Pala y azada para el futuro próximo

El año termina, las guerras en Ucrania y Gaza continúan y, como escribió alguna vez Philip Larkin, toca navegar “hacia un mar implacable / siguiendo una estrella que derrama fuego”

Philip Larkin con Monica Jones, su musa y amante, en 1984.Express (GETTY IMAGES)

El año se está acabando. Atrás quedan la violencia, y el desamparo de quienes perdieron a sus seres queridos. Es el momento de hacer balance, pero no es fácil. Cuesta volver la mirada y recuperar este o aquel episodio para interrogarlos y saber si en algún sitio esconden a...

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El año se está acabando. Atrás quedan la violencia, y el desamparo de quienes perdieron a sus seres queridos. Es el momento de hacer balance, pero no es fácil. Cuesta volver la mirada y recuperar este o aquel episodio para interrogarlos y saber si en algún sitio esconden aunque sea solo una pista que permita tener un poco de esperanza. Casi mejor mirar para adelante sabiendo que no habrá grandes novedades. “Creo que la cuestión es conocer las veces / que debo doblar el espinazo, y dar una palada, / y tengo que insistir durante toda mi vida en el hecho / de que todo vuelva a construirse / con pala y azada”, escribió Philip Larkin en un poema que pertenece a El Barco del Norte (Acuarela Libros). En ese libro hay también un cuento infantil sobre un jinete que dice que cada vez que emprende un viaje todo le conduce “a una nueva emboscada, un nuevo error”.

Una lectura lleva a otra lectura, las narraciones y los poemas y la propia historia son vasos comunicantes que conectan mundos distintos y que amplían el mapa por el que toca seguir maniobrando. Martin Amis murió este año, y en Desde dentro (Anagrama) se ocupa con frecuencia de Saul Bellow, Philip Larkin y Christopher Hitchens. Fueron sus amigos y también sus maestros y, en esa nueva entrega de sus memorias, tira de ellos para volver a explicarse a sí mismo, y para hurgar en lo que significa escribir y leer y vivir. Hay una frase que rescata de una carta que Larkin le escribió a una amiga: “La tuya es la peor suerte, sí. Pero la mía me está sucediendo a mí”.

En la necrológica de Philip Larkin que escribió para Vanity Fair, y que se incluyó en Visitando a Mrs. Nabokov y otras excursiones (Anagrama), Martin Amis explica que se trataba de alguien que “no quería ir a ninguna parte, ni hacer cosa alguna”. Fue un hombre reaccionario, solitario, mezquino. Le gustaba el jazz. “Se ha dicho que nunca tuvo más de una silla en la cocina, para asegurarse de que nadie fuese a comer; o peor aún, para impedir que alguien se quedara en su casa”. Vivió en Hull, en la costa norte de Inglaterra, y trabajó allí de bibliotecario. “No se casó, como es natural, y se ufanaba de su aversión a los niños”, dice Amis. El Barco del Norte fue su primer libro de poemas. En él Larkin alcanzó ese estilo de mirar a las cosas de frente y no hacerse muchas ilusiones, y ya sabía vestirse con una sobria elegancia para enfrentarse a lo peor. A la muerte y la destrucción; sobre todo, al abandono.

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Se acaba 2023. Ahí quedan vivas las guerras en Ucrania y en Gaza, y las que siguen con su estela de destrucción en otros lugares del mundo. La Unión Europea atraviesa momentos delicados y todavía no tiene muy claro lo que quiere ser en un mundo que se transforma dando pasos de gigante. Por lo que toca a España, sale de un año que la ha dejado partida en dos. Así que estamos como ese hombre del poema de Larkin que “camina por un anden solitario”, “esperando inquieto a que llegue el tren / mientras en las calles sopla un viento de perros”. O quizá también como el propio barco que se dirige al norte, “hacia un mar implacable / siguiendo una estrella que derrama fuego”. Así están las cosas: pala y azada para lo que toque hacer. ¡Feliz 2024!

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