Euskadi y su metamorfosis

La sociedad vasca ha cambiado tras el final de ETA y el impacto de la crisis económica, lo que podrá tener su reflejo en las elecciones del día 21

RAQUEL MARÍN

La Euskadi que acudirá a las urnas el 21 de abril se parece poco a la Euskadi que votó en 2012 y que hizo que Iñigo Urkullu fuese elegido lehendakari. Su elección puso fin al único periodo en el que el Gobierno vasco no ha tenido un lehendakari del PNV. Más allá de los tres años en los que ...

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La Euskadi que acudirá a las urnas el 21 de abril se parece poco a la Euskadi que votó en 2012 y que hizo que Iñigo Urkullu fuese elegido lehendakari. Su elección puso fin al único periodo en el que el Gobierno vasco no ha tenido un lehendakari del PNV. Más allá de los tres años en los que gobernó el PSE-EE con el apoyo del Partido Popular, ninguna formación ha sido capaz de cuestionar la hegemonía peneuvista en los más de 40 años transcurridos desde que se celebraron las primeras elecciones tras la transición a la democracia.

Desde que Carlos Garaikoetxea ganase las elecciones de 1980 con el 38,1% de los votos frente al 16,5% que obtuvo Herri Batasuna, no ha habido elección en la que la victoria del partido fundado por Sabino Arana estuviese en cuestión. Ni siquiera en los comicios de 2001, los más polarizados que se recuerdan y en los que más del 78% de los vascos acudieron a las urnas, el PNV ha visto peligrar su victoria: en aquel entonces Juan José Ibarretxe obtuvo el 42,3% de los votos, frente al 22% del candidato del PP, Jaime Mayor Oreja.

La pregunta que todo el mundo se hace es qué ha sucedido para que por primera vez el PNV, partido que ha vertebrado la sociedad vasca y que ha sabido entender en cada momento a una sociedad que parecía evolucionar a su ritmo, vea peligrar por primera vez su hegemonía e incluso el triunfo en las elecciones del 21 de abril.

Hay dos hechos inconexos entre sí de enorme relevancia, que prácticamente coinciden en el tiempo y que determinan el momento actual: el anuncio de ETA del cese definitivo del terrorismo en 2011 y la crisis financiera de 2008, cuyas consecuencias en Euskadi se empezaron a sentir a partir de 2011.

El fin del terrorismo acabó con una etapa negra que determinó el comportamiento de los partidos, la agenda política y la conversación pública de Euskadi durante 40 años. En aquel tiempo todo sucedía alrededor de ETA, no era fácil hablar de redistribución de la riqueza, de política fiscal o de vivienda; la agenda política como tal era casi inexistente.

El final de ETA supone el inicio de un tiempo nuevo que ha modificado la realidad social: de una sociedad cerrada y asolada por la violencia a otra abierta que ha pasado página y vive en paz. Un proceso tan rápido en el tiempo que no ha dejado huella en las nuevas generaciones que se incorporan al voto con cada elección. El terrorismo es un pasado que cada vez condiciona menos las decisiones del electorado vasco.

Paralelamente, la Gran Recesión de 2008 supuso el aumento de la desigualdad y el nacimiento de un nuevo grupo social caracterizado por la precariedad. El proceso de desindustrialización impulsado en las dos últimas décadas del siglo XX supuso la deslocalización de parte de la industria arraigada hasta entonces en Euskadi. La crisis disparó los niveles de pobreza y desigualdad por la gran cantidad de personas que perdieron su empleo. Diez años después del estallido de la crisis, según datos de Eurostat de 2018, el 18% de la población vasca vivía en situaciones de pobreza; el empleo industrial se había reducido un 18% en ese periodo y el valor añadido bruto industrial había caído un 18%. Tres mil empresas industriales manufactureras que existían en 2008 habían cerrado en 2020.

La desaparición de ETA y la crisis económica modifican las preocupaciones de la ciudadanía: el terrorismo deja de ocupar el primer lugar y emergen el empleo, la economía y la vivienda (eran los años de los desahucios) como las cuestiones que deben activar respuestas por parte de la clase política.

