Virus en la publicación científica
Pagar por publicar una investigación en una revista cuestiona el modo de medir la excelencia
Una cualidad básica de la ciencia es su carácter público e internacional. Las investigaciones secretas de las empresas o de los ejércitos no cuentan como ciencia mientras no se hayan sometido al escrutinio de los expertos y publicado en las revistas profesionales. Desde conceder becas hasta financiar proyectos, el dinero de la ciencia se decide por las publicaciones de quien lo solicita. De ahí que la publicación científica sea una pata es...
Una cualidad básica de la ciencia es su carácter público e internacional. Las investigaciones secretas de las empresas o de los ejércitos no cuentan como ciencia mientras no se hayan sometido al escrutinio de los expertos y publicado en las revistas profesionales. Desde conceder becas hasta financiar proyectos, el dinero de la ciencia se decide por las publicaciones de quien lo solicita. De ahí que la publicación científica sea una pata esencial del avance del conocimiento. El sistema nunca ha sido perfecto, pero hay prácticas que lo están llevando al límite de lo soportable en los últimos años. Estos días hemos conocido la última aberración: revistas que ofrecen a los investigadores un proceso rápido de aparición en suplementos especiales inventados para tal propósito. Y a cambio de un dinero que acaba pagando el financiador del proyecto, que en buena medida suelen ser fondos públicos.
Hay revistas teóricamente semanales o quincenales que publican varios de esos suplementos especiales al día. La marca absoluta es seguramente una revista profesional de salud (el International Journal of Environmental Research and Public Health) que publicó el año pasado 13 veces más artículos que en 2016. Pero el fenómeno es más general en sus versiones menos espectaculares. Las editoriales que incurren en estas prácticas multiplican sus ingresos y los científicos pagan la factura, encantados de engordar su currículo con artículos que la historia de la ciencia se podría haber ahorrado. El prestigio de las revistas en cuestión (índice de impacto, en la jerga profesional) sale beneficiado por mera cuestión de cantidad, por lo que esa práctica daña los indicadores que pretenden favorecer la calidad. Es un verdadero virus en el corazón del sistema.
El fenómeno no afecta por igual a todas las editoriales científicas. Clasificadas por el porcentaje de artículos que publican en números especiales, las peores son MDPI (suiza, 88%), Frontiers (suiza, 69%) y Hindawi (egipcia, 62%). Las cifras son correctas en el caso de Wiley, Springer, Nature, BMC y PLoS. Reconforta saber que la enfermedad no es sistémica, al menos de momento, pero las editoriales que han caído en este perverso juego amenazan la estabilidad del sistema entero, copan recursos dedicados a la investigación e inundan las bases de datos con estudios que nadie leerá.
El aumento exponencial de las publicaciones no se debe, por desgracia, a que el número de científicos aumente en esa proporción. Es un artefacto que conviene erradicar. La raíz del problema se conoce en el mundillo científico como publish or perish (publica o perece). Este error no es de las editoriales, sino del sistema inadecuado que usamos para evaluar la ciencia al peso. Valorar la calidad es mucho más difícil, pero cada vez más necesario. Es una cuestión importante que merece la atención de los gestores públicos.