Fellini aún vive en Rímini

El Ayuntamiento de la ciudad natal del director italiano busca, a través de su cuenta de X, atraer visitantes capitalizando la figura de su ciudadano más ilustre

Fellini, en la terraza del Gran Hotel de Rímini en septiembre de 1986.Leonardo Cendamo (Getty Images)

En enero de 2020 Rímini era una fiesta. La ciudad natal de Federico Fellini se estaba preparando para celebrar por todo lo alto el centenario del nacimiento de su ciudadano más ilustre con la inauguración del colosal Fellini Museum, una especie de Guggenheim felliniano dedicado al extenso legado del maestro del séptimo arte. Durante esos días, deambular por esa Rímini envuelta por la neblina al salir de la exposición tenía algo de inexplicablemente mágico. La música de Nino Rota resonaba por la plaza Cavour; en el cine Fulgor, la familia Zanni estaba expectante por enseñar al mundo la restauración que había devuelto a la vida la mítica sala que tanto marcó la infancia del director de Amarcord; el chef del Gran Hotel, la segunda casa del cineasta, tenía preparado un menú “especial centenario”. La ciudad entera parecía haberse movilizado y el entonces alcalde, Andrea Gnassi, no podía contener su entusiasmo, pues en cuestión de meses, me dijo, Rímini estaría en boca de todos los cinéfilos del planeta. Pero pocas semanas después, la llegada de la pandemia lo mandó todo al traste.

El otro día, al asomarme a X, tuve la grata sorpresa de ver que, casi cuatro años más tarde, el gran sueño de Rímini de devolver Fellini al mundo no había muerto. No solo el Fellini Museum, reabierto en agosto de 2021, acababa de recibir un premio en la Bienal de Arquitectura de Venecia sino que, coincidiendo con el 30 aniversario de la muerte del director, acaecida en Roma el 31 de octubre 1993, la alcaldía había inaugurado una exposición de fotografías que recogía la conmovedora y multitudinaria última despedida de los habitantes al genio del cine. Ese 2 de noviembre de 1993, más de 20.000 personas acompañaron el féretro hasta el cementerio municipal donde descansa junto a Giulietta Masina bajo una escultura de bronce en forma de proa que recuerda el buque de Amarcord y la fascinación teñida de desconfianza de Fellini por el mar. Desde allí precisamente, el nuevo alcalde reafirmaba en un vídeo su voluntad de seguir explotando el inagotable patrimonio inmaterial dejado en herencia por el artista a una urbe que para muchos sigue encarnando el arquetipo de estación balnearia ultraturística desprovista del mínimo interés cultural.

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Necesitaría otra columna para hablarles del impresionante patrimonio histórico y artístico que atesora Rímini más allá de lo propiamente felliniano, como el Arco de Augusto o el Teatro Amintore Galli de arquitectura neoclásica cuya belleza me dejó impactada. De lo simpáticos y acogedores que son sus habitantes, como Elena, dueña de una peluquería, que no dudó un solo segundo en dejar todo lo que estaba haciendo ―entre otras cosas, secarme el pelo― para intentar localizar a una de sus clientas que había sido la fisioterapeuta de Fellini ―y lo consiguió―. Pero si me limito al universo del maestro, Rímini no deja de ser especial para cualquier devoto del cineasta. El director solía decir que su localidad natal, ese “garabato indescifrable, aterrador y tierno”, era “una dimensión de [su] memoria”, una memoria necesariamente “inventada, adulterada y manipulada”. Y es claramente lo que se percibe al patear sus calles y ver los elementos que alimentaron su singular imaginación. Del cementerio municipal, un lugar paradójicamente alegre donde las fotografías de los difuntos parecen sacadas de un casting para alguna de sus películas, a la terraza del Gran Hotel, donde creí entrever su figura a través de la niebla, sentado en una de esas sillas blancas de hierro forjado tan reconocibles, paseando por esta ciudad me pareció sentir a Fellini más vivo que nunca.

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