La pasión, según C. Tangana

No había vuelto a ver ese fuego abrasador en sus ojos. Sospecho que vuelve a tenerlo. Aunque aspira a ser un tocapelotas, de subversivo tiene poco

C. Tangana, la noche del martes, en el preestreno en Madrid de 'Esta ambición desmedida'.Aldara Zarraoa (WireImage)

Si algo he aprendido en 30 años de entrevistas jeta a jeta, además de que, frente a frente, todos tenemos miedo, es a reconocer el fuego de la determinación en los ojos del prójimo. Una de las veces que casi me quemo solo de verlo fue en el verano de 2016, en un piso de un humilde barrio madrileño, de esos construidos en el tardofranquismo con los techos bajos y las ventanas estrechas para que los trabajadores allí estabulados no tuvieran más vistas ni aspiraciones que el bloque de enfrente. Allí, medio siglo después, ...

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Si algo he aprendido en 30 años de entrevistas jeta a jeta, además de que, frente a frente, todos tenemos miedo, es a reconocer el fuego de la determinación en los ojos del prójimo. Una de las veces que casi me quemo solo de verlo fue en el verano de 2016, en un piso de un humilde barrio madrileño, de esos construidos en el tardofranquismo con los techos bajos y las ventanas estrechas para que los trabajadores allí estabulados no tuvieran más vistas ni aspiraciones que el bloque de enfrente. Allí, medio siglo después, con un colchón en el suelo, la cocina de adorno y el salón tomado por ordenadores y teclados, vivía un chaval de 25 años, matándose a componer y a dominadas en el gimnasio, con la idea entre ceja y ceja de comerse el mundo con su música. Se llamaba, se llama, Antón Álvarez, Pucho para sus amigos, C. Tangana para la industria. El resto está en los discos y en los papeles.

Desde entonces, he seguido su carrera con el interés, y la ternura, de quien le ha visto las costuras al traje del ídolo. He bailado su Mala mujer en verbenas y cantado a grito pelado su Ateo en los atascos. He asistido a los eventos a los que ha tenido la gentileza de invitarme sin ser yo su público objetivo ni nada de eso. Pero no había vuelto a verle ese fuego abrasador en los ojos. Sospecho que vuelve a tenerlo. Quizá por eso, además de por no estropear la estampa de gallo que desea ofrecer al mundo, no se quitó la noche del martes las gafas de sol en un preestreno de Esta ambición desmedida. Dos horas de documental a mayor gloria, y miseria, de un tipo que, según su autorretrato, ni canta ni afina, pero que ha logrado vivir varias vidas artísticas a sus 33 años, la edad de Cristo al ser crucificado, en una comparación, que a él, estudiante de Filosofía, seguro que no le disgusta. Daba entre gusto y grima ver a hordas de palmeros bailándole el agua mientras él, saturado de sí mismo, rumia qué camino tomar obsesionado, como dice estar, con la trascendencia. Apuesto a que pronto tendremos noticias. Aunque aspira a ser un tocapelotas, de subversivo tiene poco. Lo dice él mismo en su película, en uno de los momentos que arrancan las carcajadas del público: “Igual ya he empezado la cuesta abajo hasta acabar de jurado de La Voz”. Nunca digas nunca, Pucho. Torres más altas han caído.


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