El ‘Berry’
Empezó en el oficio a mi vera y me dijo que cuando yo me retirara él también lo haría. Ha seguido un año más al lado de Joaquín Sabina y hoy dice adiós después de haber sido también el manager de Paco de Lucía, Pasión Vega, José Luis Perales o Raffaella Carrá
Esta noche, 20 de diciembre, en el Wizink Center de Madrid, despide Joaquín Sabina su gira titulada Contra todo pronóstico. Pone así punto final a una turné que los agoreros presagiaban que no sería capaz de finalizar. Y ya ven: contra todo pronóstico, después de un chorro de conciertos de...
Esta noche, 20 de diciembre, en el Wizink Center de Madrid, despide Joaquín Sabina su gira titulada Contra todo pronóstico. Pone así punto final a una turné que los agoreros presagiaban que no sería capaz de finalizar. Y ya ven: contra todo pronóstico, después de un chorro de conciertos de los que solo suspendió uno —que, visto lo visto en el currículum del maestro, es como decir nada— aquí tienen al ubetense más chulo que un ocho regresando sano y salvo a su reducto de Relatores.
Hay quien sospecha, incluso quien se atreve a afirmar, que esta será la noche del canto del cisne del celebrado artista. Ya veremos. Esperemos que no. Lo que parece que va de veras es la retirada, con cierre de oficinas incluido, de su manager, representante o apoderado José Emilio Navarro Viña, alias Berry, que a lo largo de su vida profesional se ha ocupado de representar, además de a Sabina, a Raffaella Carrá, a Pasión Vega, a Paco de Lucia, a José Luis Perales y a un servidor de ustedes, entre otros.
Hace tiempo que tengo decidido, por razones distintas, no escribir prólogos, pregones ni obituarios, pero en la hora del adiós del Berry, como amigo y afectado directo que soy, rompo una buena costumbre para hacer pública mi gratitud con quien he compartido medio siglo en el mundo del espectáculo.
El apodo de Berry, con el que se le reconoce, es cosa de los colegas del barrio que así lo bautizaron por su parecido con un pistolero que salía en una película del Oeste. No le parecería a nuestro protagonista tan mal el mote ya que con él se quedó para los restos.
Nació en Valencia, en el barri de Quart, en el enclave donde sienta sus reales la falla de Burrull-Socors. Hijo de carniceros, no le atraía la tradición familiar de descuartizar reses y vender al por menor chuletas, vísceras y entrecots, ni tampoco continuar sus estudios más allá del Bachillerato, así que a los 15 años ya estaba dándole al bajo con el Adam Group, un conjunto musical que por los 60 alcanzó cierta notoriedad, sobre todo en tierras del Levante. Más temprano que tarde se desbarató dejando al Berry afincado en Madrid con el propósito de seguir en la música como destino irrenunciable y la necesidad de enrolarse en la banda de Juan y Júnior, más tarde con el Dúo Dinámico y, posteriormente, con otros artistas que puntualmente lo reclamaban.
Nuestros caminos se cruzaron en Barcelona una noche de 1971, cuando el joven Berry, que cumplía como bajista de los Tres Sudamericanos, a punto estuvo de atropellar con su coche a Lasso de la Vega —por aquel entonces mi manager, representante y apoderado— que cruzaba distraído el Paseo de Gracia camino a su oficina-dormitorio, un precioso piso, a mi modo de ver desmesurado para un nómada al que solo pensar en echar raíces le producía urticaria. Lasso, un solterón a quien eufemísticamente llamaban Lasso de la Iberia por la facilidad con la que montaba en los aviones, vivía a salto de mata de aeropuerto en aeropuerto, citaba a los empresarios locales en los bares de las terminales aéreas y firmaba los contratos en servilletas de papel. Pero no perdamos el hilo de la historia y mejor no especulemos.
