tribuna

El sexto sentido (de Fernando Savater)

Cuatro años después y de repente, los nacionalistas españoles quieren convencernos a los demás de que lo que hizo Tsunami Democràtric es un caso palmario de terrorismo

RAQUEL MARÍN

¿Se creían que se habían librado de Fernando Savater? No tan rápido. Hace dos semanas publiqué en estas páginas un artículo en el que trataba de poner en perspectiva la acusación de terrorismo que ha lanzado el juez Manuel García-Castellón contra líderes independentistas catalanes. Argumenté que esta obsesión por asimilar el independentismo al terrorismo se entiende mejor a la luz de los excesos judiciales que se cometieron en la lucha contra ETA, sobre todo en su última fase (cierre de periódicos, ...

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¿Se creían que se habían librado de Fernando Savater? No tan rápido. Hace dos semanas publiqué en estas páginas un artículo en el que trataba de poner en perspectiva la acusación de terrorismo que ha lanzado el juez Manuel García-Castellón contra líderes independentistas catalanes. Argumenté que esta obsesión por asimilar el independentismo al terrorismo se entiende mejor a la luz de los excesos judiciales que se cometieron en la lucha contra ETA, sobre todo en su última fase (cierre de periódicos, doctrina Parot, condena a Otegi, etcétera). Imbuidos de ese mismo espíritu de resistencia y protección del Estado, algunos jueces y fiscales están aplicando ahora la plantilla antiterrorista a los sucesos del procés. El “problema” de esta estrategia es que en Cataluña no se recurrió a la violencia, por lo que hablar de terrorismo resulta un tanto forzado.

Yo pensé que era evidente que cuando no hay violencia o uso de la fuerza, no hay terrorismo, pero Fernando Savater piensa de otra forma. En un medio digital, ha escrito un artículo titulado “Aterroriza como puedas” en el que muestra su discrepancia. Bienvenido sea el desacuerdo. El problema es que en lugar de resolverlo mediante la argumentación, Savater, como de costumbre, pretende zanjar la diferencia descalificando a quien piensa distinto de él, presentando al discrepante, en este caso servidor de ustedes, como un zafio sectario y alguien muy por debajo de él. Lleva haciendo el mismo truco toda la vida.

Les ahorro el resumen de los sarcasmos varios, no tienen mayor interés ni merecen respuesta. El lector morboso siempre puede acudir al artículo original. Vayamos mejor al grano. La argumentación no puede ser más confusa. Se supone que quiere defender que hubo terrorismo durante los acontecimientos de otoño de 2017 y las protestas contra la sentencia del Tribunal Supremo en 2019. Sin embargo, no es capaz de señalar ni un solo hecho que él considere constitutivo de terrorismo. Se limita a hacer una referencia a los “disturbios separatistas”, así, sin más, sin precisar. ¿Desde cuándo los disturbios constituyen terrorismo? En otro momento del artículo se refiere al “miserable Tsunami anticívico” y a “episodios universitarios”. ¿Alguien en sus cabales puede pensar que el boicot a una conferencia, por censurable que resulte, sea terrorismo?

En realidad, ha habido violencia más intensa en las recientes protestas del campo: un tractor se cruzó en una carretera de Burgos para impedir que un coche que venía detrás pudiera adelantarle. El vehículo chocó con el tractor y el conductor (del vehículo) se encuentra herido de gravedad. Al tractorista se le ha detenido y se le ha acusado de conducción temeraria. ¿Piensa Savater que debería haber sido acusado de terrorismo?

En lugar de ir a los hechos, Savater prefiere perderse en generalidades. Según él, “el terrorismo es un instrumento político empleado por unos cuantos ciudadanos para imponer sus reglas a los demás por la vía de la intimidación”. Bueno, esto es cierto del terrorismo, quién lo puede negar, pero también lo es de otras muchas formas de violencia. La misma definición puede aplicarse, por ejemplo, a un golpe de Estado militar: los militares tratan de imponer sus reglas mediante la violencia o amenaza de la misma. Sin embargo, a los golpes militares no los llamamos “terrorismo”.

