Biden y Xi, una foto necesaria

La reunión entre los líderes de EE UU y China ofrece un espacio para reconducir la escalada de desconfianza entre las dos potencias

Xi Jinping y Joe Biden pasean por los jardines de mansión Filoli, en Woodside, California, dentro de su encuentro bilateral, el miércoles.KEVIN LAMARQUE (REUTERS)

La imagen de Joe Biden y Xi Jinping paseando por los jardines de una mansión de California puede ser lo único tangible que salga del encuentro entre los líderes de las dos grandes potencias rivales mundiales. La liturgia diplomática no es, sin embargo, un logro menor en un momento en que...

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La imagen de Joe Biden y Xi Jinping paseando por los jardines de una mansión de California puede ser lo único tangible que salga del encuentro entre los líderes de las dos grandes potencias rivales mundiales. La liturgia diplomática no es, sin embargo, un logro menor en un momento en que se acumulan meses de tensión entre Pekín y Washington que amenazaban con desembocar en un choque con consecuencias para todo el planeta. El encuentro se produjo en el marco de la cumbre de la organización de países del Sudeste asiático (ASEAN) en San Francisco, cita que quedó opacada por una imagen que, en el actual contexto geopolítico, recuerda a las cumbres que escenificaban el diálogo entre superpotencias de la Guerra Fría.

Biden y Xi se conocen personalmente desde que ambos eran vicepresidentes hace una década. Como presidentes, habían tenido otro encuentro bilateral en la cumbre del G-7, el año pasado en Bali. El miércoles se vieron durante cuatro horas. Entre los avances, China se comprometió a colaborar en el control de sustancias precursoras del fentanilo, la droga sintética que asola EE UU y prometió colaboración para controlar la inteligencia artificial. En el aspecto comercial, EE UU y China se presentaron como competidores interesados en mantener la paz a través de una relación de respeto. Según la Casa Blanca, Biden y Xi tuvieron un diálogo “franco y constructivo” en el que dejaron claras sus diferencias sobre los principales vectores de desconfianza que agrian la relación: la competición por la supremacía tecnológica, la tensión comercial que desemboca en vetos y aranceles, y, sobre todo, las diferencias sobre el estatus del enclave democrático de Taiwán, una línea roja para ambos países. En este asunto se limitaron a la exposición de las diferencias con un compromiso genérico a mantener un statu quo cada vez más frágil. El contexto de guerra en Ucrania y Gaza no es ajeno al interés mutuo por rebajar la tensión y evitar nuevos focos de enfrentamiento. Por eso el avance más relevante de la cumbre fue el anuncio del restablecimiento de comunicaciones militares de alto nivel, imprescindible para evitar episodios como la crisis de los globos aerostáticos el pasado febrero.

La cortesía y el milimetrado lenguaje diplomático saltaron por los aires cuando un periodista preguntó a Biden si consideraba a Xi un dictador, término que indigna a Pekín. “Lo es”, contestó. La delegación china calificó el comentario de “irresponsable”. La rivalidad entre EE UU y China es el principal eje de choque geopolítico en el siglo XXI. El detalle muestra hasta qué punto cada palabra cuenta, incluso si es defendible desde Occidente. Las consecuencias no ya de una ofensa sino de un malentendido, serían globales. Es en ese contexto en el que hay que valorar el poder de una imagen, por simbólica que sea.

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