El caso es que aquella noche, para reponerse del susto y a modo de desagravio, Lasso lo invitó a tomar una copa en su piso y charlando, charlando, le contó que estaba buscando un técnico de sonido para Serrat, algo que a Berry le sonó a música celestial, pues hacía tiempo que le rondaba la cabeza aparcar el bajo y buscarse otra ocupación con más futuro a poder ser dentro del mundo de la música.
Su horizonte artístico menguaba por momentos y andar de bolos con unos y con otros no tenía demasiado porvenir, de modo que, a pesar de que en su vida no había manejado más equipo de sonido que el tocadiscos y el amplificador del bajo, se presentó voluntario para el puesto. Y aquellas Navidades ya estaba con nosotros ensayando en el Teatro Tívoli de Barcelona, donde presentamos el disco sobre poemas de Miguel Hernández. En enero debutaba como sonidista en las fiestas de Sa Pobla y de allí salimos rumbo a América.
Durante los años siguientes, a las órdenes de José María Lasso de la Vega, el Berry fue un aplicado chico para todo: chófer, técnico de sonido, iluminador, pagador o cobrador, según las circunstancias. Era lo que conoce como road manager ejerciendo de representante del representante cuando se daba el caso, algo que ocurría más que a menudo en las giras. Así fue hasta 1975 cuando, mientras estábamos de gira en México, a causa de unas declaraciones mías a raíz de las últimas ejecuciones públicas del franquismo en las que expresaba públicamente mi opinión al respecto, tuve que permanecer un año fuera de España. Lasso desapareció de nuestras vidas y el Berry en plena gira tomó el mando de las operaciones y así, juntos, seguimos hasta la fecha.
Es conocido un chascarrillo de un representante artístico que rezongaba doliente con sus representados que se llevaban sin el más mínimo escrúpulo el 80% de los beneficios de su trabajo. Es una forma de ver las cosas que no ayuda a dar buena imagen de los representantes, managers y apoderados de artistas, más bien hace que se les vea como gente partidaria de ganarse el pan con el sudor ajeno y no como el colaborador que trata de conseguir el mejor contrato posible para el artista, que resalta hasta la exageración las virtudes de sus pupilos, diluye sus rarezas, les cubre las espaldas y hace las cuentas honesta y claramente. Como corresponde, como el Berry.
Si usted tiene previsto acudir esta noche al concierto de Sabina en el Wizink Center es probable que se cruce con él por los pasillos del recinto. Caucásico, el pelo prematuramente blanco al igual que la cuidada barba, de unos 70 años, aunque aparenta menos, 1,80 de alto y 90 Kilos.
Lo descubrirán yendo y viniendo del backstage a la mesa de sonido, inspeccionando los equipos con los técnicos, subiendo y bajando de la sala a los camerinos, siempre controlando la situación.
Exagerado en el gesto y la voz, extrovertido a tope, no se dejen llevar por la primera impresión. Visto de lejos, sin escuchar de que hablan, una conversación trivial del Berry con un prójimo, parecería un amago de agresión cuando no el anuncio del apocalipsis. Pero en la distancia corta descubrirá un valenciano simpático, buena gente, hedonista y curioso que seguramente le caerá bien.
Empezó en el oficio a mi vera y me dijo que, cuando yo me retirara, él también lo haría, que me acompañaría en el adiós y así fue. Me acompañó. Me acompañó en el sentimiento, amén, el día que Sabina le dijo que tenía disco nuevo y que quería salir de gira.
No hay reproche, aunque lo parezca. Todo queda en familia y en realidad cumplió su palabra. Con un año de retraso, pero cumplió. Y me alegro y lo siento a la vez.
Me alegro por Joaquín, que lo tuvo a su lado en esta difícil gira que hoy concluye, y lo siento porque da un paso al lado una persona honesta que trató de hacer mejor el mundo del espectáculo que se encontró.
Buena suerte, Pepe. Cierra la oficina, pero conserva a Helena, que sin ella no somos nadie y quién sabe donde nos llevarán los vientos mañana.
Como bien dijo el maestro: “Todo pasa y todo queda”, amigo.