La lección vaticana
Una organización fuerte sabe gobernar el negocio de las almas con puntuales amnistías de aquello que se persiguió, se condenó y se negó con ahínco
Es complicado encontrar algo bueno sobre lo que escribir cuando asistimos a la reacción brutal del ejército israelí sobre los ciudadanos de Gaza. A la matanza de civiles, entre ellos miles de niños, no se le puede agregar ningún ...
Es complicado encontrar algo bueno sobre lo que escribir cuando asistimos a la reacción brutal del ejército israelí sobre los ciudadanos de Gaza. A la matanza de civiles, entre ellos miles de niños, no se le puede agregar ningún adjetivo que nos alivie, me temo. Incluso si es consecuencia del atentado y secuestro más salvaje que ha sufrido el pueblo israelí, casi todos estamos de acuerdo en que la venganza directa no es una solución cabal. Detener este disparate es una cuestión de diplomacia en grado de urgencia, la que exigimos de quienes dicen representarnos. El estado de cosas en el que nos hemos sumido nos inutiliza para la vida sensible. Y, sin embargo, cuando asistimos a tantos esfuerzos por enfrentarnos y robarnos cualquier optimismo sobre el futuro inmediato, hay detalles que conviene subrayar. Voy a darles uno. La Congregación para la Doctrina de la Fe, que es un órgano intelectual del Vaticano ha aprobado que los transexuales puedan ser bautizados como el resto de fieles si así lo desean. El mismo día en que ese anuncio nos pilló desprevenidos, el Gobierno madrileño, que aprovechaba un puente festivo y las jaranas antiamnistía para ocultar su acción, dictó un recorte de los derechos de los transexuales que rectifica lo aprobado en tiempos de la presidenta Cifuentes.
Los pasos adelante se aprecian con mucho menos alborozo que los pasos atrás. Pero en la ecuación del progreso no nos queda otra que atenernos a los hechos y, en perspectiva, avanzamos poco a poco. A los transexuales también se les va a permitir ser padrinos de boda y bautizo. Eso sí, con una nota al pie algo inquietante: siempre y cuando los párrocos no aprecien posibilidad de escándalo o que el acto contribuya a desorientar a los fieles. Tendríamos que aprender de la fina diplomacia vaticana. Si miramos con generosidad sus pasitos adelante nos hablan de una evolución permanente, siempre ejecutada con la suficiente sutileza para no generar un debate de calle desmadrado y violento. En ocasiones tardan siglos en escuchar la normalización social, pero cuando lo hacen comprendemos por qué es una de las organizaciones más potentes del planeta. Ahora que nos interesa tanto la arqueología que es casi noticia diaria en el periódico, convendría hacer un repaso cronológico de cómo el infierno, la masturbación, el tenedor, el preservativo y el divorcio se acomodaron a la doctrina de la fe para no perder el tren del mundo.
La lección vaticana nos enseña cómo una organización fuerte sabe gobernar el negocio de las almas, con puntuales amnistías de aquello que se persiguió, se condenó y se negó con ahínco. Hay que domar a la masa que amparaba los ajusticiamientos públicos para reconducirlos a casa tras haber sido agitados hasta la convulsión. La transexualidad existe desde muy antiguo y fue precisamente en conventos y monasterios donde en muchas ocasiones encontraron refugio quienes no cuadraban con los dogmas impuestos. El silencio, la vergüenza, la ocultación y la permanente humillación están a punto de coronar un hito en nuestra civilización. Por más pasos atrás de los jefes de manada asustados, se confirma la impresión general de avance, de que la orquesta, pese a algún solista desafinado, alcanza la armonía en pasajes gloriosos. Y se confirma algo más: causar daño a alguien es el pecado que nunca podremos perdonarnos.