¿Demasiado joven para qué?

Macron, que llegó al Elíseo con 39 años, acaba de nombrar jefe de Gobierno a Gabriel Attal, de 34, que será el primer ministro más joven desde que De Gaulle fundó la V República

El nuevo primer ministro de Francia, Gabriel Attal, a su llegada al Palacio del Elíseo, este martes.STEPHANIE LECOCQ (REUTERS)

Emmanuel Macron se convirtió en jefe de Estado antes de los 40. Llegó al Elíseo con 39 años y acaba de nombrar jefe de Gobierno a Gabriel Attal, de 34, que será el primer ministro más joven desde que De Gaulle fundó la V República, en 1958. En Francia destacan hoy la trayectoria política de Attal aunque, más que eso, destacan l...

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Emmanuel Macron se convirtió en jefe de Estado antes de los 40. Llegó al Elíseo con 39 años y acaba de nombrar jefe de Gobierno a Gabriel Attal, de 34, que será el primer ministro más joven desde que De Gaulle fundó la V República, en 1958. En Francia destacan hoy la trayectoria política de Attal aunque, más que eso, destacan la velocidad de su carrera; o sea, su juventud. El debate es más viejo que la propia República y se detecta en preguntas que, en realidad, son sospechas: si estará preparado, si acumula la suficiente experiencia y todas esas insinuaciones que, en verdad, nunca se han respondido con los años que tenga alguien, sino con su gestión.

A mí me impresionó siempre saber que Albert Camus tenía escrito El hombre rebelde a los 37 años y que le dieran el Nobel de Literatura a los 44. Murió a los 47. Con el tiempo, llegué a la conclusión de que no servía de mucho fijarse en las edades en que los otros cumplieron sus metas porque, más allá de comparaciones, las cosas de la vida dependen de una serie de factores que no pasan sólo por la edad. De hecho, a menudo no pasan ni por lo que uno mismo decida.

Eso sucede con la edad: que da información sobre la trayectoria de una persona pero, por sí sola, ni le quita ni le resta valor. Un político será, en su carrera, lo que demuestre ser con sus hechos; no será los años que tenga. Se puede ser muy reaccionario a los 20 y muy progresista a los 80 y eso, que es tan obvio, vale para todos los campos: para aquellos que temen las manos jóvenes, temerosos de que les cambien el mundo en que se acomodaron y para aquellos que —además de resistirse a pagar los sueldos que los mayores se ganaron con sus horas de trabajo— creen que la juventud por sí sola será garantía de miradas mejores.

Al cabo, la edad dice menos de Gabriel Attal que del sistema en el que ha crecido Gabriel Attal. Dice de él que es un joven audaz, preparado en las mejores academias e hijo de una familia que tuvo los recursos para darle la formación que lo convirtió en primer ministro a los 34 años. Ha sido el más precoz, pero no es el primer joven que llega a una cota semejante en la Francia de las últimas décadas. La pregunta relevante, en Francia y en tantos otros países, es cuántos como él, a sus años, pueden aspirar a un puesto de esa condición en la carrera profesional que desempeñen.

Esa pregunta, claro, puede extenderse a España, donde la edad de emancipación está por encima de los 30 según los datos que dio en verano el Consejo de la Juventud, que alertó de que cuando un español se lanza a la aventura de vivir en solitario ha de invertir en su vivienda más del 80% de sus ingresos. Es remotamente probable, en ese caso, que uno salga de casa de sus padres a los 30 y, en cuatro años, alcance el puesto de primer ministro.

Importan los 34 de Attal, pero más importa lo que puede hacer el resto a sus 34: si los jóvenes o las parejas tienen trabajos en condiciones para emanciparse y si las mujeres que quieran puedan tener los hijos que quieran. Esa es la edad que nos dirá más de una sociedad que los años que tenga su primer ministro. Sabremos así cómo funciona aquello que llamaron ascensor social y eso que aún se llama igualdad de oportunidades y cuya avería, por cierto, ha puesto tantas veces en aprietos a gobiernos como el que ahora preside el que algunas crónicas llaman niño prodigio de la política francesa.

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