Domingo de Resurrección
Ver un milagro debe parecerse a contemplar cómo un equipo médico cuida a sus enfermos y todas las energías de un gran hospital se concentran para salvarle
El milagro, hoy, volverán a ser las manos de Kevin sobre otro cuerpo herido y cansado. El enfermero levanta las sábanas de la cama y descubre unas piernas envejecidas con la piel blanca, gastada y reseca. Al instante, mientras sigue con la conversación a media voz, se gira, alarga el brazo y rebusca en la caja de cartón, junto al pack de las batas de usar y tirar. Extrae un par de guantes de látex de color azul. Sobre una repisa metálica está el bote de crema hidratante. Lo coge, quita el tapón, lo aprieta. Se llena las manos de crema. Tras advertirle que notará algo de frío, empieza a untar c...
El milagro, hoy, volverán a ser las manos de Kevin sobre otro cuerpo herido y cansado. El enfermero levanta las sábanas de la cama y descubre unas piernas envejecidas con la piel blanca, gastada y reseca. Al instante, mientras sigue con la conversación a media voz, se gira, alarga el brazo y rebusca en la caja de cartón, junto al pack de las batas de usar y tirar. Extrae un par de guantes de látex de color azul. Sobre una repisa metálica está el bote de crema hidratante. Lo coge, quita el tapón, lo aprieta. Se llena las manos de crema. Tras advertirle que notará algo de frío, empieza a untar con el amor de un hijo.
Los cables que van del cuerpo a la pantalla dicen que las constantes vitales —pulso, presión, oxígeno— siguen estables en un box en silencio. Hace un minuto, Kevin le ha acercado un vaso con una cañita para que dé sus primeros sorbos de agua tras la operación. Ahora ya lleva 20 segundos frotándole las piernas a este hombre que él ayer no conocía y mañana hará exactamente lo mismo con el siguiente que ocupará la misma habitación. No puede ser solo cuestión de oficio o su oficio, además del saber técnico, implica también la redentora vocación del cuidado.
—¿De dónde eres?
Levanta la vista sin dejar de trabajar. Me mira con la leve incomodidad de quien responderá para descubrir con elegancia natural que la pregunta debería estar formulada de otra manera. Tiene unos 30 años, no más, y me contesta que lleva dos décadas viviendo en la ciudad donde nosotros vivimos desde siempre. Lo que me está diciendo es que él es tan de aquí como yo porque el país ya es de los dos y, además, evidencia que lo hace mejor con su trabajo. Con una diferencia. Se ha vuelto a llenar de crema las manos y le masajea otra vez las piernas.
No es muy distinto a la paciencia de la enfermera, también latinoamericana, que lo cambia de posición mientras él se queja de dolor o a la que sabe que no es fácil dar con la vena en un brazo manchado, pero toca otro análisis de sangre, y a la primera acierta y evita otros minutos de angustia porque lleva otros 20 años pinchando y su cotidianidad es mejorar la vida de sus pacientes. Es la hora de la diálisis, aquí está la máquina portátil de última generación. Mientras dure el tratamiento, otra enferma esperará para saber si la terapia funciona según lo previsto. “Aunque es una operación de alto riesgo, si en tres días se cura de la infección gracias a los antibióticos, haremos lo posible para operarle”.
Es una técnica infrecuente, explica el cardiólogo. Desde hace unos años lo habitual es que la sonda entre en la arteria con una incisión en la ingle, pero en este caso la única opción es una intervención que únicamente puede realizarse a través de la arteria axilar. En pocos minutos, si todo va según lo previsto, se realizará el remplazo de la válvula. La imagen es suya: al acercarse al corazón, la sonda se expande como una mariposa que despliega sus alas.
Ver un milagro —asistir a esta experiencia concreta de humanidad y profesionalidad— debe parecerse a contemplar cómo un equipo médico cuida a sus enfermos y todas las energías de un gran hospital se concentran para salvarle. Lo hace posible un Estado del bienestar robusto y avanzado como el nuestro, en el que los progresos científicos y una salud pública de alta calidad se ha convertido en un derecho del que pueden beneficiarse todos los ciudadanos sin distinción de clase y origen. Siempre puede ser Domingo de Resurrección. Kevin, ayer como hoy, volverá a entrar en un box como el de mi padre.