Hablemos de las dedicatorias de los premios

Seguro que hay una forma de que podamos agradecer las cosas solo a una persona sin miedo a quedar mal con el resto del mundo

Asistentes a la Feria del Libro de Madrid hacen cola para una firma de ejemplares.Julián Rojas

Cada vez que abro un libro y lo veo lleno de dedicatorias (a mi padre, a mi hermano, a mi esposa y mi marido, a mi abuela Paquita donde quiera que esté: te amo, abuela), lo cierro escandalizado y enciendo el televisor: es obvio que si se lo dedica a tanta gente es porque cree que jamás le publicarán otro; esa persona, agradeciéndole a todo el mundo su primera obra, nos ha dicho a su manera que también es la última. Nadie se arriesga: hay que arriesgarse. “Este Oscar se lo dedico a mi padre”. “¿Y a tu madre, y a tu hijo?”. ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Cada vez que abro un libro y lo veo lleno de dedicatorias (a mi padre, a mi hermano, a mi esposa y mi marido, a mi abuela Paquita donde quiera que esté: te amo, abuela), lo cierro escandalizado y enciendo el televisor: es obvio que si se lo dedica a tanta gente es porque cree que jamás le publicarán otro; esa persona, agradeciéndole a todo el mundo su primera obra, nos ha dicho a su manera que también es la última. Nadie se arriesga: hay que arriesgarse. “Este Oscar se lo dedico a mi padre”. “¿Y a tu madre, y a tu hijo?”. “He dicho este Oscar en concreto”. Hablemos de las dedicatorias de los premios (de los premios de cine, sí), ese momento turbador en que el premiado agarra el micrófono y repasa a toda la gente que conoció desde parvularios: por qué. Hay que pensar en una persona, una sola, sin que eso signifique que al pronunciar su nombre entierres en la ignominia a todas las demás: hay que confiar, también, en la inteligencia de las personas. Hace años, cuando el arzobispo de Santiago Rouco Varela nos confirmó a los muy cristianos adolescentes de la parroquia de San José de Campolongo y mi madre me compró un polo Lacoste de dos colores (granate y azul marino, parecía un defensa del Barcelona), pasé varias noches dándole vueltas a quién podría ser mi padrino de confirmación, ese que me acompañaría al altar y posaría su mano en mi hombro. Finalmente, elegí a Manoel Coruxo Ferro. ¿Por qué, si ni siquiera era mi amigo? Porque era mi vecino y tenía un Amstrad 464 pantalla verde y un montón de juegos. A las cosas no hay que darles más vueltas. Si yo me presenté ante Dios con mi vecino y un joystick, seguro que hay una forma de que podamos dedicar las cosas solo a una persona sin miedo a quedar mal con el resto del mundo, drama perfecto de nuestro tiempo. “¡Qué pensarán de mí!”. “¡Como si alguien pensase en ti!”.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Sobre la firma

Más información

Archivado En