Algo bueno tendrá la Constitución

La mayor virtud de la Ley Fundamental es su no militancia, y hasta ahora ha resistido bien las maniobras de la derecha para convertirla en una consigna

Un ejemplar de la Constitución española de 1978.Isabel Infantes (Europa Press)

Algo bueno tendrá la Constitución cuando a la mayoría de los españoles les va bien y solo le darían una capa de barniz o una manita de pintura, según confesaron esta semana en una encuesta. Yo tengo unos meses menos que la Constitución, somos casi quintos, y mi médico dice que lo mío no se arregla con un par de reformitas, que necesito consensos más ambiciosos y cambios de régimen radicales si quiero llegar a cumplir otros tantos años. Quién pillar...

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Algo bueno tendrá la Constitución cuando a la mayoría de los españoles les va bien y solo le darían una capa de barniz o una manita de pintura, según confesaron esta semana en una encuesta. Yo tengo unos meses menos que la Constitución, somos casi quintos, y mi médico dice que lo mío no se arregla con un par de reformitas, que necesito consensos más ambiciosos y cambios de régimen radicales si quiero llegar a cumplir otros tantos años. Quién pillara una salud como la constitucional: hasta los partidos que nacieron contra ella se resguardan hoy en sus artículos.

Contrasta el contento aparente que la Constitución inspira casi medio siglo después con la matraca del régimen del 78 y la cultura de la Transición, lugares comunes ambos, usados al tuntún a derecha y a izquierda y en todas las lenguas cooficiales de España. Decía Michi Panero que en esta vida se puede ser de todo menos coñazo, y los odiadores del espíritu constitucional han sido, sobre todo, unos pelmas que aspiraban a convencer al país de sus argumentos a través de la acedía, que es la forma filosófica de llamar a la fatiga.

No les ha funcionado, como ha fracasado también el intento de usarla como bandera en la trinchera. La mayor virtud de la Constitución es su no militancia, y hasta ahora ha resistido bien las maniobras de la derecha para convertirla en una consigna. Encaja mal en las pancartas por lo mismo que se hace difícil defenderla desde la emoción, porque no tiene épica. El documento fundacional de la democracia más profunda, larga y próspera de la historia de España, al que debemos las mejores décadas, es un librito farragoso y expurgado de retórica. En parte, eso le reprochan los ideólogos contra el régimen del 78: su inanidad. Nació de una acedía insufrible. Aquel consenso vino del miedo y del cansancio, y con esas emociones no se escriben cantares de gesta.

No es extraño que mi generación y las posteriores sientan que sabe a poco, como esas pastas rancias que sacan las tías del pueblo cuando vas a visitarlas. Dicen que nos las hemos comido por cortesía, pero sin hambre ni placer. Se entiende la decepción de quienes buscan la aventura en la política, pero las encuestas insisten en que la mayoría de los españoles aprecia el sacrificio que la tía del pueblo hizo para ofrecer esas pastitas en una casa donde hay paz y los vecinos no se matan. Los héroes y los mártires de las guerras de nuestros antepasados jamás lograron nada parecido.

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