El problema no reside en la vaguedad con la que Savater habla del terrorismo, sino en la falacia que comete en el paso siguiente. Señala que el método mediante el cual el terrorismo trata de realizar sus objetivos consiste en producir miedo. Bien hasta aquí. Pero a continuación da un paso en falso igualando el terrorismo con toda otra forma de atemorizar a la ciudadanía. Y compara el asesinato terrorista con hacer una pintada, un escrache o cortes en el transporte. Las diferencias entre estos tipos de acciones serían, según él, solo de grado. El argumento es deliberadamente ambiguo, pues parece suponerse que una pintada pueda ser considerada terrorismo de baja intensidad. Esta conclusión, con todo, es inválida, se basa en la falacia de afirmación del consecuente: el terrorismo aterroriza mediante la intimidación; luego toda forma de intimidación es terrorismo. Una cosa es que el terrorismo funcione mediante intimidación y otra bien distinta que toda forma de intimidación sea terrorismo.

En un libro que he escrito con mi colega Luis de la Calle y que se publica esta primavera (Underground Violence. On the Nature of Terrorism, Oxford University Press), examinamos el uso que se ha hecho del término a lo largo de las últimas décadas y ofrecemos un intento de precisar todo lo posible los contornos del concepto, mostrando numerosos ejemplos en épocas y regiones del mundo muy variadas, incluyendo el terrorismo revolucionario, el nacionalista y el islamista. La razón por la que decimos que ETA, el GRAPO, el IRA, Al Qaeda, las Brigadas Rojas, Septiembre Negro, los Tupamaros o Irgun son organizaciones terroristas es porque actúan desde la clandestinidad, sin controlar un territorio propio. De ahí que sus ataques sean sorpresivos, duren poco en el tiempo y los lleven a cabo grupos reducidos de personas. Por su naturaleza clandestina, es posible que, en el límite, un individuo solo (un “lobo solitario”) pueda cometer un acto terrorista, como el ultraderechista noruego Anders Breivik, que acabó con la vida de 77 personas. En cambio, es muy dudoso que un acto masivo (una marcha, una revuelta, etcétera) sea terrorismo, pues el número de personas hace que necesariamente la acción se realice en espacio abierto. El tipo de violencia que se puede producir en una protesta de masas no guarda relación alguna con lo que se considera terrorismo. De hecho, en el movimiento obrero hubo un debate a principios del siglo XX sobre si los atentados individuales de los anarquistas (terrorismo) eran contraproducentes o no para el movimiento revolucionario basado en protestas masivas (y muchas veces violentas) en los centros de trabajo.

Por eso es tan absurdo empeñarse en calificar de terrorista un acto de protesta como el convocado por Tsunami Democràtic en 2019. En España, como en todos los países, ha habido innumerables manifestaciones, concentraciones, etcétera, en las que se han podido registrar disturbios y enfrentamientos. Esa violencia puede ser condenable y penable, pero no hay necesidad de retorcer las cosas llamándola “terrorismo”. Con el terrorismo sucede como con el golpe de Estado. Es un síntoma de nuestros tiempos utilizar esos términos con ligereza. Están tan cargados políticamente que se emplean con el único fin de deslegitimar.

Savater afirma que sabe bien lo que es el terrorismo porque lo ha padecido (como consecuencia de su admirable resistencia cívica ante ETA, añado yo). Ahora bien, ese conocimiento directo no es una buena razón para no estudiar el asunto y, sobre todo, cuidar un poco la argumentación. De hecho, sorprende que con ese sexto sentido que tiene haya tardado cuatro largos años en darse cuenta de que durante las protestas de 2019 hubo actos terroristas. Le ha pasado lo mismo al juez García-Castellón: cuatro años llevando la causa y solo ahora, cuando se anuncia la ley de amnistía, ve la luz. De repente, los nacionalistas españoles han abierto los ojos y quieren convencernos a los demás de que lo que no supieron reconocer durante cuatro años es un caso palmario de terrorismo. Vale ya.


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