El Brasil de la ceguera cultural

9,3 millones de brasileños son analfabetos, ciegos culturales, los nuevos parias, los condenados al olvido, los que nos seguirán siendo invisibles. ¿Lula hará algo en su tercer mandato como presidente?

Estudiantes brasileños en una escuela en Río de Janeiro, en 2017.Silvia Izquierdo (AP)

Los datos no pueden ser más confiables. Los acaba de revelar el solvente IBGE, el Instituto brasileño de investigación, realizada puerta a puerta en todo el país y que ofrece una radiografía a fondo de la sociedad. Según dicha radiografía, en este momento existen aún en Brasil 9,3 millones de analfabetos totales, algo que, como ha afirmado un editorial del diario ...

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Los datos no pueden ser más confiables. Los acaba de revelar el solvente IBGE, el Instituto brasileño de investigación, realizada puerta a puerta en todo el país y que ofrece una radiografía a fondo de la sociedad. Según dicha radiografía, en este momento existen aún en Brasil 9,3 millones de analfabetos totales, algo que, como ha afirmado un editorial del diario O Globo, debería “avergonzar” al país.

Es cierto que esos millones de analfabetos totales son más bien de adultos, lo que revela la laguna educativa de años pasados cuando a la escuela iban solo los hijos de las familias acomodadas. El resto debía trabajar junto con sus padres para poder sobrevivir. Pero, ¿qué hacer entonces con esos cerca de diez millones de personas analfabetas totales que no son capaces ni de leer un letrero en la calle? Como apunta el editorial, “no se trata ya apenas de educación. Se trata de dignidad”.

Cuando Lula llegó por tercera vez a la presidencia afirmó que venía para crear un nuevo Brasil, más unido, más justo, menos rabioso y más luminoso tras los cuatro años de oscurantismo, amenazas de golpe militar e incitación a una guerra civil del ultra Bolsonaro.

No sé si en el programa educacional del Gobierno de Lula serán considerados esos más de 9 millones de analfabetos totales, aún con edad de poder trabajar. Lula sufrió en su infancia, a causa de la pobreza familiar, el no haber podido estudiar y debe conocer, mejor que el resto de los políticos, el calvario de esos millones de adultos analfabetos totales. ¿Seguirán abandonados a su suerte, escondidos en su vergüenza, sufriendo en silencio su ausencia de dignidad humana?

El dato del IBGE que ha revelado la existencia de los cerca de diez millones de analfabetos totales me ha traído a la memoria la primera vez que pude visitar la Amazonia brasileña arropado por una ONG española. En una de las visitas a una aldea muy pobre conocí a dos hermanas gemelas, de 70 años, que nunca habían salido del poblado. Eran analfabetas. Conversando con ellas me contaron que nunca habían estudiado y que se dieron cuenta de dicha laguna cuando les llegó un aviso escrito desde la ciudad que no podían leerlo. “Nos dimos cuenta, de repente, que éramos ciegas”.

Las dos hermanas reaccionaron y decidieron ir a la escuela “a aprender las letras”. Para ello tenían que caminar a través de la selva a pie diez kilómetros ida y vuelta cada día. Y además no tenían ni cuadernos ni lápices. ¿Una anécdota? ¡No! Un mundo de injusticia y un ejemplo de superación.

Aquellas hermanas a sus 70 años, que con sus manos arrugadas empezaron a escribir las primeras letras que las curaría de su ceguera cultural, son un símbolo de la injusticia social que aún reina en un país rico, donde los políticos despilfarran el dinero, que piensan en sus intereses personales y familiares y quizás ni sabían que existen aún más de nueve millones que, como aquellas dos indígenas de la Amazonia, descubren que son “ciegos” porque son analfabetos.

Es dura e injusta la pobreza material en un país exuberante de riquezas naturales. Y cuando se dice que ha disminuido el hambre, y los políticos lo celebran, se olvidan que la indecencia es que haya aún un solo niño o adulto con el plato vacío de comida. Y junto al hambre material, que a todos nos toca de cerca y más cuando muerde a los niños, debería también escocernos esa masa de hambrientos de cultura, esos analfabetos, excluidos en realidad de la sociedad y a los que les queda aún mucha vida por delante.

“Nunca es tarde si la dicha es buena” reza un refrán popular que puede aplicarse a esos millones de analfabetos brasileños. Más aún en un mundo donde se vive cada vez más. Están condenados a morir ciegos, a tener que humillarse a que sus nietos les lean un papel que no entienden. Son ellos, quizás porque en el fondo de la conciencia nos duele y nos juzgan en silencio, los nuevos proletarios de la era digital, en la que ser analfabeto supone ser ciego no una sino dos veces. Son los nuevos parias, los condenados al olvido, los que nos seguirán siendo invisibles. ¿Hasta cuándo Lula? Como decía una tía mía semianalfabeta, en los tiempos duros de la dictadura franquista en España, “eso no tiene perdón de Dios”.

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