Parábola de la paloma blanca

Me pregunto cómo resisten los ucranios conociendo el ajetreo en el que viven las democracias europeas, asaltadas por un populismo enamorado de Putin

Eva Vázquez

Me sorprendió darme cuenta de que lo que se bendecía era un sable. (René Guitton)

1. Cuando era niña viví en casa del señor Ventura durante tres años. Era un hombre enérgico, trabajaba en una empresa de torrefacción, servía a la comunidad como bombero voluntario y en sus ratos libres subía a la azotea para cuidar del palomar, una enorme caseta donde criaba palomas de distintas especies. Entre todas ellas, sin embargo, había una paloma blanca con cola de abanico por la que sentía especial cariño. El señor Ventura llegaba incluso a comer con ella en el hombro. Un día, esa pa...

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Me sorprendió darme cuenta de que lo que se bendecía era un sable. (René Guitton)

1. Cuando era niña viví en casa del señor Ventura durante tres años. Era un hombre enérgico, trabajaba en una empresa de torrefacción, servía a la comunidad como bombero voluntario y en sus ratos libres subía a la azotea para cuidar del palomar, una enorme caseta donde criaba palomas de distintas especies. Entre todas ellas, sin embargo, había una paloma blanca con cola de abanico por la que sentía especial cariño. El señor Ventura llegaba incluso a comer con ella en el hombro. Un día, esa paloma domesticada estaba muy tranquila sobre la mesa, descansando entre los platos, cuando de repente salió volando por la ventana abierta. El señor Ventura no consiguió agarrarla. En ese momento pasaba un camión. La paloma chocó contra el parabrisas y cuando regresó a los brazos de su dueño era un cuerpo sin vida. Las 40 plumas de la cola estaban teñidas de un líquido espeso y rojo. El señor Ventura lloró amargamente sobre el cuerpo de la paloma. En medio de su congoja decía: “Era mi mascota de la paz”.

2. Dicen que el origen de esta asociación de la paloma con la paz proviene del Génesis, cuando Noé, después del diluvio, decidió comprobar el descenso de las aguas y el pájaro liberado regresó trayendo una rama de olivo en el pico. Es una imagen muy hermosa, con la paloma como portadora de la noticia del inicio de la bonanza, pero el símbolo unificador no va más allá, pues la idea de paz tiene tantos significados como individuos, naciones e imperios existen. E incluso llega a adquirir significados diametralmente opuestos, según la evoquen adversarios, enemigos y especialmente beligerantes en estado de guerra. En esta tremenda diversidad fue en lo que pensé el 9 de julio, mientras seguía los discursos pronunciados durante la cumbre de la OTAN en Washington.

Después de la música y los cantos, Jens Stoltenberg, comedido pero emocionado, refiriéndose a la cuestión de la guerra en Ucrania, recordó que el apoyo incondicional de la organización en la defensa del país atacado conlleva costes y riesgos para todos. Hizo bien en decirlo, pero no sé si los ciudadanos de Occidente están suficientemente advertidos sobre la magnitud de los riesgos y de los costes. En estos días difíciles que vivimos, debemos pintar con colores vivos la probable realidad que nos espera. Los discursos solemnes que esgrimen principios humanistas, en momentos de tanta violencia, implican fomentar la conciencia de que cuestan bienes y vidas. No es seguro en modo alguno que la paz, esa paloma blanca que los países occidentales tienen en sus manos sin darse cuenta, vaya a seguir viva.

3. Quien puede hablar de costes y de riesgos, y de muchas palomas despedazadas, es el pueblo ucranio. Mientras se celebraba la cumbre de la OTAN y se sucedían las proclamas alentadoras, nunca sabremos cuántos ucranios murieron o resultaron heridos, cuántos tejados volaron por los aires, cuántas centrales eléctricas fueron alcanzadas por las bombas, cuántas alas de algún hospital pediátrico se derrumbaron. Y la pregunta que cabe hacerse es cómo logran resistir sus ciudadanos y, en apariencia al menos, permanecer unidos en torno a la idea de la indivisibilidad de su territorio, dada la magnitud de los sacrificios. Con motivo de la reunión celebrada el 23 de abril en Estrasburgo, capital mundial del libro, Andrei Kurkov, autor de Abejas grises, explicó que el buen humor de los ucranios se mantuvo durante los primeros seis meses, pero que después desapareció del radar de la comunicación porque la población tomó conciencia de que el presente es demasiado áspero y el futuro una incógnita impredecible.

