Ponga un reaccionario en su vida
Un buen número de columnistas españoles la ha tomado con las escritoras y periodistas que se expresan públicamente a favor de los derechos de las mujeres. Cada vez que interviene una feminista, aparece uno de ellos
Uno. Hace poco más de un año, llegué a un festival literario en México. El tiempo era perfecto. Cálido y húmedo. Las calles estaban llenas de flores y la gente que pululaba de un sitio a otro, buscando la siguiente charla a la que acudir. Como suele suceder en esos espacios, los escritores se agrupaban alrededor de varias mesas, intentando intimar o mantener una charla mínimamente cordial. Al fin y al cabo, íbamos a pasar varios días juntos, y los escritores no son las personas más seguras de sí mismas. En definitiva, se parecía bastante al primer día de colegio, en el que buscas desesp...
Uno. Hace poco más de un año, llegué a un festival literario en México. El tiempo era perfecto. Cálido y húmedo. Las calles estaban llenas de flores y la gente que pululaba de un sitio a otro, buscando la siguiente charla a la que acudir. Como suele suceder en esos espacios, los escritores se agrupaban alrededor de varias mesas, intentando intimar o mantener una charla mínimamente cordial. Al fin y al cabo, íbamos a pasar varios días juntos, y los escritores no son las personas más seguras de sí mismas. En definitiva, se parecía bastante al primer día de colegio, en el que buscas desesperadamente hacer amigos.
De repente, apareció una mujer. Tenía más o menos mi edad. Iba tatuada. La reconocí de inmediato; se trata de una escritora latinoamericana feminista cuyo primer libro había explotado internacionalmente y se había traducido a varios idiomas y reeditado. Al final de esta columna volveré a esta imagen.
Dos. En el último par de años se está dando un fenómeno curioso. No es exactamente nuevo, pero cada vez es más común. Como la proliferación de chinches en París, crees que no te va a llegar, pero zasca, un día te estás rascando y mirando debajo de los colchones. Lo mismo pasa por aquí, y por aquí me refiero a los espacios de opinión de los medios de comunicación.
Nos hemos acostumbrado a que una buena parte del columnismo en España esté virado hacia posiciones conservadoras. Hace unos años, alertábamos de la trampa del extremo centro, en el que se expresan dos polos de opinión como si ambos fueran moralmente equivalentes. Como dice Mark Bary en su ensayo Antifa, esto “aconsejaría, por ejemplo, presentar puntos de vista a favor y en contra de la esclavitud.” Así, poco a poco, el debate se escora hacia la ultraderecha, mientras que el equidistante parece modélico en su término medio.
Tres. Pero ahora el fenómeno ha mutado. De la misma manera que los partidos ultraderechistas abrazan el antifeminismo, una serie de columnistas patrios la han tomado con las escritoras y comunicadoras que tienen un posicionamiento público en favor de los derechos de las mujeres. Si son jóvenes, son el anzuelo perfecto. Y si tienen éxito, más aún. Amparándose en una supuesta imparcialidad, muy parecida a la equidistancia de hace unos años, se denigra el trabajo de estas comunicadoras con criterios parciales. Los suyos, claro. No es especialmente reseñable, para eso son sus espacios, pero sí es notable el cambio de estrategia: lo que se busca no es simplemente hacer una crítica a la labor de la comunicadora —algo sano y oxigenante, amparado por la libertad de expresión y de opinión de los medios en los que trabajan—, sino que aspiran a que esta se sienta apelada y responda, ampliando así el alcance de sus propios trabajos y de sus firmas. Los de ellos. Es por eso que la inquina se usa especialmente con comunicadoras locales y no tanto con las escritoras, artistas o periodistas internacionales, y muchas veces contienen información falsa o difamatoria.
Para las apeladas está el escarnio y la duda: ¿qué hacer? Si se replica, el oxígeno de la publicidad del reaccionario se amplía. Si se calla y deja que pase la tormenta, pueden acabar resonando las palabras de Mona Eltahawy. La activista insiste en que ser civilizada, respetuosa y educada es ineficaz para acabar con el patriarcado y la misoginia y que, en cambio, las mujeres deben aprovechar las siete cualidades —o “pecados necesarios”— de la ira, la atención, la ambición, el poder, la blasfemia, la violencia y la lujuria.
Y aquí se instala la duda: ¿debemos reaccionar ante el reaccionario?
Cuatro. Como decía al principio de esta columna, regreso a la primera imagen. La escritora feminista llegó, rotunda de éxito y alegría. Saludó a sus conocidos y dio su nombre a los que no conocía. Su sonrisa era amplia y tranquila. Por la noche, nos invitó a algunas colegas a tomar mezcal con ella. Nos reímos mucho. Cuando volvía a mi habitación, pensé: ¿qué ha cambiado? Y me di cuenta. La reverencia con que había sido recibida esa mañana había estado destinada en mi juventud solo a los escritores hombres. Los susurros a su paso, el evidente respeto que infundía. Qué distinto a cuando, de veinteañeras, íbamos a presentaciones que siempre daban hombres, en las que solo preguntaban hombres y después, esos mismos hombres iban a tomar cervezas con hombres. Nosotras, meras comparsas. No era exactamente culpa de ellos, el mundo siempre había sido así. Después, muchas aprendimos que había otras maneras de hacer, de pensar, de leer. Luchamos por un espacio y, a veces, lo encontramos. La mayoría de esos compañeros entendieron y acompañaron el cambio. Otros decidieron lucrarse a través de la reacción. Si, como dice una amiga escritora, cada silencio tiene su pajarillo, cada feminista tiene a su reaccionario. Y si no lo tiene, que no se preocupe, se le asignará uno de oficio.