La distancia crucial entre la fama y el éxito

Convertirse en viral se ha vuelto una aspiración para mucha gente que toma el éxito como un fin, no como el resultado de un proceso

Un hombre revisa internet y sus redes sociales en un móvil y otras pantallas.Bill Hinton (Moment Editorial/Getty Images)

Hemos confundido, y en parte es culpa nuestra, el éxito con la popularidad, y todo lo que antes era inmaterial e inmensurable se traduce ya en números concretos, que por algo vivimos la época dorada del cuantativismo aplicado a nosotros mismos. Cada cosa que hacemos y pensamos es un Excel en alguna parte, una estadística capaz de predecir nuestros deseos en esta sociedad de los números que complica más aún los anhelos de felicidad: siempre podremos conseguir un número más grande y más redondo. Al cabo, esa es la clave del malestar que trae este capitalismo emocional, que nunca va a saciar a to...

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Hemos confundido, y en parte es culpa nuestra, el éxito con la popularidad, y todo lo que antes era inmaterial e inmensurable se traduce ya en números concretos, que por algo vivimos la época dorada del cuantativismo aplicado a nosotros mismos. Cada cosa que hacemos y pensamos es un Excel en alguna parte, una estadística capaz de predecir nuestros deseos en esta sociedad de los números que complica más aún los anhelos de felicidad: siempre podremos conseguir un número más grande y más redondo. Al cabo, esa es la clave del malestar que trae este capitalismo emocional, que nunca va a saciar a todos del todo.

Somos, cada vez en más ámbitos, los seguidores que tenemos o los likes que recibimos, y así se mide si una cosa va bien o va mal y si funciona, que ahora las cosas ―aunque sean recuerdos― tienen que funcionar como si fueran relojes o freidoras de aire. De todo se podrá exigir un rendimiento para que pueda decirse si triunfa. O si fracasa. Convertirse en viral se ha vuelto una aspiración para mucha gente que toma el éxito como un fin, no como el resultado de un proceso, y que entiende que lo que hace estará bien si llega a un gran público y estará mal si apenas logra la repercusión.

Ocurre, para no ir demasiado lejos, con tantos textos en principio periodísticos, lo que obliga a escribirlos según una nueva jerarquía que se aprende antes en la escuela de datos que en la de periodismo: la que premien los algoritmos. De esta columna, por ejemplo, se dirá si ha funcionado mejor o peor según las lecturas o la difusión que haya obtenido. Y eso buscamos, tan prosaico y a menudo engañoso: un número que diga más de nosotros que aquello que nosotros mismos escribimos.

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Sucedió siempre: que los textos o las canciones o las películas debían hacerse para atraer el interés del público. La diferencia es que antes eso podía pretenderse hasta con las artes de la seducción, buscando maneras creativas que provocaran y despertasen interés. Ahora que todo se mide no hay tiempo de romanticismos. Ahora todo es sexo inmediato: sobra la seducción si la seducción no se consigue en los diez segundos que damos a una canción antes de pasar a la siguiente.

En ese mundo habitamos, en el que cada día hay un nuevo vídeo viral y los algoritmos descubren nuevas famas. Es un mundo ruidoso y volátil, hecho de popularidades fugaces en el que ha cambiado también la incidencia que tienen los referentes, más vinculados ya a la popularidad que al éxito. Por eso importa tanto el valor y el testimonio de figuras como Ricky Rubio, porque demuestra lo que los referentes todavía son: aquellos que, retirados del foco de la popularidad, explican con su ejemplo dónde está el éxito de verdad.

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