La aparición de Podemos, partido que capitaliza el 15-M y que nace para dar respuesta a esta nueva agenda, impacta en Euskadi con su victoria en las generales de 2015. El PNV queda en segundo lugar por delante de EH Bildu, que obtiene casi 150.000 votos menos que Podemos, y del PSE-EE, al que el ganador casi duplica en votos. Emerge así una nueva identidad política hasta entonces invisible: votante joven progresista y no independentista que demanda respuestas a una agenda social que requiere de nuevas soluciones: empleo, economía, educación, vivienda. La agenda política se activa en Euskadi.

En las elecciones al Parlamento vasco de 2016, Elkarrekin Podemos obtiene unos resultados que ya no repetirá: 11 parlamentarios que serán determinantes en la correlación de fuerzas para un Gobierno de coalición en minoría entre PNV y PSE-EE.

A partir de entonces, las sucesivas crisis de Podemos y una estrategia de EH Bildu sostenida en el tiempo hacen que su crecimiento ya no se detenga. El resultado del procés y la dificultad para articular iniciativas soberanistas como Gure Esku Dago (movimiento ciudadano por el derecho a decidir) hacen que el discurso independentista y la confrontación identitaria ya no ocupen la centralidad de sus propuestas. La sociedad vasca no exige pasos en favor de la independencia, pero si valora más y mejor autogobierno.

Las elecciones al Parlamento vasco celebradas en julio de 2020, en plena pandemia, lanzan señales engañosas. El 49% de la ciudadanía vasca se abstiene. Los resultados ofrecen un falso espejismo al PNV, que gana las elecciones y revalida el Gobierno de coalición con el PSE-EE, esta vez con mayoría absoluta, pero que pierde 48.000 votos con respecto a 2016. Mientras, la coalición abertzale (EH Bildu) es la única fuerza política que crece con respecto a 2016, tanto en voto (24.400 votos más) como en escaños (3 diputados más). Por su parte, Podemos pierde 85.221 votos y cinco parlamentarios como consecuencia de la falta de cohesión interna del partido y de un proceso de primarias que terminó con la anterior ejecutiva.

EH Bildu es la fuerza emergente en el Parlamento vasco. El debate de la actualización del Estatuto, impulsado por Iñigo Urkullu al inicio de su mandato en 2012, queda en el cajón, las aspiraciones soberanistas desaparecen de las prioridades políticas. Tras dos intentos el tema desaparece de la agenda del Gobierno y del espacio de confrontación de la coalición abertzale. Nadie se acuerda de la actualización de un Estatuto que, junto con el gallego, es el único que no se ha renovado.

Es durante esta última legislatura cuando EH Bildu consolida su estrategia: transmite una imagen de partido influyente y preocupado por las cuestiones materiales. Deja de lado la reivindicación nacional, atiende a sus votantes más jóvenes y se muestra con capacidad de diálogo, característica que hasta entonces acaparaba el PNV. En Madrid se ubica del lado del Gobierno de coalición y en Euskadi apoya los Presupuestos de 2022 de PNV y PSE.

En todo este tiempo, hay figuras políticas que ayudan a esta transformación del espacio abertzale. Miren Larrion, quien fue candidata a la alcaldía de Vitoria, lideró el auge de EH Bildu en la capital vasca, que se consolidó con la victoria abertzale en las municipales del pasado mayo (Álava será clave el 21-A). La elección de Oskar Matute como portavoz en el Congreso de los Diputados les ha dotado de un sólido discurso de izquierdas en Madrid. Su carisma se hizo sentir en uno de los debates de las elecciones generales del 23-J.

La “paciencia estratégica” de la que habló Arnaldo Otegi en el último Aberri Eguna ha dado sus frutos. EH Bildu cuestiona la hegemonía peneuvista: gobierna 107 municipios, frente a los 94 del PNV y los 12 del PSE-EE. Su votante no duda y la coalición es capaz de atraer a una parte del electorado de su rival nacionalista. La metamorfosis de la sociedad vasca es real; habrá que ver si es traumática para los intereses del PNV.


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