Pero, pero, pero

Suele haber siempre una adversativa por la que se cuelan los principios o las excusas que acaban por justificar aquello que en teoría se denunciaba. Condenar lo condenable no te pone de parte, algunas cosas han de decirse sin miedos

Un hombre llora junto a los cadáveres de varias personas fallecidas tras los bombardeos de Israel sobre el sur de la franja de Gaza.MOHAMMED SALEM (REUTERS)

Las atrocidades de Hamás, pero. Los bombardeos sobre los civiles de Gaza, pero. La denuncia de una agresión concreta, pero. Suele haber siempre un pero por el que se cuelan los principios o las excusas que acaban por justificar aquello que en teoría se denunciaba. Son los peros que atenúan la frase que les precede, o la echan a perder: condeno la violenc...

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Las atrocidades de Hamás, pero. Los bombardeos sobre los civiles de Gaza, pero. La denuncia de una agresión concreta, pero. Suele haber siempre un pero por el que se cuelan los principios o las excusas que acaban por justificar aquello que en teoría se denunciaba. Son los peros que atenúan la frase que les precede, o la echan a perder: condeno la violencia, pero. ¿Pero qué? Condenar lo condenable no te pone de parte; te pone de parte ponerle un pero.

La complejidad del mundo exige peros y nuestras ideas e intereses nos condenan a las contradicciones más variadas. Así debe ser, al cabo, porque lo contrario de apreciar los matices y los gustos, lo contrario de escuchar las razones discrepantes nos lleva a la pureza propia de los fanáticos. Resistirse a los matices nos abocaría a las trincheras que otros diseñan para meternos en moldes mentales por los que, si te sales un poco, te sales del todo. Pero —¡pero!— una cosa es aceptar el debate y dejarse convencer y otra es ceder a un relativismo moral que lo deje todo a la misma altura. Para empezar, a los hechos y a los prejuicios.

El pero se usa a menudo como la gatera que se abre en lo bajo de las puertas, y algunas puertas conviene cerrarlas por completo: para fijar un mínimo. Hay peros que, por querer entender algo, no dejan entender nada, como si todo fuera posible. A veces se puede, y hasta se debe, denunciar un hecho sin buscarle la vuelta. A veces basta con describir el hecho y ya está, porque explica en sí mismo su contexto. El pero pretende que se lleven bien los contrarios y algunas afirmaciones son incompatibles en la misma frase: la condena de la violencia indiscriminada o de las frases que llaman a esa violencia son el ejemplo más evidente de que no se llevan bien con nada más. Si se acompañan de un pero, delatan a quien se lo puso.

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Algunas cosas han de decirse sin miedos, porque el deber de escuchar no impide la necesidad de afirmar, de afirmar sin peros lo más básico. En las primeras frases de su artículo de este martes, David Trueba dejaba ir un pero: “Hoy en día todo puede hacerse pasar por lo que no es con enorme facilidad. Quizá tiene sus ventajas, pero a ratos parecen crearse áreas de distorsión tan amplias como las que sufren los paranoicos o los fuertemente estimulados”. Trueba explica con ese pero que hay peros que no.

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