El huevo de la serpiente

Durante décadas apenas hubo mensajes eurófobos en España, pero con la extrema derecha en las instituciones y cada vez más medios intentando llamar la atención, esos mensajes empiezan a normalizarse

El líder de Vox, Santiago Abascal, y la presidenta de Reagrupamiento Nacional, Marine Le Pen, participan en un mitin en Madrid el pasado 19 de mayo.Ana Beltran (REUTERS)

Europa vota en 10 días para decidir el rumbo de este continente viejo y cansado, que mira cómo el huevo de la serpiente podría eclosionar en cualquier momento. La Europa política se puso en pie para evitar que los europeos volviéramos a matarnos por decenas de millones, como habíamos hecho dos veces durante la primera mitad del siglo XX. El proceso es lento, requiere equilibrios políticos de muy difícil encaje, decepcionantes en muchas ocasiones. A unos les parece que va demasiado lejos y demasiado rápido. A ot...

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Europa vota en 10 días para decidir el rumbo de este continente viejo y cansado, que mira cómo el huevo de la serpiente podría eclosionar en cualquier momento. La Europa política se puso en pie para evitar que los europeos volviéramos a matarnos por decenas de millones, como habíamos hecho dos veces durante la primera mitad del siglo XX. El proceso es lento, requiere equilibrios políticos de muy difícil encaje, decepcionantes en muchas ocasiones. A unos les parece que va demasiado lejos y demasiado rápido. A otros, que no se mueve. Los españoles hemos sido durante décadas de los más europeístas, porque la Unión Europea fue el faro que nos guio para salir de las tinieblas del franquismo, cuatro décadas después de que nuestros vecinos acabaran con sus fascismos. Ese retraso hace que nuestra relación con Europa sea distinta. También el no tener la culpabilidad histórica del Holocausto y del colaboracionismo con los nazis, pero tampoco la vitamina democrática de haberlos depurado tras la guerra. No somos, como italianos o portugueses, antifascistas como requisito indispensable para ser demócratas.

Tal vez fuimos, durante las primeras décadas como miembros del bloque, ingenuamente europeístas. Ahora, cuando somos un miembro maduro de una unión que empieza a necesitar que tengamos un peso cada vez mayor, vemos llegar la ola parda, también al periodismo. Durante décadas apenas hubo mensajes eurófobos, pero con la extrema derecha en las instituciones y cada vez más medios flaquitos intentando llamar la atención, esos mensajes empiezan a normalizarse.

Esta Unión Europea no sirve a la horda reaccionaria más allá de la derecha tradicional porque no le ayuda a hacer lo que ella es incapaz de hacer, tumbar al Gobierno. O porque cuando en la mayoría de los medios se vende un discurso falso que dice que España es un infierno fiscal, Bruselas recuerda que España debe en realidad recaudar más. No les gusta porque no tumbó ya la ley de amnistía, no bloqueó fondos y validó reformas como la laboral o la de las pensiones. Bruselas hubiera querido una ley de amnistía con consenso, como hubiera querido una respuesta más política y menos judicial al procés catalán, pero sabe ver los equilibrios políticos de cada momento.

Esta Europa es antipática cuando tu plan es la involución. Y contra eso vale todo, también la mentira y la siembra de la semilla eurófoba. Jesús Cacho, mandamás de Vozpópuli, publicó este pasado domingo un resumen perfecto de la decepción de los reaccionarios. Cacho reúne los bulos clásicos: que la Unión asumió nuevas competencias que en realidad no asumió, que va hacia “un federalismo controlado por unas elites burocráticas cada vez menos democráticas (son elegidas de la misma forma que hace 40 años) y más alejadas de los intereses del europeo medio”. Cacho asegura que la legislación europea “se impone a los Estados miembros” (es mentira, estos siempre tienen la última palabra), que esa “burocracia no deja de crecer” (en realidad los sindicatos de la función pública europea llevan años denunciando que los gobiernos encargan cada vez más tareas a la Comisión sin que esta tenga más recursos) o que una materia de “tanta importancia como la inmigración ilegal debería ser competencia de los Estados miembros” porque “son los españoles los que cuentan con la legitimidad necesaria para decidir quiénes, y en qué condiciones, están autorizados a entrar en España”. Y así es. El Gobierno español es libre de repatriar al inmigrante irregular que considere conveniente sin que las autoridades europeas tengan nada que decir al respecto. Puede incluso mandar a la Guardia Civil a darles de hostias en la valla de Melilla y tirarlos al lado marroquí y los comisarios europeos mirarán hacia otro lado. España puede conceder el 90% de las solicitudes de asilo o el 10% y la Comisión Europea tampoco tendría nada que hacer, le gustara más o menos. Cacho repite los bulos de los negacionistas climáticos (“nuevo comunismo travestido de ecologismo”) o de quienes alegan que existe un plan para poner en marcha una economía del decrecimiento.

¿Por qué esta eurofobia? Porque esta Europa liberal y progresista, que intenta todavía evitar el zarpazo de la bestia parda, es el último dique contra sus tentaciones involucionistas.

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