Una idea salvadora

Una llave tiene algo de talismán, de amuleto o reliquia, algo de objeto mágico: podría ser la llave que en su día me abriera las puertas del cielo

Una llave en un antigua puerta de madera.Alicia Llop (Getty)

En uno de los bolsillos de una chaqueta antigua, cuando iba en el metro, encontré una llave más o menos híbrida, pues podría abrir cualquier cosa. Al volver a casa, la probé en todas las puertas y no entraba en ninguna. Debería haberla tirado a la basura, pero me resistía a ello porque una llave es una llave. Una llave tiene algo de talismán, de amuleto o reliquia, algo de objeto mágico: podría ser la llave que en su día me abriera las puertas del cielo. En tal caso, pensé, debería dejar dispuesto que me enterraran con ella, o que nos incineraran juntos. La imaginación no paraba de idear situa...

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En uno de los bolsillos de una chaqueta antigua, cuando iba en el metro, encontré una llave más o menos híbrida, pues podría abrir cualquier cosa. Al volver a casa, la probé en todas las puertas y no entraba en ninguna. Debería haberla tirado a la basura, pero me resistía a ello porque una llave es una llave. Una llave tiene algo de talismán, de amuleto o reliquia, algo de objeto mágico: podría ser la llave que en su día me abriera las puertas del cielo. En tal caso, pensé, debería dejar dispuesto que me enterraran con ella, o que nos incineraran juntos. La imaginación no paraba de idear situaciones. Se me ocurrió que quizá alguien (un espíritu benefactor, desde luego) la había deslizado en mi bolsillo aprovechándose de las apreturas del vagón de metro. ¿Con qué objeto? Quizá con el de regalarme aquello que abriera la llave, se tratara de una vivienda de lujo o de un automóvil de alta gama. Lo único que tenía que hacer yo era dar con el piso o con el coche oportunos.

Metido de lleno en esta fantasía, fui probándola, durante el resto de la semana en los automóviles más espectaculares aparcados cerca de mi casa. No funcionó ni en ellos ni en las puertas de los chalés en los que la introduje. En uno de estos chalés, por cierto, me sorprendió su dueño, frente al que improvisé una disculpa que sonó más o menos verosímil. Pero le cogí miedo al asunto, me cogí miedo a mí mismo, cabría decir, y lo dejé. Ahora bien, la llave me quemaba en el bolsillo. No podía ver una cerradura sin que me atacara de nuevo la tentación de usarla. Y el mundo estaba lleno de cerraduras. En cierto modo, el mundo estaba al otro lado de todas esas cerraduras.

Antes de enloquecer del todo, se me ocurrió una idea salvadora: envolví la llave un papel en el que escribí previamente la expresión “mucha suerte”. Me metí en el metro en hora punta e introduje el envoltorio en el bolsillo de la primera chaqueta que se puso a mi alcance.

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