Guerras comparadas

Putin se lleva la palma con la invasión de Ucrania porque concentra lo peor de los dos bandos de la guerra de Gaza

Dos funcionarios inspeccionan las ruinas de una casa destruida por un reciente bombardeo, en la ciudad ucrania de Yasynuvata, en la región de Donetsk este viernes.ALEXANDER ERMOCHENKO (REUTERS)

Las comparaciones serán odiosas, pero se sostienen razonablemente cuando es el odio el que alimenta los términos comparados. Los soldados de Putin que se hartaron de matar y torturar civiles en Bucha en marzo de 2022 y...

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Las comparaciones serán odiosas, pero se sostienen razonablemente cuando es el odio el que alimenta los términos comparados. Los soldados de Putin que se hartaron de matar y torturar civiles en Bucha en marzo de 2022 y los milicianos de Hamás que arrasaron los kibutz, secuestraron a ancianos, niños y mujeres y se dedicaron a asesinar a quienes huían. Las bombas caídas sobre la estación de Kramatorsk y el teatro de Mariupol y las soltadas sobre la ciudad de Gaza y Jan Yunis. Putin se lleva la palma porque admite comparaciones con lo peor de todos los bandos.

No es tan fácil comparar cuando se trata del derecho de defensa que todos reivindican. No debiera haber muchas dudas sobre la legitimidad de la respuesta de Ucrania a la agresión de Rusia y la de Israel a la de Hamás. El problema está en los límites. Para Ucrania, si acaso le alcanzan sus fuerzas, están en la expulsión del ejército ruso de su territorio soberano, internacionalmente reconocido. El caso de Israel es más espinoso: hasta liquidar a Hamás, seguro, pero previa definición de qué significa tal liquidación, cuánto debe durar, qué precio hay que pagar en vidas. En especial de rehenes y ciudadanos palestinos inocentes.

Es discutible la proporcionalidad de los medios utilizados e incluso el objetivo real perseguido. Si es la destrucción de la Franja, como se desprende de la expresividad anexionista de muchos miembros del Gobierno israelí, ahí asoma Putin de nuevo. Primero destruir y luego anexionar, en vulneración de la legalidad internacional: la Gran Rusia y el Gran Israel hermanados. Pesa como coartada el antecedente establecido por Bush con su guerra contra el terrorismo, que pretendía sustentarse en el derecho de defensa ante un ataque terrorista cierto, el del 11-S, y una amenaza de agresión inventada, la de las inexistentes armas de destrucción masiva. Putin todavía sigue con el cuento de la agresión que representa la ampliación de la OTAN y la instalación de un régimen en Kiev al que tacha de nazi.

Es inagotable el caudal comparativo. Crímenes de guerra, por ejemplo, los han cometido todos, desde la baja intensidad de las imputaciones contra Ucrania hasta la gravedad de la invasión rusa, pasando por el asedio y los bombardeos israelíes sobre Gaza, sin olvidar a Hamás, naturalmente. Todos los dedos, incluso el de Putin, señalan al enemigo como culpable de genocidio. Aunque Israel parece la propietaria de la marca acusatoria, adquirida dolorosamente bajo la Alemania de Hitler, poco tiene que ver el horror de la persecución y exterminio industrial de los judíos de Europa con la bestialidad primitiva del pogromo del 7 de octubre. Tiene toda la lógica que los nietos de quienes perecieron en los campos hitlerianos vinculen aquella matanza sistemática de antaño con el odio que suscitan ahora en sus vecinos palestinos.

El odio está en todas partes y sin él no se explica la crueldad de esas guerras ni por qué estallan.


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