Yo no iría
Don Pedro, gobernador del reino, invitó a palacio a don Alberto. Quería hablar de algunas cosas, pero este no quería hablar de esas cosas sino de otras, por lo que se empezó a complicar la cita
Les voy a contar un cuento. Don Pedro, gobernador del reino, invitó a palacio a don Alberto, que no era gobernador del reino porque no quería. Quería hablar don Pedro de algunas cosas con don Alberto, pero este no quería hablar de esas cosas sino de otras, por lo que se empezó a complicar la cita. Y si en el pasado hubo algunos problemas para organizarlas, siempre terminaban por celebrarse,...
Les voy a contar un cuento. Don Pedro, gobernador del reino, invitó a palacio a don Alberto, que no era gobernador del reino porque no quería. Quería hablar don Pedro de algunas cosas con don Alberto, pero este no quería hablar de esas cosas sino de otras, por lo que se empezó a complicar la cita. Y si en el pasado hubo algunos problemas para organizarlas, siempre terminaban por celebrarse, como recordaba en estas páginas Carlos E. Cué.
Don Alberto había dicho que no, sus lugartenientes decían que la invitación era “una trampa”, que le iban a engañar, que mucho cuidadito, mi niño. Trovadores y correveidiles cantaban a las gentes en las plazas lo acertada que era la decisión de no hablar con el gobernador. Después de ir y volver, don Alberto aceptó ver a don Pedro, pero se negó a que fuera en palacio y será en la asamblea que reúne a los representantes del vulgo. Como si don Alberto buscara, al no acudir a palacio, desconocer la legitimidad de don Pedro para gobernar el reino.
Yo no iría, don Alberto, aunque Ignacio Camacho, columnista de Abc, recomendara que exija “un relator” para reunirse con don Pedro. Debe ser un “verificador neutral” que tendría, sobre todo, la labor de levantar “acta de lo que hablen”. Camacho cree que “la palabra (de don Pedro) sufre un cierto déficit” y que “su relación con la coherencia y la voluntad de compromiso está viciada o encaja poco y mal en la costumbre estándar”.
Yo no iría, don Alberto. Haría caso a Isabel San Sebastián. Su columna en Abc llevaba un título cristalino: ‘Feijóo, no vayas, no pactes’. Le hacía un favor a don Alberto con ese título, pues no debía perder tiempo leyendo el resto, como debe hacer este cuentista, que resiste la tentación de abandonar y sigue adelante. Tuteaba San Sebastián a don Alberto para decirle que don Pedro “no te cita a una reunión, te prepara una emboscada de la que saldrás herido o muerto”, un disparo al amanecer y una cruz en Puerta de Hierro. La columnista reconoce que por cortesía institucional don Alberto debería aceptar la invitación, pero que esa cortesía “es ajena” a don Pedro, a quien llama “tramposo” y recomienda a don Alberto que no se le ocurra desbloquear el Consejo General de los Jueces del reino.
Yo no iría, don Alberto. Escucharía a Francisco Marhuenda, que en la fachosfera ejerce como una especie de catedrático emérito, cuando escribía en La Razón que “nada obliga a que el PP sea el tonto útil de este decorado radical y frentista organizado a mayor gloria del PSOE” y le decía a don Alberto que no se preocupara si no se reunía “porque el problema” en todo caso era de don Pedro.
Yo no iría y, sobre todo, no bebería nada que me ofrecieran, don Alberto, porque como bien decía José Antonio Vera, también en La Razón, podría enfrentarse a “una reunión envenenada” y porque “se habla en las cloacas (nunca entendí por qué estos señores se tienen que ir a las cloacas a hablar, cuando podrían hacerlo en un cómodo café al calentito y no en un sitio oscuro, húmedo y apestoso) del dossier explosivo que podría acabar en un medio global”.
Vera le decía a don Alberto que, de ir, vaya “con casco y chaleco antibalas, cazaminas, dragaminas (no dice nada de portaaviones) y todo tipo de armas contra el fuego amigo, pues donde menos se lo espere se encontrará con la trampa de quien tiene sobresaliente cum laude en materia de encerronas, emboscadas, tongos y trampantojos”.
Yo no iría, don Alberto. Y de ir, debería prepararse para morir ajusticiado por don Pedro el engatusador, para terminar siendo una calavera al sol, un escondite de lagartos. Debería despedirse de sus seres queridos y dejar a doña Isabel colocada al frente del partido, porque cuando cruce las puertas del Averno y se oigan tras sus pasos los chirridos de la verja oxidada que da paso al Infierno, cuando empiece a correr la sangre, cuando se inyecten en sangre los ojos de Cerbero, ya solo nos quedará rezar por usted. Yo no iría. No vaya usted.