La democracia debe ser turbulenta

Siempre habrá chalados que irrumpan en la plaza y en el juzgado dando berridos, pero ese es un precio desagradable que tendremos que pagar para que existan críticas y disensos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la entrevista del pasado lunes en RTVE.RTVE (RTVE/EFE)

Aunque no creo que sea competencia de un presidente del Gobierno invitar a la reflexión sobre cómo nos conducimos en el debate ―lo ideal, para mí, sería lo contrario: que los ciudadanos motivasen reflexiones a los gobernantes sobre cómo ejercen el poder, no que los administrados se disciplinen y se comporten como si fueran niños revoltosos―, ya que el asunto está en el aire, acepto la invitación y reflexiono. Un poquito, lo qu...

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Aunque no creo que sea competencia de un presidente del Gobierno invitar a la reflexión sobre cómo nos conducimos en el debate ―lo ideal, para mí, sería lo contrario: que los ciudadanos motivasen reflexiones a los gobernantes sobre cómo ejercen el poder, no que los administrados se disciplinen y se comporten como si fueran niños revoltosos―, ya que el asunto está en el aire, acepto la invitación y reflexiono. Un poquito, lo que dé de sí esta columna.

La bronca tabernaria es un peligro para la democracia. Sin un decoro mínimo y una cortesía institucional por parte de los representantes de la nación, la convivencia se va al garete. Pero el extremo contrario supone salir de Málaga y meterse a pies llenos en Malagón: un exceso de aquiescencia lleva a la asfixia totalitaria. Quien calla por no molestar también renuncia a que su voz importe. Puestos a elegir, es muy preferible un exceso de bronca y mal gusto a que los discrepantes no se atrevan a hablar por miedo a ser tomados por hooligans.

Salman Rushdie ―que no es político, pero ha sufrido la denigración y el acoso en grados superiores a cualquier líder contemporáneo, incluido Pedro Sánchez― escribió en su autobiografía Joseph Anton: “La libertad residía en la discusión misma, en la capacidad de discrepar incluso de las creencias más preciadas de los demás; una sociedad libre no era plácida sino turbulenta”. En su nuevo libro, Cuchillo, se reafirma en este credo, que en su caso no es un brindis al sol, sino carne viva y cicatrices. En esta cita se refería a la libertad de los demás para insultarle, no a la suya para escribir.

La democracia no es la gestión del consenso, sino de la turbamulta. Siempre habrá chalados que irrumpan en la plaza y en el juzgado dando berridos (y en el Consejo de Ministros hay unos cuantos que no pueden tirar la primera piedra en ese sentido, pues se han revelado tan buenos fajadores como golpeadores), pero ese es un precio desagradable que tendremos que pagar para que existan críticas y disensos.

Una buena forma de empezar la nueva etapa sería predicar con el ejemplo y no permitir que los ministros entrasen a trapos tuiteros o anduviesen obsesionados por lo que publican sobre ellos. Creo que no pocos españoles estaríamos dispuestos a dulcificar mucho nuestra mirada crítica al Gobierno si este volviese a una agenda legislativa, no se apartara de su rol institucional e ignorase el ruido. No es fácil y el ambiente no lo propicia, pero los ciudadanos lo necesitamos, pues nosotros no podemos dimitir de españoles durante cinco días.

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