La diplomacia mundial está enferma
El mundo está necesitando crear un nuevo modelo de política exterior, más eficaz y adaptado a la revolución global
No solo la política y la democracia tradicionales están en crisis en un mundo en plena transformación dando paso a los peligrosos de turno que se presentan como los nuevos quijotes arremetiendo contra los molinos de viento. Enferma y trasnochada está apareciendo también la diplomacia mundial responsable de mantener relaciones pacíficas entre las naciones y continentes.
La mejor demostración de que la diplomacia ha perdido su fuerza de regul...
No solo la política y la democracia tradicionales están en crisis en un mundo en plena transformación dando paso a los peligrosos de turno que se presentan como los nuevos quijotes arremetiendo contra los molinos de viento. Enferma y trasnochada está apareciendo también la diplomacia mundial responsable de mantener relaciones pacíficas entre las naciones y continentes.
La mejor demostración de que la diplomacia ha perdido su fuerza de regular la paz entre los pueblos son las dos guerras en curso, la de Ucrania y la de Israel, que nos devuelven la memoria de pasadas tragedias sangrientas y amenazan con convertirse en una contienda mundial de tristes recuerdos pasados.
La diplomacia, que se conjugó siempre desde la Antigua Grecia con los conflictos bélicos y el diálogo para evitarlos, se fundaba ya en la política capaz de resolver los conflictos “con la palabra” y no solo con las armas.
Junto con la crisis de las democracias empieza a despuntar la de las relaciones internacionales que se revelan ya incapaces de resolver los conflictos con la palabra y el diálogo en vez que con los bombardeos, la destrucción de países y las vidas segadas.
La incapacidad en este momento de la diplomacia mundial de asegurar la tregua en la guerra de Israel ha sido la mejor señal de su fracaso. Como denunció el editorial de este diario días atrás: Sin resignación ante la guerra, la ruptura del alto al fuego entre Israel y Hamás “es un fracaso colectivo, que no era inevitable, a lo que el mundo deba resignarse”.
Esa no inevitabilidad de acabar con el conflicto entre Israel y Hamás es una clara demostración del fracaso de la actual diplomacia mundial.
Habría también que preguntarse si es cierta la sospecha levantada por The New York Times de que Israel conocía de antemano la estrategia del ataque de Hamás hace más de un año. Era un plan claro para iniciar una guerra.
Si, al parecer, ni la diplomacia americana ni la israelí, consideradas las mejores del mundo, fueron capaces de detectar los planes de Hamás, ello muestra que la diplomacia internacional ha entrado en una crisis semejante a la de las democracias a las que van derrotando gobiernos autoritarios presididos por fantoches enloquecidos.
Si un día la política exterior de los Estados era vista como uno de los pilares de la paz mundial, hoy están perdiendo la confianza ante la incapacidad de resolver los actuales conflictos bélicos. Esa faceta de la política directamente entroncada con los procesos de paz, debería ser revista y renovada porque aparece no solo enferma sino incapaz de llevar a cabo su papel histórico de pacificación a través del diálogo.
Quizá lleve razón Lula, quien ha denunciado que las viejas instituciones globales están en crisis y necesitan ser reinventadas, empezando por la ONU y todo el rosario de organismos relacionados con el diálogo pacífico entre los pueblos.
En un mundo tan acelerado en sus conquistas y del que no sabemos a dónde nos conducirá la IA, el fracaso de la diplomacia mundial aparece aún más evidente.
A veces habría que preguntarse para qué sirven en todos esos movimientos de decenas de organismos mundiales. Organismos que se fueron multiplicando a lo largo de los años, que suponen un alto presupuesto económico en viajes constantes, con altos volúmenes de gastos en un mundo digital en que casi todo se pueden resolver a distancia sin todo ese trajín de viajes y presupuestos millonarios.
Al igual que nos preguntamos hoy con preocupación y hasta desaliento para qué sirven ya las viejas democracias, vamos a necesitar analizar si no será verdad que el mundo está necesitando crear un nuevo modelo de política exterior, no solo más moderno y menos costoso, sino más eficaz y adaptado a la revolución global que agita al planeta.
Aquí en Brasil, la oposición critica el hecho de que Lula, en su primer año de presidente ha pasado más días viajando por el mundo ejerciendo una política exterior que en su despacho resolviendo los problemas que afectan a su país.
No es una acusación al líder brasileño. Es una llamada de atención a la ineficacia de todos esos esfuerzos de viajes y desplazamientos por el globo que además acaban revelándose ineficaces. Hoy sabemos que el mundo cuenta con un potencial de destrucción total del planeta como nunca.
Si ello puede suponer un freno al apetito de abrir nuevos conflictos, la crisis de la política diplomática que cada día aparece más en evidencia y necesitada de una renovación profunda, nos deja desnudos ante los apetitos ocultos, pero evidentes de los productores de armas, cada día más sofisticadas.
Si siempre la política exterior fue importante para evitar conflictos bélicos, hoy lo es doblemente, ya que cualquiera de esos nuevos conflictos lleva oculto en su seno el peligro de una destrucción total.
Mejor que derramar hoy lágrimas de cocodrilo ante la dificultad de resolver los actuales conflictos, se hace urgente una renovación de la enferma diplomacia mundial, la única capaz de poner un freno a las nuevas guerras que parecen querer rebrotar de las cenizas aún calientes de las pasadas tragedias que parecían olvidadas.
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