La guerra y los niños
Crecer temiendo u odiando al otro, sin la posibilidad de conocerlo y comprender su sufrimiento, perpetúa el ciclo de violencias, creando adultos insensibles al dolor ajeno
Si la violencia no tiene justificación sobre civiles inocentes, es aún más condenable cuando afecta a los más inocentes de entre ellos: los niños. Los niños no votan, no participan de las decisiones que llevan a iniciar guerras, cometer atentados, ...
Si la violencia no tiene justificación sobre civiles inocentes, es aún más condenable cuando afecta a los más inocentes de entre ellos: los niños. Los niños no votan, no participan de las decisiones que llevan a iniciar guerras, cometer atentados, bombardear ciudades u ocupar territorios. Conviene recordarlo. En Three wishes. Palestinian and Israeli Children Speak (Tres deseos: niños palestinos e israelíes hablan), una serie de entrevistas realizadas por la autora y activista canadiense Deborah Ellis a niños de ambas comunidades en 2004, durante la Segunda Intifada, los menores nos revelan sus reflexiones y sufrimiento cotidiano. “Yo no conozco a ningún israelí que no sean los soldados y son todos muy desagradables y duros”, manifiesta Nora, palestina musulmana de 12 años, que llega todos los días tarde al colegio como consecuencia de los controles israelíes y no puede visitar a sus abuelos en Cisjordania por la misma razón. “No sé por qué los palestinos están tan enfadados con nosotros”, se pregunta Danielle, una niña israelí de ocho años. “Nosotros somos buena gente. Yo no conozco a ningún palestino. Si pudiera conocer a una niña palestina de mi edad, podríamos jugar juntas”. Y confiesa: “Las bombas son lo que más me asusta. No sé cuándo van a explotar. Podrían explotar cuando me estoy comprando unos zapatos o en un autobús”. Michael, palestino cristiano de 11 años que vive en un internado, lejos de su padre, explica: “Yo no sé mucho sobre la guerra, aparte de que significa que los palestinos tenemos que vivir separados los unos de los otros”. Y reflexiona: “Cuando veo a niños judíos de mi edad, me miran, y yo los miro a ellos, pero no decimos nada; yo no sé nada de ellos, y ellos no saben nada de mí”.
Desde el pasado 7 de octubre, de acuerdo con Naciones Unidas, han fallecido cerca de 4.000 menores palestinos y más de 30 niños israelíes en la guerra de la franja de Gaza. A la espera de un informe completo sobre este año, el último Informe del Secretario General sobre los niños y el conflicto armado ofrece detalles del año 2022, un año que no fue excepcionalmente violento en la zona. Sin embargo, las Naciones Unidas verificaron “3.133 violaciones graves cometidas contra 1.139 niños palestinos (1.057 niños y 82 niñas) y 8 niños israelíes (5 niños y 3 niñas) en la Cisjordania ocupada, incluida Jerusalén Este, la franja de Gaza e Israel”. El informe también constata que “524 niños (517 palestinos y 7 israelíes; 462 niños y 62 niñas) sufrieron mutilaciones, y 563 niños (548 niños y 15 niñas) necesitaron atención médica tras inhalar gases lacrimógenos disparados por las fuerzas israelíes”. A lo largo del año, se documentaron, asimismo, “123 ataques contra escuelas (9) y hospitales (114), incluidos ataques contra personas protegidas relacionadas con escuelas u hospitales (88)”.
El informe también pone de manifiesto la denegación de acceso humanitario por parte de las fuerzas israelíes en Gaza y Cisjordania, incluida Jerusalén Este. En particular, se refiere a las solicitudes de permiso presentadas a las autoridades israelíes para permitir que algunos niños salieran a través del paso de Erez con el fin de recibir atención médica especializada. Se aprobaron 4.106 solicitudes, pero 1.861 no lo fueron o no con el tiempo necesario, lo que resultó en la muerte de cinco menores.
Las cifras de Naciones Unidas ponen en evidencia la abrumadora desproporción en el número de niños palestinos víctimas de violencias respecto de los niños israelíes en un año que, cabe insistir, no fue excepcional. Es necesario subrayar esta desproporción. Las violencias que sufren los menores palestinos son tangibles, de orden cotidiano y tienen consecuencias a menudo fatales, todo ello, en un entorno que perciben como inseguro por la presencia de fuerzas israelíes. La violencia que sufren los niños israelíes resulta más difusa, pero igualmente nociva. La amenaza latente de atentados en un entorno en apariencia seguro genera miedo y ansiedad permanente y los menores que llegan a presenciar o perder a alguien cercano en un ataque terrorista sufrirán muy probablemente de estrés postraumático que lastrará su desarrollo y salud mental.
Los testimonios recopilados por Ellis en su libro dejan ver, entre otros, la profunda desconexión que existe entre los niños israelíes y palestinos desde hace décadas. Crecer temiendo u odiando al otro, sin la posibilidad de conocerlo y comprender su sufrimiento, perpetúa el ciclo de violencias, creando adultos insensibles al dolor ajeno (incluso al propio) que, a su vez, muy posiblemente, transmitirán esta insensibilidad a sus hijos. “Puede que al principio [los niños israelíes] sean buenos niños como yo, pero luego cambiarán”, sentenciaba Nora. Podría haberlo dicho una niña israelí sobre los niños palestinos. Es obligado recordar, una vez más, aunque parezca fútil en el contexto actual, que para romper este ciclo de violencias es imprescindible respetar los derechos de la infancia, desde su derecho a la vida hasta su derecho a una educación en la tolerancia y la empatía.