4. Lo cierto es que cabe plantearse cómo resisten, conociendo el ajetreo en el que viven las democracias europeas, asaltadas por el populismo, el extremismo y el movimiento retrógrado representado por una extrema derecha tan enamorada de Putin. ¿Seguirán unidos los países de la UE en torno a la idea de que la supervivencia de Ucrania representa para Europa la supervivencia de sus propios regímenes? ¿Que lo que está en juego es la defensa de la libertad? Es imposible que la duda no llame a sus puertas.

Por no hablar de la inestabilidad circense en la que se han sumido las elecciones norteamericanas, debido a la más que probable amenaza de que Estados Unidos, primer promotor de la resistencia ucrania, pase a ser dirigido por alguien que ve el mundo como un gran mercado donde todo, objetos, hoteles y honra son comercializables dependiendo de quién dé más. Es imposible, por lo tanto, no admirar a un pueblo que resiste y parece creer en socios desarmados cuyas armas, que difieren de un país a otro, no permiten que las balas inglesas sean disparadas por rifles alemanes o polacos.

Cuesta creer que haya un pueblo que resista sabiendo que, en el curso de una sola noche, podría ser alcanzado por más de 40 misiles fabricados con componentes procedentes de Irán, China y Corea del Norte, además de otros procedentes de los propios países occidentales, mientras que los ucranios no tienen derecho a utilizar armas que no sean de fabricación nacional. Sin mencionar que incluso el envío de armas de defensa aérea se interpreta, entre ciertos sectores de los propios países democráticos, como un aumento intolerable de la escalada bélica universal por parte de Occidente. Hay imágenes que no nos permiten conciliar el sueño: ciudades enteras en ruinas, éxodo de poblaciones y gente arrodillada diariamente a los lados de veredas en medio de campos solitarios, inclinándose ante el paso del coche que lleva al cementerio del pueblo a los hijos de la tierra de camino a su última morada.

¿Las razones de ello son sentimentales? Sí, lo son. Para nuestra generación, a pesar de las muchas carnicerías que se están produciendo en distintas latitudes, lo que sucede en Europa del este es un relámpago que ilumina con luz lila una humanidad que ha traicionado los restos del idealismo kantiano que aún perduraban entre los hijos del baby boom. Abrimos la ventana, dejamos volar nuestra paloma para que choque contra el vehículo que pasaba. Aquí la tenemos de vuelta, sangrando, en nuestras manos.

5. Como es natural, solo las almas muy simples, o las muy fanáticas, no dudan ante el camino que ha de emprenderse: ¿aconsejar la rendición de Ucrania y ayudarla a que lo que queda de ella se integre en el mundo occidental, al que sus ciudadanos parecen querer sumarse con tanta vehemencia? ¿O, por el contrario, reforzar con firmeza una colaboración valiente en todos los ámbitos, sabiendo que del lado del agresor hay quienes prefieren emprender un camino sin retorno antes que ceder lo mínimo? En los primeros días de la invasión, cuando la comunicación todavía circulaba con cierta libertad, un diputado de la Duma preguntó al mundo: “¿De qué sirve la Tierra sin una Rusia fuerte?” La respuesta a esta pregunta solo puede darla un conjunto de factores, muchos de ellos sorprendentes con cada día que amanece.

Pero la decisión de los ucranios es la única que importa. Tendrán que decidir por sí mismos, contando cuántos soldados quedan sobre el terreno y sopesando el volumen de promesas incumplidas y proclamas vacías junto con el apoyo constante, real y continuo. Serán ellos quienes valoren hasta qué punto pueden resistir una lucha tan desigual, tan brutal y, por si fuera poco, fratricida. No es esta la primera guerra cruel que se libra sobre la faz de la Tierra en los tiempos modernos, pero es la primera que nos permite rastrear el deterioro de la paloma blanca en tiempo real, y la lección aprendida sobre la naturaleza del crimen armado es avasalladora.

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