Mensaje en un yogur

Me compré una almohada nueva y el mismo día de estrenarla me despertó hacia la medianoche una conversación procedente de su interior

Una cama deshecha de madrugada.Jasmin Merdan (Getty Images)

Me compré una almohada nueva, porque la anterior me producía tortícolis, y el mismo día de estrenarla me despertó hacia la medianoche una conversación procedente de su interior. Intervenían tres o cuatro voces, una de ellas infantil y adultas las demás, aunque todas, incluso las de los hombres, resultaban agudas. Cuando abrí los ojos, para comprobar que no se trataba de un sueño, la conversación cesó, como si los participantes se hubieran percatado de mi escucha. Permanecí quieto, imitando la respiración pausada de los que duermen y a los pocos minutos se reanudó. No entendía bien lo que decía...

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Me compré una almohada nueva, porque la anterior me producía tortícolis, y el mismo día de estrenarla me despertó hacia la medianoche una conversación procedente de su interior. Intervenían tres o cuatro voces, una de ellas infantil y adultas las demás, aunque todas, incluso las de los hombres, resultaban agudas. Cuando abrí los ojos, para comprobar que no se trataba de un sueño, la conversación cesó, como si los participantes se hubieran percatado de mi escucha. Permanecí quieto, imitando la respiración pausada de los que duermen y a los pocos minutos se reanudó. No entendía bien lo que decían porque las palabras llegaban a mis oídos deterioradas por el viaje realizado a través de la viscoelástica, material del que me dijeron que estaba hecha la almohada. Pero el tono era tranquilo, semejante al de personas que discuten sobre la resolución un asunto práctico poco importante.

A medida que transcurría la noche, me fui acostumbrando a las voces y empecé a distinguir palabras sueltas que se referían a objetos domésticos como la olla exprés, la lavadora o el extractor de humos, que, por cierto, se había estropeado. Entre ellas aparecía con frecuencia mi nombre. Hablaban de mí, pues, o de alguien que se llamaba como yo, aunque, si la almohada era mía, lo más probable era lo primero. En estas sonó el despertador y tuve que levantarme. Al hacer la cama, palpé la almohada y no hallé nada raro en ella.

La noche siguiente, a la misma hora, comenzó la conversación en el mismo tono y con las mismas personas. Hablaban de nuevo de mí y de algo relacionado con un yogur. Nunca tomo yogur, pero por la mañana compré un pack de cuatro y en la tapa del primero que abrí me tocó un número para un sorteo que gané y cuyo premio era, curiosamente, una almohada, también de viscoelástica, que me enviarán por mensajería. La espero ansiosamente, a ver si en esta recibo al fin un mensaje de trascendencia para la humanidad.

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