenado en la Eurocámara—, mientras que Le Pen era la candidata por la que algunos portavoces del Kremlin mostraron su simpatía para las elecciones francesas.

El tiempo dirá si a Vox le sale bien su estrategia antisistema, apareciendo marginado con la alianza pro Putin, mientras que Meloni es cada vez más influyente, en su aire proatlantista y proucrania. Aunque claro está, no se puede permitir lo mismo ser la líder de un país fundador y clave de la UE, como Italia, que Hungría o partidos que no gobiernan Estados. Sea como fuere, Von der Leyen logra así ampliar su red de apoyos, arrinconando a quienes intenten desestabilizan a la Unión durante este, su segundo mandato.

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