Politizar el fútbol

Las celebraciones por la Eurocopa tienen un significado político, al mostrar que este equipo llegó al corazón de gentes a los que equipos anteriores no pudieron llegar

Los jugadores de la selección española Lamine Yamal (izquierda) y Nico Williams celebran el gol del segundo en la final de la Eurocopa, el pasado domingo en Berlín.CHRISTOPHER NEUNDORF (EFE)

Oyarzabal empujó el centro medido de Cucurella y el capi Morata, un capi de brazalete y de vestuario, levantó la cuarta Eurocopa. Hubo polémicas, como cuando Unai Simón contó que prefería dejar la política para otros, o co...

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Oyarzabal empujó el centro medido de Cucurella y el capi Morata, un capi de brazalete y de vestuario, levantó la cuarta Eurocopa. Hubo polémicas, como cuando Unai Simón contó que prefería dejar la política para otros, o como cuando parecía que Carvajal hacía un feo a Pedro Sánchez. Pero hubo sobre todo dos chavales, Williams y Yamal, que encendieron un debate, el del papel en la sociedad de los hijos de la inmigración, de los que sufren discriminación, xenofobia y racismo, los africanos, los magrebíes, muchas veces los latinoamericanos. La selección francesa, la inglesa, la alemana, la belga o la holandesa tienen más hijos de la inmigración porque recibieron oleadas de migrantes antes que España y porque en España la mayoría de los niños (y ahora también las niñas), ricos y pobres, quieren ser futbolistas. En el norte de Europa el fútbol, poco a poco, va dejando de lado a los niños de la clase alta o a los que tienen padres que prefieren que no jueguen con niños de otro color.

Williams y Yamal simbolizan lo que una pequeña parte de la sociedad, una parte mayor de la clase política y demasiados periodistas no quieren ver en las calles de España. El hijo de la mujer que saltó las vallas y el niño que podría ser cualquier adolescente de origen magrebí al que se insulta con un “mena”. Su desparpajo, su alegría y su responsabilidad son la imagen que el resto del mundo guardará de esta España futbolística de 2024. Cuando dentro de 50 años haga falta un video para celebrar la octava Eurocopa, saldrá el golazo de Yamal contra Francia y el balón cruzado a la red de Williams para abrir la lata inglesa en la final.

Es una imagen tan potente que ponerse en contra te deja apestando a Vito Quiles, así que muchos periodistas decidieron que el argumento ideal era criticar que el párrafo anterior “politiza” el fútbol, como si el deporte más seguido del mundo y uno de los más jugados, no tuviera un componente político, como si los jugadores croatas no cantaran en 2018, durante el Mundial de Rusia, canciones filofascistas o los franceses que ganaron el Mundial de 1998 no hubieran recibido insultos racistas por parte del padre de Marine Le Pen. El fútbol de alto nivel fue siempre un acontecimiento político. El Real Madrid fue durante años una de las mejores imágenes que el régimen franquista tenía en el exterior, como la Italia campeona del Mundo en los años treinta del siglo pasado fue utilizada por Benito Mussolini o como la Junta Militar argentina se dio un baño de masas con su Mundial de 1978 mientras los gritos de los aficionados silenciaban las torturas a los disidentes en la infame Escuela de Mecánica de la Armada.

Los mismos periodistas que criticaban que se “politizara” el origen inmigrante de Williams y Yamal se hartaron de difundir en redes sociales las celebraciones por la victoria en localidades catalanas y vascas, pero no en las manchegas o andaluzas. Porque en esas celebraciones sí vieron algo que politizar para echar el ascua a su sardina. Esas celebraciones tienen un significado político, al mostrar que este equipo llegó al corazón de gentes a los que equipos anteriores no pudieron llegar. Eso es noticia. Como es noticia que las dos caras españolas más reconocibles para el resto de Europa en este mes fueran las de dos hijos de la inmigración. Porque cuenta una historia, la de un cambio social que se va abriendo paso poco a poco pese al racismo. Entre los convocados para la selección de fútbol que irá a los Juegos Olímpicos de París están Cristhian Mosquera (negro, alicantino hijo de colombianos) y Samu Omorodion (negro, melillense hijo de nigerianos). Dani Olmo o Robin Le Normand (aire meditativo, nombre de caballero medieval) probablemente nunca tuvieron que escuchar un comentario racista. Williams, Yamal, Mosquera y Omorodion deben tener otra experiencia. Mientras haya periodistas y políticos que estigmaticen a colectivos sociales por su origen, su color (Arcadi Espada los ve a todos blancos, pero nunca los verían a todos negros) o su religión, el protagonismo de estos chicos será un acto político. Y bien está que así sea.

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