El demonio en el Congreso

Esta tarde en la tribuna de invitados de la Cámara baja se sentará una figura espectral, cubierta con una capa negra que solo deja ver dos refulgentes ojos rojos

El hemiciclo del Congreso, en la sesión de apertura de la XV legislatura.Claudio álvarez

Esta tarde en la tribuna de invitados del Congreso se sentará una figura espectral, cubierta con una capa negra que solo deja ver dos refulgentes ojos rojos. Es el demonio de Laplace, un ser con la capacidad de conocer instantáneamente las opiniones de todas sus señorías sobre cualquier asunto y redactar una proposición de ley con el máximo número de apoyos.

En muchas políticas, del aborto al apoyo a Israel, el demonio es inútil. Porque son temas donde solo se puede estar a favor o en contra y no hay un consenso subyacente que el engendro omnisciente pueda sacar a la luz.

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Esta tarde en la tribuna de invitados del Congreso se sentará una figura espectral, cubierta con una capa negra que solo deja ver dos refulgentes ojos rojos. Es el demonio de Laplace, un ser con la capacidad de conocer instantáneamente las opiniones de todas sus señorías sobre cualquier asunto y redactar una proposición de ley con el máximo número de apoyos.

En muchas políticas, del aborto al apoyo a Israel, el demonio es inútil. Porque son temas donde solo se puede estar a favor o en contra y no hay un consenso subyacente que el engendro omnisciente pueda sacar a la luz.

Por eso, muchos diputados se sorprenden al ver al demonio hoy. ¿Cómo nos vamos a poner de acuerdo en el asunto político más divisivo en décadas, la amnistía y el trato jurídico a los independentistas? Pero el demonio sonríe: si un extremo de sus señorías desea una democracia muy militante ―donde se pueda ilegalizar a los partidos con ideas contrarias a la Constitución― y el otro extremo una democracia muy tolerante ―en la que quienes vulneran el orden constitucional son absueltos ipso facto con amnistías a medida― hay mucho espacio para el acuerdo.

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Una vía sería aplicar la máxima de que el orden legal debe amparar las ideas inconstitucionales, pero no las prácticas inconstitucionales. Frente al modelo de Alemania, que prohíbe los partidos con objetivos opuestos a su Ley Fundamental, los españoles aceptamos las formaciones que defienden metas inconstitucionales, como la ruptura de la unidad territorial del país. Pero, a la vez, hemos de reaccionar contra quienes ponen en marcha procedimientos inconstitucionales, como sucedió en Cataluña en 2017.

Entre el viejo delito de sedición ―impreciso y devastador, como una bomba defectuosa― y la nada actual, hay una gradación de tipos delictivos que podrían proteger con garantías la integridad constitucional. Cualquier propuesta dentro de ese abanico sería preferible, para la mayoría de los diputados, a la oferta del Gobierno (eliminación de la sedición e impunidad de la amnistía) y a la de la oposición (vuelta de tuerca al pasado).

Esto es imposible en un Parlamento secuestrado por la dinámica de bloques. Pero debe constar que es la lógica partidista y no la sustancia de fondo lo que impide el pacto. Enmendar la amnistía es fácil. Recomponer la política, una quimera, incluso para el todopoderoso demonio. @VictorLapuente

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